Una carta llega de Barcelona
La llaman revoluci¨®n y no lo es. Es una revuelta contra la ley organizada por la derecha catalana despu¨¦s de un periodo vergonzoso de corrupci¨®n
Qui¨¦n iba a decir que llegar¨ªan estas cartas. ¡°Ya no puedo hablar con mis amigas. Se aferran a su idea y no permiten ni que se acerquen las m¨ªas. Desandar¨¦ el camino para marcharme¡±. O: ¡°S¨ª, qu¨¦ tristeza. Es como volver al t¨²nel del tiempo, a lo m¨¢s oscuro y siniestro de nuestra historia¡±. ¡°Tengo miedo¡±, dice otra carta. Una de ellas lleva pegado un poema, ¡°como si se hubiera escrito ahora¡±, de Jaime Gil de Biedma. ¡°De todas las historias de la Historia/ la m¨¢s triste sin duda es la de Espa?a/ porque termina mal. Como si el hombre, harto ya de luchar con sus demonios,/ decidiese encargarles el gobierno/ y la administraci¨®n de sus pobrezas¡±. ¡°Ando muy jodido, no quiero hablar, estoy paralizado. Y tengo miedo¡±, dice otra carta.
Cartas vienen de Barcelona. Qui¨¦n lo iba decir, semejante paisaje. En las televisiones, en las radios, en la prensa prospera una mentira desnuda: la llaman revoluci¨®n y no lo es. Es una revuelta contra la ley organizada por la derecha catalana despu¨¦s de un periodo vergonzoso de corrupci¨®n que denunci¨® Pasqual Maragall, al que callaron. No es una revoluci¨®n: se le adhirieron la CUP, las asambleas independentistas, y han vestido esto para el mundo de una revuelta que los estudiantes han abrazado con la ayuda de Assange y otros desaprensivos nacionales. La CUP, la que descabez¨® a Mas tras su empate infinito. Ahora parece la revoluci¨®n de los claveles, y los portan, ufanos, diciendo que pasado ma?ana, tras la rep¨²blica, tampoco estar¨¢ all¨ª la derecha. Como si en lugar de ideas hubieran comprado lej¨ªa. ¡°Ando muy jodido, no quiero hablar, estoy paralizado¡±.
¡°De todas las historias de la Historia¡¡± No es una revoluci¨®n. Ni hay una dictadura. ¡°No se grita en las calles que no hay democracia cuando realmente no hay democracia¡± (Eduardo Mendoza).
Para hacer que eso, que no hay democracia, se ponga sin freno en el disparo oscuro de las mentiras no s¨®lo ha estado Assange fabricando posverdad desde un cub¨ªculo; ha estado tambi¨¦n Pablo Iglesias, apelando a la patria, esa palabra de tantas contraindicaciones, y dici¨¦ndole al mundo, en compa?¨ªa de otros desavisados, que la derecha de aqu¨ª est¨¢ preparando la sangre. Y luego ha gritado ¡°viva Espa?a, visca Catalu?a¡±. Baila la yenka patri¨®tica, con Ada Colau. Han permitido los dos, entre otros voluntariosos, que parezca que la CUP es el frente revolucionario patri¨®tico de la Generalitat y han hecho creer al mundo que aqu¨ª hay una revoluci¨®n de izquierdas contra el Estado opresor en el que ellos gritan que hay dictadura, presos pol¨ªticos, y que habr¨¢ sangre por culpa, claro, del Partido Popular. Una revoluci¨®n popular contra el Estado de derechas. Todo el Estado y todo de Derechas.
Se han hecho lamentables escraches, y se ha elegido cu¨¢l nos gusta m¨¢s para restregarlo a los ojos del mundo. ¡°?Ven? Aqu¨ª hay dictadura?¡± La guerra de las banderas, tan lamentable, se presenta ahora como un oprobio que viene de un lado solo, como los escraches, como el encierro adrede de la guardia civil y sus coches quemados. Y cualquiera de estos ¨²ltimos t¨¦rminos de la comparaci¨®n se escuchan con conmiseraci¨®n: en un lado hay paz, claveles, en el otro hay hijos de puta. Entenderse as¨ª no lo logra nadie, ni la poes¨ªa. ¡°De todas las historias de la Historia¡¡± ¡°Estoy paralizado. Tengo miedo¡±. ¡°Lo m¨¢s oscuro y siniestro de nuestra historia¡±.
Las cartas de Barcelona llegan tristes. La Revoluci¨®n envasada al vac¨ªo est¨¢ presta para ser descorchada. Los que quieren escribir la Historia, los que han contribuido a hacer de la mentira verdad (es Revoluci¨®n contra la Dictadura), miran sentados el resultado de la ruina. Cuanto peor mejor. Ya adivinan su fruta, la que cae como las manos tristes sobre las cartas que llegan de Barcelona.
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