El gran secreto
A PRINCIPIOS DE julio, El Pa¨ªs Semanal public¨® un estupendo reportaje de Cristina Galindo sobre la felicidad. Es un tema que siempre me ha fascinado y sobre el que he estado recopilando datos desde hace a?os; un inter¨¦s l¨®gico, si tenemos en cuenta que nuestra mayor ambici¨®n es ser dichosos. Sin embargo, la felicidad tal y como la entendemos hoy (como un derecho, como nuestra natural aspiraci¨®n) es en realidad un invento del siglo XVIII. Hasta entonces, la gran mayor¨ªa de los humanos nacieron, crecieron y murieron pensando que el mundo era un valle de l¨¢grimas y la vida un sufrimiento. Fue en el XVIII cuando irrumpi¨®, poderosa y democr¨¢tica, la idea de que somos merecedores de la dicha y debemos disfrutar de la existencia. Por cierto que esto sucedi¨® s¨®lo en Occidente: en muchas otras zonas del planeta a¨²n perdura la clara conciencia del dolor de vivir. Recuerdo una frase impactante de la Reina de los Bandidos, la india Phoolan Devi, maltratada y violada desde ni?a, convertida despu¨¦s en asesina y bandolera, asesinada ella misma en Nueva Delhi, en 2001, a los 38 a?os: ¡°No temo morir, porque la muerte es m¨¢s dulce que esta dura vida¡±.
Fue en el XVIII cuando irrumpi¨®, poderosa y democr¨¢tica, la idea de que somos merecedores de la dicha y debemos disfrutar de la existencia.
De entre los numerosos discursos sobre la felicidad que se escribieron en el XVIII sobresale el de la maravillosa pensadora y cient¨ªfica Madame du Ch?telet: ¡°Es creencia com¨²n que es dif¨ªcil ser feliz, y demasiado cierto es¡±, empieza diciendo, para luego rebelarse contra ello. En cambio hoy la creencia com¨²n sostiene que la dicha es f¨¢cil, casi obligatoria. Y si no la conseguimos plena y perennemente, nos quejamos: si todos son felices, ?por qu¨¦ yo no? ?O por qu¨¦ yo no tanto como los dem¨¢s? Como los modelos almibarados de los anuncios televisivos. O como los protagonistas de esas radiantes fotos que atiborran las redes, hombres y mujeres siempre sonriendo, viajando, comiendo, bailando, haci¨¦ndose alborotados selfies, en barcos, en coches, delante de la Torre de Pisa, sujetando globitos de colores. Hoy la felicidad, m¨¢s que un emocionante derecho, parece haberse convertido en una mercanc¨ªa, en un codiciado objeto de consumo que hay que poseer para no ser un paria social, un maldito pringado. Es como un mega-smartphone emocional. Y quiz¨¢ este imperativo de ser felices nos est¨¦ dificultando la vida: seg¨²n la OMS, hay 300 millones de personas que sufren depresi¨®n en el mundo, un 18% m¨¢s que hace s¨®lo 10 a?os.
Sea como sea, lo cierto es que la felicidad, esa cosa indefinible, subjetiva, escurridiza, luminosa, turbadora, ef¨ªmera y bella, se ha convertido en un tema de moda, en un mito mundial. Como se?ala el reportaje de EPS, Emiratos ?rabes Unidos cre¨® hace un a?o un Ministerio de la Felicidad, y el tremendo Nicol¨¢s Maduro nombr¨® en 2013 un viceministro venezolano de la Suprema Felicidad del Pueblo (la sola definici¨®n aterroriza). Menos demencial pero aun as¨ª chocante es que la ONU decretara, hace cinco a?os, que el 20 de marzo era el D¨ªa Internacional de la Felicidad. A partir de entonces tambi¨¦n elabora un ranking del bienestar de 156 pa¨ªses; los primeros lugares los ocupan Noruega y Dinamarca, y el ¨²ltimo, la Rep¨²blica Centroafricana. Espa?a est¨¢ en el puesto 35?, un lugar que no es deprimente, pero tampoco glorioso. Sin embargo, en junio de 2015 sali¨® un bar¨®metro del CIS cuyos datos me pasmaron: 8 de cada 10 espa?oles se consideraban felices o muy felices. En una escala del 0 (completamente infeliz) al 10 (completamente dichoso), la respuesta m¨¢s frecuente fue un asombroso 8. A¨²n m¨¢s: el 42% se defin¨ªan como casi completamente felices.
Se dir¨ªa que aqu¨ª empezamos a rozar lo sustancial, que nos aproximamos al tu¨¦tano de las cosas. Hay en nuestras c¨¦lulas un anhelo fiero de seguir siendo, un deleite en lo b¨¢sico, en andar y en comer, en el sol y la noche, en el viento y el agua. Nuestra carne animal nos salva de ser s¨®lo humanos. S¨ª, somos criaturas hechas para la felicidad, como dec¨ªan en el XVIII. Por eso hay personas que, pese a sufrir grandes reveses, una par¨¢lisis, un desahucio, una guerra, siguen experimentando momentos de gozo. Incluso Phoolan Devi debi¨® de arrancarle chispas a la oscuridad. Y es que la vida se regocija de vivir. Ese es el sencillo y gran secreto.
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