Empecinados
Nunca he sido una persona mit¨®mana, supongo que por temperamento pero tambi¨¦n por haber empezado a trabajar como periodista a los 19 a?os, lo cual me hizo conocer desde muy joven a gente famosa y comprobar que tienen los mismos agujeros que tenemos todos. De hecho, cuando advierto alg¨²n defecto en un personaje que admiro (por ejemplo, la gran Marie Curie fue una madre muy dura), a menudo a¨²n lo admiro m¨¢s, porque eso lo humaniza y le permite servir de verdadero modelo en esa lucha que siempre es la existencia. Por eso me alucina la urgencia que tanta gente parece sentir de construirse un altarcito de dioses personales, divinidades intocables a las que se aferran con la misma fe que un cristiano integrista. En 40 a?os de vida profesional, pocas veces he recibido vapuleos tan airados por parte de lectores como en tres ocasiones en las que escrib¨ª alg¨²n juicio cr¨ªtico sobre John Lennon, Michael Jackson y Lady Di. Y mis textos no hab¨ªan sido sangrantes, pero los fans no pudieron soportar la m¨¢s leve sombra en el aura luminosa de sus santos: los ¨ªdolos han de ser perfectos y sin m¨¢cula. Hay gente que parece no ser capaz de aguantar la existencia sin tener a mano alg¨²n diosecillo terrenal al que adorar. En un reportaje sobre los 20 a?os de la muerte de Lady Di, vi a una mujer que, por supuesto, no hab¨ªa conocido personalmente a la princesa, y que dec¨ªa: ¡°Fue el peor d¨ªa de mi vida¡±. Es llamativo, ?no? Sobrecoge el pozo sin fondo de su necesidad.
Estos extremos de mitificaci¨®n nos pueden parecer conmovedores o pat¨¦ticos y en cualquier caso inofensivos; pero es que por desgracia esa misma avidez de santos, y lo que es a¨²n peor, de para¨ªsos, se encuentra en muchos otros ¨¢mbitos sociales con consecuencias nefastas. Santo intocable es, por ejemplo, el Che Guevara, trepado a los altares en medio mundo; y, dado que los para¨ªsos tradicionales como la URSS, China o Cuba se han ido resquebrajando con el tiempo, un n¨²mero asombroso de personas en apariencia inteligentes y amables se aferran con recalcitrante ceguera a la invenci¨®n del ed¨¦n venezolano. Y, como sucede en todos estos procesos de mitificaci¨®n, da igual que la realidad desmienta su espejismo una y otra vez; que Venezuela sea un Estado en colapso, que haya violencia, torturas, desapariciones, asesinatos y el m¨¢s escandaloso pisoteo de los derechos democr¨¢ticos. Todo esto no importa nada, porque los prejuicios s¨®lo ven lo que quieren ver (ya lo dec¨ªa Einstein: ¡°?Triste ¨¦poca la nuestra! Es m¨¢s f¨¢cil desintegrar un ¨¢tomo que un prejuicio¡±), y porque no estamos hablando de ideas, sino de creencias. No nos encontramos en el territorio de la raz¨®n, sino de la fe.
Ya lo dec¨ªa Einstein: ¡°?Triste ¨¦poca la nuestra! Es m¨¢s f¨¢cil desintegrar un ¨¢tomo que un prejuicio¡±.
?Qu¨¦ m¨¢s tiene que suceder en Venezuela para que esos fieles devotos se caigan del caballo? ?Que descuarticen beb¨¦s en las plazas p¨²blicas? Me temo que ni aun as¨ª. El mes pasado, ?scar Puente, alcalde de Valladolid y nada menos que portavoz de la ejecutiva socialista, dijo en una entrevista que la crisis de Venezuela ¡°estaba sobredimensionada¡± y que era ¡°responsabilidad colectiva de los venezolanos¡± (le tuvo que corregir p¨²blicamente Lastra, la vicesecretaria general del PSOE, que habl¨® de los m¨¢s de 100 muertos en las protestas y de los 600 presos pol¨ªticos). En fin, Puente no es imb¨¦cil, o eso espero; pero dijo eso en lo m¨¢s ¨¢lgido del conflicto y de la represi¨®n, mientras corr¨ªa la sangre. ?Qu¨¦ se est¨¢n jugando personalmente los que se empecinan contra viento y marea en seguir creyendo en para¨ªsos inexistentes? Quiz¨¢ les alivie cierta culpa inconsciente de poseer m¨¢s que otros en este mundo de atroz desigualdad. O quiz¨¢ sean individuos m¨¢s fr¨¢giles y necesiten aferrarse a dogmas p¨¦treos para aguantar la desaz¨®n de vivir. Puede que sean rom¨¢nticos y demasiado inocentes, es decir, ignorantes; pero lo reprobable es que se niegan a ver la realidad (atr¨¦vete a saber, como dir¨ªa Kant). Y tambi¨¦n supongo que creer en un ed¨¦n terrenal alegra la vida, de la misma manera que la alegran los finales felices de Hollywood. No s¨¦, la verdad, no me lo explico, no acabo de entenderlo, pero resulta tr¨¢gico porque, bajo una supuesta defensa de una sociedad m¨¢s justa, terminan siendo c¨®mplices de tiranos.
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