Control S. A.
En la privatizaci¨®n de servicios esenciales, hay episodios que nos invitan a plantear si el modelo necesita una revisi¨®n profunda
Los que hayan sufrido las colas en los accesos a embarque del aeropuerto de El Prat habr¨¢n tenido tiempo pero no ganas de pararse a reflexionar sobre la huelga de trabajadores de Eulen. Con la din¨¢mica habitual, habr¨¢n pensando: ?por qu¨¦ tengo que pagar yo las reivindicaciones laborales de otros? Esta actitud comprensible esconde la incapacidad natural para ponernos en el lugar del vecino. Pero m¨¢s all¨¢ de c¨®mo acabe el conflicto y lo r¨¢pido que se restablezca un servicio normal, quiz¨¢ tendr¨ªamos que pensar precisamente eso: ?a qu¨¦ llamamos normal? Porque la amenaza de que la Guardia Civil se har¨¢ cargo del control de acceso de los pasajeros viene a confirmar una duda que le asalta a todo viajero en los aeropuertos. ?Pueden privatizarse los servicios de seguridad del Estado? El negocio ha sido evidente en las ¨²ltimas d¨¦cadas, con crecimientos muy notables, pero al final desemboca en el mismo conflicto que todos los servicios p¨²blicos b¨¢sicos cuando son privatizados.
Las empresas particulares tienden a exprimir sus beneficios. Cuando esos beneficios se obtienen directamente de la dependencia de servicios imprescindibles para la ciudadan¨ªa, entonces solo una vigilancia extremada de las autoridades p¨²blicas puede frenar las sospechas de descuido, explotaci¨®n y baja capacitaci¨®n. En la sanidad han sido catastr¨®ficas las experiencias de privatizaci¨®n y desde autopistas radiales a la limpieza de las ciudades conocemos episodios grotescos que nos invitan a plantear si el modelo necesita una revisi¨®n profunda. En los aeropuertos los pasajeros conceden a una empresa privada el rango de fuerza de seguridad del Estado sin que se demuestre si esa transacci¨®n es del todo normal. A¨²n m¨¢s absurdo es lo que sucede en las estaciones de tren r¨¢pido, donde lo que se lleva a cabo es una simulaci¨®n de los controles aeroportuarios, en los que se relaja tanto la detecci¨®n que al final es casi un ejercicio de voluntaria confesi¨®n: aqu¨ª traigo la bomba, tome.
La huelga de celo de los vigilantes remit¨ªa a los aeropuertos del mundo donde la seguridad es extrema. Cualquiera que haya viajado a Israel sabe lo que es un control exhaustivo de cada pasajero que embarca frente a la m¨¢s abreviada incomodidad de otras aduanas. Y as¨ª, la mentira se va extendiendo como el aceite en el agua. Ni la seguridad es seguridad del todo, ni el control es tanto control, ni las condiciones laborales son aceptables para esta escala de seudofuncionarios, ni una empresa privada tendr¨¢ jam¨¢s los intereses ni el bienestar del ciudadano entre sus m¨¢ximas ambiciones. Que pase el siguiente.
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