La moda se enamora de lo normal
CORR?A JUNIO de 1997 y la revista The Face celebraba la ¨²ltima tendencia con reverencia casi filos¨®fica: ¡°Te hace sentir fresco, limpio y sano. Es el uniforme de la gente que no lleva uniforme¡±. El or¨¢culo brit¨¢nico que dictaba mensualmente qu¨¦ estaba de moda, qu¨¦ estaba fuera y qu¨¦ volver¨ªa pasado ma?ana se refer¨ªa al khaki. El khaki, ese tejido de gabardina beis con el que se hacen los chinos, pantal¨®n que uno asocia a la clase media y a la mediana edad, y justo el que no se suele ver ni en un desfile ni en un club. En esa ¨¦poca la industria de la moda estaba saturada de tendencias radicales y vio la luz en la normalidad. ¡°La mayor¨ªa de los chicos quieren que les consideren hombres, pero visten como eternos estudiantes¡±, razonaba la publicaci¨®n. Para ellos, Calvin Klein o Ralph Lauren lanzaron l¨ªneas de difusi¨®n con las que llenar sus armarios de b¨¢sicos de marca. No solo chinos, sino tambi¨¦n sudaderas, vaqueros y camisetas. Frescos, limpios y sanos. Como los personajes de una serie familiar.
Esta temporada, dos d¨¦cadas despu¨¦s, la normalidad ha vuelto a la primera plana de la moda. La colecci¨®n de Balenciaga es una reflexi¨®n ir¨®nica sobre los arquetipos indumentarios que pueden convivir en un gran edificio de oficinas: desde los trajes de los directivos hasta los plum¨ªferos de los mensajeros, pasando por las sudaderas de los dise?adores gr¨¢ficos (para subrayar la cuesti¨®n, la sala donde tuvo lugar la presentaci¨®n, el pasado enero en Par¨ªs, estaba forrada de moqueta gris y amueblada con anodinas sillas de oficina). Mientras, Dries Van Noten firma una s¨®lida colecci¨®n de b¨¢sicos sobredimensionados. Y Miuccia Prada hurga en el estilo estudiantil de los a?os setenta y saca conclusiones fascinantes por lo inocuas: su apuesta de la temporada es un pantal¨®n de pana con jersey de pico y camisa azul.
Algunos ven en este gusto por la normalidad un b¨¢lsamo, algo controlable en un mundo imprevisible.
Por supuesto, vista de cerca, la ropa de estas colecciones no tiene nada de normal. Los trajes de Balenciaga son una parodia de lo m¨¢s aburrido del mercado y tienen los hombros exagerados y el tiro muy bajo. Sus sudaderas son extragrandes y los jers¨¦is con logo, aunque parecen parte del uniforme de una contrata de mantenimiento, copian la gr¨¢fica de Bernie Sanders y tienen la parte trasera separada del el¨¢stico, de forma que la espalda adquiere un volumen parecido al de una bomber. La ropa de Dries Van Noten es una interesante versi¨®n, con los patrones revisados y sensibilidad punk, de algo que podr¨ªas haber encontrado en un mercadillo. Y lo que hace Prada tambi¨¦n parece de segunda mano, pero solo de lejos: los remates de piel y las proporciones ligeramente alteradas de sus cazadoras de pa?o forman parte del saber hacer de la primera divisi¨®n del lujo. Un lujo que, seg¨²n declaraba la dise?adora a la revista Vogue, era una respuesta ¡°a la grandilocuencia de la moda. Quer¨ªa ir al extremo opuesto. Hacer algo m¨¢s humano, m¨¢s simple, m¨¢s real¡±. M¨¢s real, pero apto para unos pocos.
Que la moda de hombre intente huir de la extravagancia no es nuevo. De hecho, no ser¨ªa noticia si no fuera porque forma parte de un movimiento m¨¢s amplio que trasciende la pasarela, y que engloba la urgencia de la industria por acercarse a una clientela nueva que se parece poco a las anteriores y el auge de la ropa de la calle. Por ropa de la calle se entiende streetwear: una constelaci¨®n de firmas independientes nacidas entre aficionados al skate, en contacto con la vanguardia del arte y la m¨²sica, especializadas en camisetas y sudaderas que producen en cantidades reducidas. La brit¨¢nica Palace Skateboards o la estadounidense Supreme son dos buenos ejemplos de las dimensiones de este fen¨®meno. La primera ha decidido responder al fan¨¢tico deseo por su producto reduciendo a¨²n m¨¢s sus canales de venta y la segunda ha colaborado con Louis Vuitton en una colecci¨®n de ropa y accesorios de la que, por supuesto, ya no queda nada.
Los b¨¢sicos pueden abrir la puerta de esa deseada cartera de clientes j¨®venes, pero la b¨²squeda de credibilidad callejera siempre ha sido un asunto espinoso.
Los b¨¢sicos pueden abrir la puerta de esa deseada cartera de clientes j¨®venes, pero la b¨²squeda de credibilidad callejera siempre ha sido un asunto espinoso para el establishment. A finales de los a?os noventa, cuando las marcas grandes copiaron el agresivo atuendo que cultivaba cierta juventud urbana ¡ªpantalones de combate, zapatillas futuristas y aparatosos plum¨ªferos¡ª, se les acus¨® de impostura. Que la moda adoptara esa est¨¦tica era ¡°el equivalente actual a Mar¨ªa Antonieta jugando a ser campesina¡±, dijo el periodista James Sherwood en The New York Times. El dise?ador que se concentr¨® en la ropa cotidiana y cambi¨® las normas del juego sorteando la apropiaci¨®n fue el vanguardista austriaco Helmut Lang. Michael Kardamakis, propietario de Endyma Garments, una tienda online especializada en ropa vintage del creador, explica su influencia: ¡°Tom¨® las prendas que todo el mundo tiene y las convirti¨® en moda de primer orden. Sus vaqueros eran como los Levi¡¯s 501, pero m¨¢s favorecedores, y los fabricaba en acabados nunca vistos. Sus camisetas pasaban por un proceso que las hac¨ªa m¨¢s suaves, como si hubieran sido usadas durante a?os. Su sastrer¨ªa era atemporal, pero conten¨ªa subtextos, como un arn¨¦s oculto en el interior¡±. El austriaco se retir¨® de su marca en 2005, pero su influencia est¨¢ en todas partes. La firma que lleva su nombre acaba de desfilar en Nueva York con un nuevo dise?ador, Shayne Oliver, y ha lanzado una serie de reediciones de los cl¨¢sicos con los que el fundador cambi¨® la cara de la moda hace 20 a?os.
Algunos ven en este presunto gusto por la normalidad un b¨¢lsamo, algo controlable en un mundo catastr¨®fico e imprevisible. Dries Van Noten, por ejemplo, describ¨ªa su colecci¨®n como ¡°optimista¡±. Otros no ven m¨¢s que una tendencia c¨ªclica, una pirueta esnob y una oportunidad para vender sudaderas m¨¢s caras de la cuenta a un consumidor joven o inconsciente, o las dos cosas a la vez. Tambi¨¦n puede que, sencillamente, todo esto sea la respuesta del mundo de la moda a un cambio en nuestras costumbres: si la relajaci¨®n de los c¨®digos indumentarios ha convertido los b¨¢sicos del fin de semana en la nueva ropa de diario, tiene sentido que se nos ofrezcan m¨¢s y mejor. El dise?ador irland¨¦s Jonathan Anderson, famoso por no llevar las controvertidas prendas que dise?a, certific¨® la tendencia en su ¨²ltimo desfile, el de la pr¨®xima primavera, lleno de camisetas, jers¨¦is y vaqueros. ¡°Esta es ropa que s¨ª me quiero poner¡±, dijo en el backstage. Incluso es posible que estemos ante una tendencia de mucho m¨¢s recorrido. Que, desde aquella revoluci¨®n de los noventa, las cosas no hayan cambiado tanto. Kardamakis secunda esta opini¨®n: ¡°?Acaso los b¨¢sicos han dejado de ser relevantes en alg¨²n momento?¡±.
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