Septiembre

Me enter¨¦ del atentado de Barcelona en la playa. Nada ex¨®tico, malpensados: un enclave atestado de familias felices o desgraciadas, parejas comi¨¦ndose la boca o ignor¨¢ndose en cuerpo y alma, y cr¨ªos poni¨¦ndolo todo perdidito de arena. A lo lejos, el vocero de la lonja pregonaba el g¨¦nero: ¡°Salmonetes vivos, pescadito de bah¨ªa, morralla para caldero¡± mientras la pe?a pasaba de su ch¨¢chara abducida por sus cascos, sus m¨®viles, sus pr¨®ximos, sus vidas. De esa guisa se hallaba una, despatarrada en la toalla refrescando Twitter por en¨¦sima vez en una hora, cuando me saltaron a la vez una alerta a los ojos y un exabrupto de la garganta. Atropello en las Ramblas, varios muertos y subiendo, chill¨¦ al aire, como dando la exclusiva y pidiendo p¨²blico yo sola. Alrededor, no se hizo de noche, no llovi¨® m¨¢s sangre que la derramada, nadie dijo nada m¨¢s all¨¢ de qu¨¦ horror, qu¨¦ pena, qu¨¦ hijos de puta, y volvi¨® a lo suyo. Al sol, al mar, al pr¨®jimo dentro y fuera de sus pantallas. Todos menos yo, que me tir¨¦ la tarde y la noche y los d¨ªas que siguieron ensartada al m¨®vil como el yonqui al pico, meti¨¦ndome en vena la ¨²ltima hora del asunto hasta que los m¨ªos me conminaron a quitarme de esa droga o retirarme la palabra.

Me cost¨® un monazo, pero, reduciendo dosis y frecuencia, logr¨¦ entender mejor lo que pasaba en el globo y, de paso, enterarme de lo que acontec¨ªa a un metro de mi cara. Henos aqu¨ª de nuevo, remando cada uno en su galera. La nuestra consiste en contar lo ¨²ltimo al segundo, es el oficio. Pero, visto lo visto ante un apocalipsis de veras, convendr¨ªa no olvidar que, salvo los muy adictos, nadie est¨¢ tan pendiente de ello como para parar su vida. Que, mientras matamos por dar un nanosegundo antes el ¨²ltimo tecnicismo de la desconexi¨®n de marras, la gente est¨¢ contando las horas para la salida del curro, los d¨ªas para el finde, las semanas para el puente, los meses para Navidad. Viviendo.