El ¡®Volksgeist¡¯ catal¨¢n
Nadie en el mundo duda de la identidad cultural catalana. Pero esa Catalu?a est¨¢ en vilo y puede perderse debido al poder de sus propios demonios y fantasmas. El ¡®nosotros¡¯ del independentismo es imperioso y excluye a los otros
¡°No hay m¨¢s personas que las f¨ªsicas. Es siempre la primera persona del singular la que habla como primera persona del plural. Es siempre un yo el que dice nosotros¡±: Gabriel Zaid
Isaiah Berlin, uno de los grandes liberales del siglo XX, cre¨ªa en las personas individuales (¨²nicas personas reales, ¨²nicas personas no metaf¨®ricas ni abstractas). Cre¨ªa en el ¡°yo¡± no ego¨ªsta (o consciente y cr¨ªtico de su ego¨ªsmo). Cre¨ªa en el yo libre, responsable y solidario. Al mismo tiempo, y sin contradicci¨®n, cre¨ªa que el ¡°yo¡± pod¨ªa enriquecerse en la construcci¨®n imaginaria de un ¡°nosotros¡± ligado a una lengua, unas costumbres, un estilo de vida, ¡°una tradici¨®n que proviene de una experiencia hist¨®rica compartida¡±.
En su libro Vico y Herder (1976), Berlin enriqueci¨® al liberalismo con el valor de la pluralidad cultural. Como un rom¨¢ntico del siglo XIX, Berlin se enamor¨® del ideal herderiano y cre¨ªa que las culturas no estaban predestinadas a pelear eternamente entre s¨ª. En una conversaci¨®n de 1992 de Berlin con el gran editor estadounidense Nathan Gardels, este le record¨® que, en el siglo XX, ¡°el Volksgeist se convirti¨® en el Tercer Reich¡±, a lo que Berlin respondi¨®: ¡°He vivido el peor siglo que Europa haya tenido jam¨¢s. En mi vida han sucedido m¨¢s cosas terribles que en ninguna otra ¨¦poca de la historia. Peores a¨²n, sospecho, que en la ¨¦poca de los hunos¡±. No obstante, confiaba en que el problema de la convivencia entre culturas se hab¨ªa superado en las naciones que ¨¦l llamaba ¡°satisfechas¡±: Estados Unidos, Europa, Australia, Jap¨®n. En la periferia del antiguo mundo colonial y subdesarrollado ¡ªagreg¨®¡ª ¡°cabe esperar que los diversos pueblos se cansen de pelear y la corriente de sangre se detenga o amaine¡±. Ese era el panorama que vislumbraba para el siglo XXI: ¡°No deseo abandonar la creencia de que el mundo puede ser un ordenado tapiz de diversos colores, en el que cada fragmento desarrolle su propia y original identidad cultural y sea tolerante de las dem¨¢s. No es un sue?o ut¨®pico¡±.
Este independentismo renuncia al ¡°m¨ªnimo de valores universales¡± que ped¨ªa Isaiah Berlin
Seg¨²n John Gray, hab¨ªa una contradicci¨®n inherente en el pensamiento de Berlin. Por un lado, cre¨ªa en el pluralismo de valores y ten¨ªa una concepci¨®n historicista de la naturaleza humana; por otro, cre¨ªa en las reivindicaciones universalistas del liberalismo cl¨¢sico. Pero si hay de verdad ¡ªdice Gray¡ª un pluralismo de valores, ?no es la libertad un valor m¨¢s entre otros?
La libertad no es un valor m¨¢s entre otros, pensaba Berlin (y con ¨¦l buena parte de la tradici¨®n filos¨®fica y a¨²n religiosa de Occidente). La libertad es el valor natural y esencial del ser humano. Pero Berlin era el primero en reconocer que el edificio de la pluralidad depend¨ªa de una condici¨®n necesaria: la aceptaci¨®n universal de un ¡°m¨ªnimo de valores¡±. S¨®lo ese acuerdo pod¨ªa mantener al mundo en orden: ¡°De otro modo estaremos destinados a perecer¡±. Berlin muri¨® en paz, confiando en que ese ¡°m¨ªnimo de valores¡± ¡ªfincado en la libertad individual¡ª pod¨ªa alcanzar una ¡°aceptaci¨®n universal¡±.
El siglo XXI lo ha desmentido (parcialmente) en casos previsibles como el fundamentalismo isl¨¢mico, cuya identificaci¨®n con los valores de la Ilustraci¨®n universal es pr¨¢cticamente nula y quiz¨¢ imposible. El renacimiento del racismo europeo y el nativismo estadounidense son otros casos no menos lamentables aunque quiz¨¢ reversibles (a mediano plazo) de rechazo a aquellos ¡°m¨ªnimos valores universales¡±. Pero hay un caso reciente que a Isaiah Berlin, estoy seguro, le habr¨ªa parecido no solo lamentable sino incomprensible: el Volksgeist catal¨¢n.
Catalu?a debe definirse como un espacio plural, solidaria con la naci¨®n de la que forma parte
Nadie en el mundo ¡ªlo digo casi sin hip¨¦rbole¡ª duda de la identidad cultural catalana. Est¨¢ en su lengua, en sus maravillosas ciudades y pueblos, en su estilo arquitect¨®nico, en sus costumbres culinarias, en sus bailes, en su m¨²sica y en su paisaje. Est¨¢ en el temple de su gente, en sus nobles ciudades romanas, sus reminiscencias jud¨ªas, sus historias medievales, renacentistas, ilustradas y modernas. Est¨¢ en sus escritores y pensadores. Barcelona fue la patria de tantos escritores de nuestra lengua que (bajo la sombra generosa de Carmen Balcells) escribieron ah¨ª sus obras maestras. Esa identidad cultural est¨¢ en el equipo de f¨²tbol en cuyas filas han militado estrellas de varios pa¨ªses (desde el legendario Kubala hasta el prodigioso Messi) y cuyos colores azulgrana visten con ilusi¨®n y orgullo ni?os de todo el planeta. Esa es la Barcelona que todos queremos y visitamos.
Esa Catalu?a est¨¢ en vilo y puede perderse (para Espa?a, para Europa, para s¨ª misma) no por la opresi¨®n de un poder ajeno sino por el poder de sus propios demonios, de sus propios fantasmas. Al renunciar a ese ¡°m¨ªnimo de valores universales¡± del que hablaba Berlin, al voltear la espalda al derecho, la ley y la libertad conquistadas en 1975 (tras una terrible guerra civil y una ominosa dictadura), se malogra d¨ªa con d¨ªa el sue?o de una Catalu?a libre y plural.
Los catalanes de pu?o en alto recuerdan a los fan¨¢ticos del Volksgeist alem¨¢n. Para ellos la identidad no es un acervo cultural que hay que preservar sin exclusi¨®n de otros (en di¨¢logo con ellos), sino un arma pol¨ªtica que debe utilizarse para excluir a los otros, a lo otro. Su ¡°nosotros¡± no es libre, responsable y solidario. (Solidaria fue la respuesta espa?ola tras los atentados del Estado Isl¨¢mico). Su ¡°nosotros¡± es imperioso. No se define por lo que afirma sino por lo que niega. Su ¡°nosotros¡± no es cultural sino pol¨ªtico. Su nosotros no es patri¨®tico, es nacionalista.
Otro c¨¦lebre escritor brit¨¢nico, hombre que prob¨® su amor a la libertad no s¨®lo en libros y ensayos sino con las armas en la mano, describi¨® la diferencia en sus Notas sobre el nacionalismo. ¡°El nacionalismo no debe confundirse con el patriotismo (¡) aluden a dos cosas diferentes, incluso opuestas. Por patriotismo entiendo la devoci¨®n por un lugar determinado y por una determinada forma de vida que uno considera los mejores del mundo, pero que no tiene deseos de imponer a otra gente. El patriotismo es defensivo por naturaleza, tanto militar como culturalmente. El nacionalismo, en cambio, es inseparable del deseo de poder, el prop¨®sito constante de todo nacionalista es obtener m¨¢s poder y m¨¢s prestigio, no para s¨ª mismo, sino para la naci¨®n o entidad que haya escogido para diluir en ella su propia individualidad¡±.
Orwell escribi¨® esas l¨ªneas siete a?os despu¨¦s de defender la libertad en Catalu?a, de Espa?a, de Europa, de Occidente. Estar¨ªa avergonzado de lo que la corriente de sangre que marca los pasos y late en los gestos de los catalanes que siguen a su peque?o F¨¹hrer. Ojal¨¢ Catalu?a recapacite y opte por definirse como una identidad plural: devota de la cultura propia, pero libre, responsable y solidaria con la naci¨®n de la que forma parte.
?Enrique Krauze es escritor y director de la revista Letras Libres.
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