(In)Autenticidad
En el corrompido escenario espa?ol, Blesa, con su suicidio, asumi¨® su culpa por omisi¨®n
El suicidio de Miguel Blesa ha introducido quiz¨¢ por vez primera un principio de autenticidad en el corrompido escenario espa?ol. Hasta ahora ninguno de los m¨²ltiples esc¨¢ndalos pol¨ªticos que vienen asolando nuestra democracia desde 1991 (cuando el ciclo se inici¨® con el caso Juan Guerra) hab¨ªa propiciado que alguno de los acusados dispusiera de su vida, como forma ambivalente de eludir y asumir a la vez sus responsabilidades. Recu¨¦rdese que en Italia, cuando estall¨® el esc¨¢ndalo tangentopoli (o mani pulite), en solo 3 a?os se suicidaron 31 responsables de la ¨¦lite olig¨¢rquica. Y en Francia lleg¨® a suicidarse Pierre B¨¦r¨¦govoy, que hab¨ªa sido primer ministro de Mitterrand entre 1992 y 1993. Lo cual proporcionaba a los hechos denunciados una calidad tr¨¢gica, casi shakespeariana. Mientras que aqu¨ª entre nosotros no se suicidaba nadie, pues a pesar de las flagrantes evidencias que demostraban su responsabilidad material o intelectual, todos fing¨ªan que la cosa no iba con ellos, haci¨¦ndose las v¨ªctimas inocentes injustamente acusadas. Eso ha hecho que la clase pol¨ªtica haya perdido su credibilidad, pues como sabemos que son impostores no les creemos.
Hasta que lleg¨® Blesa y se suicid¨®, asumiendo su culpa por omisi¨®n. Y ese ¨²ltimo acto de su vida personal ha supuesto un gesto de autenticidad no solo a efectos privados, sino tambi¨¦n a efectos p¨²blicos, y ello en un doble sentido. Por un lado en sentido performativo, pues convierte en reales las presunciones de corrupci¨®n d¨¢ndoles carta de naturaleza existente. Y por otro lado contribuye a desvelar y revelar el c¨ªnico tartufismo, o la farisaica hipocres¨ªa, de nuestra clase pol¨ªtica. A la luz de la autenticidad del suicidio de Blesa, todos los dem¨¢s han quedado retratados como lo que son: unos impostores fraudulentos incapaces de reconocer y asumir la evidencia de lo real.
Es lo que ha ocurrido con la declaraci¨®n testifical del presidente Rajoy ante la Audiencia Nacional, que ha sido recibida como el negativo fotogr¨¢fico del gesto de autenticidad p¨®stuma de Blesa ocurrido pocas fechas antes. En lugar de exponer un relato de los hechos veros¨ªmil, o al menos plausible, el presidente se ocult¨® tras reiterados y redundantes eufemismos del ¡°yo no he sido¡±. Es la ret¨®rica de la inautenticidad, pues todos sabemos, votantes del PP incluidos, que la realidad es una y la palabra de Rajoy es otra. Pero el presidente no es el ¨²nico actor entregado a la inautenticidad, pues muchos otros de sus pares le igualan y superan. Pensemos en los sedicentes l¨ªderes de la izquierda, Pedro y Pablo, impostados ilusionistas de pol¨ªtica-ficci¨®n. O en los sediciosos l¨ªderes independentistas como el iluso Puigdemont, que para dar visos de realidad a una impostura secesionista que nadie cree posible (seg¨²n revela el bar¨®metro del CIS) no duda en vulnerar la legalidad con un autogolpe a la bolivariana como el de Nicol¨¢s Maduro, violando para ello los derechos de los catalanes. Aunque ?atenci¨®n!: igual que la muerte de Blesa ha introducido el principio de autenticidad en el debate de la corrupci¨®n, si en Catalu?a ocurriera una muerte pol¨ªtica podr¨ªa pasar lo mismo con el debate de la independencia, convirtiendo lo imposible en realidad.
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