Ni?os listos y adultos pueriles
CUANDO EL A?O pasado se estren¨® con nulo ¨¦xito una nueva versi¨®n de Ben-Hur, me promet¨ª no ver ni un solo plano ni un tr¨¢iler, no me fuera a contaminar la cl¨¢sica de William Wyler de 1959, con Charlton Heston de protagonista y Stephen Boyd interpretando a su amado enemigo Messala. Esta versi¨®n era ya un remake de la de Fred Niblo de 1925, pero en fin, la que ha quedado para varias generaciones ¡ªy lo prueba que se exhiba en las televisiones sin cesar¡ª es la de Wyler y Heston, que adem¨¢s fue premiada con el r¨¦cord de ?scars hasta la fecha. Pero qu¨¦ quieren, una noche ofrec¨ªan la de 2016 en el cada vez m¨¢s defectuoso e idiotizado Movistar?+, as¨ª que no la vi, pero la tuve puesta mientras le¨ªa prensa y contestaba correspondencia. De tarde en tarde levantaba la vista, y baste con decir que a Messala lo encarnaba una especie de Enrique Iglesias en garrulo, y a Ben-Hur un buen actor de la familia Huston, pero tan mal dirigido que parec¨ªa no haber salido todav¨ªa de su papel en la serie Boardwalk Empire, en el que llevaba media m¨¢scara reproduciendo su rostro, destrozado en la Primera Guerra Mundial; es decir, estaba forzado a la inexpresividad.
S¨ª, alzaba los ojos y nada me invitaba a mantenerlos en la pantalla m¨¢s de dos minutos seguidos. Hasta llegar a la conclusi¨®n. La carrera de cuadrigas ¡ªexagerada, empeorada e inveros¨ªmil¡ª y lo que sucede despu¨¦s. Habr¨¢ quien me acuse de destripar las pel¨ªculas, pero tambi¨¦n hay gente que ignora que Romeo y Julieta, Macbeth, Hamlet, Don Quijote y Madame Bovary mueren al final, y no por eso dejamos de hablar de esos desenlaces. Como la mayor¨ªa recordar¨¢, en la cl¨¢sica el cruel Messala acaba la carrera muy maltrecho por culpa de sus felon¨ªas. Han de cortarle las piernas para que sobreviva. ?l exige que esperen, para que su rival amado no lo vea demediado cuando se presente a saborear su triunfo. Llegan a cruzarse unas frases acerbas y Messala expira amargado. Pues bien, mi sorpresa fue may¨²scula al descubrir que en la nueva ¡ªdirigida por un individuo de nombre irreproducible, parece uzbeko o kazajo¡ª esas palabras no son acerbas, sino que Messala, ya con una pierna amputada, se incorpora y los dos se abrazan mientras se sueltan cursiler¨ªas como ¡°Perd¨®name todo lo que te he hecho, hermano Ben-Hur¡± y ¡°No, eres t¨² el que debe perdonarme, Messala querido¡±. Y no s¨®lo eso, sino que como colof¨®n se los ve cabalgando felices como en sus a?os mozos, cuando eran u?a y carne. Es de suponer que Messala con una pierna ortop¨¦dica como la del atleta Pistorius, que dej¨® de correr cuando le meti¨® a su novia cuatro tiros. Pero esa es otra historia.
Los ni?os no son idiotas (a diferencia de demasiados padres), y en seguida saben distinguir los miedos, los peligros y las asechanzas ficticias de las reales.
No he le¨ªdo la novela (1880) del Coronel Lew Wallace de la que procede Ben-Hur. Qui¨¦n sabe si ah¨ª el protagonista y Messala se ¡°ajuntan¡± de nuevo tras haberse destrozado. Da lo mismo. Como la de Lo que el viento se llev¨®, son novelas eclipsadas por sus mucho m¨¢s c¨¦lebres versiones cinematogr¨¢ficas. La historia es la que ¨¦stas han contado. As¨ª que s¨®lo me explico el brutal cambio final a la luz de la misma sobreprotecci¨®n que se puso ya en marcha hace d¨¦cadas para los ni?os. Si usted busca hoy un cuento infantil como Caperucita Roja, los Tres Cerditos, Hansel y Gretel o Blancanieves, le ser¨¢ muy dif¨ªcil encontrarlos sin adulterar y sin censurar. El Lobo Feroz no se come a nadie, sino que es amigo de los caminantes y les regala pasteles; a los Cerditos los quiere para jugar; a Hansel y Gretel nadie los enjaula ni ceba; y la manzana de la madrastra es una manzana caramelizada, para que Blancanieves engorde y no sea tan guapa, c¨®mo vamos a decirles a los cr¨ªos que la quiere envenenar. He hablado de ello otras veces: los ni?os no son idiotas (a diferencia de demasiados padres), y en seguida saben distinguir los miedos, los peligros y las asechanzas ficticias de las reales. Sabi¨¦ndose seguros, en esas ficciones aprenden de la existencia de los enemigos y del mal, algo con lo que inevitablemente se van a encontrar cuando crezcan, si no antes, pobrecillos. Los ayudan a ser precavidos y a protegerse, sin correr verdadero riesgo. Conciben el peligro sin padecerlo, se fortalecen, se emocionan, vibran y se ponen en guardia sin exponerse. Con tanta memez y tanto enga?o (se les presenta como id¨ªlico un mundo que nunca lo es), en realidad se los debilita, se los convierte en pusil¨¢nimes y se los deja indefensos. Y como la infancia hoy se prolonga indefinidamente, alumbramos universitarios que exigen ¡°espacios seguros¡± en los que nadie emita una opini¨®n que los ¡°perturbe¡± y les pinche la burbuja o cuento de hadas en que se los ha criado. A ra¨ªz de esta nueva y empalagosa versi¨®n de Ben-Hur, infiero que tampoco los pueriles adultos soportan ya la falta de reconciliaci¨®n, el af¨¢n de venganza, la enemistad hasta la muerte, la muerte misma. No, ahora Ben-Hur y Messala se abrazan lloriqueando y se piden mil perdones por las tropel¨ªas. El subt¨ªtulo de la novela es A Tale of the Christ. As¨ª que: Cristo bendito, nunca mejor dicho.
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