Desalojar es siempre alojar
ES UNA SUERTE para ustedes, pero sobre todo para m¨ª, que no vea las primeras versiones de estos art¨ªculos. Cuando algo me parece injusto, o err¨®neo, o c¨ªnico, o abusivo, o enga?oso, o puritano, o sencillamente imb¨¦cil, vuelco toda mi indignaci¨®n y mi sarcasmo en esos borradores y en ellos digo lo que pienso sin muchos ambages ni miramientos. Descuiden, s¨®lo de tarde en tarde utilizo palabras gruesas, no es mi estilo natural. Pero soy m¨¢s punzante y descarado, porque s¨¦ que no tendr¨¢ consecuencias lo que no va a ver la luz. Una vez escrita esa primera versi¨®n, dejo reposar el texto un rato ¡ªbasta un cuarto de hora¡ª y acometo la segunda, que luego sufre unas cuantas correcciones y enmiendas m¨¢s, a mano. En la pieza definitiva procuro refrenarme y matizar, a menudo rebajo el tono, cambio o suprimo ep¨ªtetos en exceso ¨¢speros o hirientes, intento ser m¨¢s respetuoso o menos irrespetuoso, evito las generalizaciones y exageraciones (bueno, si uno no exagera un poco no se divierte); y, si le doy un zarpazo a alguien concreto, me corto las u?as antes de volver a teclear. Es lo que ¡ªme imagino¡ª han hecho a lo largo de la historia cuantos han escrito en la prensa art¨ªculos de opini¨®n. Si no digo ¡°cuantos escriben¡± es precisamente porque, entre las muchas capacidades perdidas en las ¨²ltimas d¨¦cadas, est¨¢ la de distinguir qu¨¦ se puede decir en privado y qu¨¦ resulta admisible en p¨²blico. Sol¨ªa saberse que lo que uno soltaba en una cena con amigos no pod¨ªa trasladarse tal cual a unas declaraciones con micr¨®fonos ni a una columna. No s¨®lo para no exponerse a una posible querella por insultos o difamaci¨®n, sino por un sentido de la responsabilidad: uno acostumbraba a vigilarse a s¨ª mismo: aqu¨ª soy injusto o falt¨®n, aqu¨ª caigo en la injuria o bordeo la falacia, aqu¨ª incurro en histerismo o en melodramatismo, aqu¨ª desvar¨ªo, aqu¨ª no razono lo suficiente o me falta argumentaci¨®n, aqu¨ª soy arbitrario o exagero la exageraci¨®n.
Todo esto, con ser grave y perjudicial para los propios deslenguados, no tiene ni la mitad de importancia que el contagio de la inmediatez y la visceralidad a otras actividades.
Esta segunda fase de reconsideraci¨®n y templanza (un vocablo en desuso) ha dejado de existir para demasiada gente. En prensa y en declaraciones (v¨¦anse las de los pol¨ªticos, con frecuencia), pero sobre todo en los tuits y dem¨¢s. Pocos piensan ya en lo que mencion¨¦ antes: en las consecuencias. Se cede al m¨¢s primitivo y apremiante impulso, se escribe algo en caliente y se lanza sin dejarlo entibiar, sin pensarlo dos veces, sin posibilidad de arrepentimiento, rectificaci¨®n ni matizaci¨®n. La necesidad pueril de desahogarse, la competici¨®n por decirla ¡°m¨¢s gorda¡±, la b¨²squeda narcisista de retuiteos, el gusto de verse jaleado por los forofos que siempre piden ¡°m¨¢s sangre¡±, llevan a demasiados individuos a hablar en p¨²blico como si lo hicieran entre ¨ªntimos ante la barra de un bar. Luego se encuentran con que no se les da un trabajo por el lenguaje que emplearon o por la bochornosa y zafia foto que colgaron; con que se han granjeado la enemistad eterna de sus damnificados; con que alguien a quien ni conocen es despiadado con ellos.
Todo esto, con ser grave y perjudicial para los propios deslenguados, no tiene ni la mitad de importancia que el contagio de la inmediatez y la visceralidad a otras actividades, en particular a la de votar, sea en unas elecciones o en un refer¨¦ndum. Ah¨ª la imprevisi¨®n de las consecuencias puede ser mortal. Bien, estamos de acuerdo en que, desde hace tiempo, la mayor¨ªa nos vemos obligados a votar lo que menos nos asquea, porque a menudo todas las opciones dan asco o desagradan sobremanera. Y eso conduce a cada vez m¨¢s personas a votar cabreadas, para ¡°castigar¡± a la clase pol¨ªtica, para ¡°asustarla¡± o simplemente para joder. As¨ª, sin duda, fueron depositadas numerosas papeletas a favor de Trump y del Brexit, de Le Pen y de Wilders, de la CUP en Catalu?a y no escasas de Podemos en el resto de Espa?a. Se vota cada vez m¨¢s como quien lanza un tuit. El problema estriba en que, as¨ª como un tuit detectado y le¨ªdo puede traer las consecuencias mencionadas a t¨ªtulo personal, un voto acarrea consecuencias colectivas e irremediables, a lo largo de cuatro a?os o m¨¢s. No s¨®lo hay un ¡°d¨ªa siguiente¡± tras unas elecciones o un refer¨¦ndum, sino que hay decenas de interminables meses siguientes, durante los cuales a los elegidos les da tiempo a propugnar nuevas leyes y liquidar las existentes, a suprimir derechos, a disolver el Parlamento y controlar la prensa y a los jueces, a decidir que ya no habr¨¢ separaci¨®n de poderes; en el peor de los casos que ya no se podr¨¢ volver a votar; y que todos los disidentes ser¨¢n declarados traidores y subversivos. En unas elecciones se otorga poder real, y justamente en ellas es donde menos se puede sucumbir al cabreo, a la impulsividad, al mero af¨¢n de ¡°desalojar¡±. Porque siempre se ¡°aloja¡± a otro, quiz¨¢ a¨²n peor. Todos esos d¨ªas llegan, y de pronto uno ve con desesperaci¨®n que aquel berrinche de una sola jornada, o arrebato ef¨ªmero, nos lleva a frotarnos los ojos cada ma?ana ¡ªinfinitas ma?anas¡ª para dar cr¨¦dito al hecho de que, por ejemplo, el cargo m¨¢s poderoso del mundo lo ocupe un oligarca autoritario y deficiente.
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