Aspirar a un gran pasado

La periodista Marta Garc¨ªa Aller ha publicado El fin del mundo tal y como lo conocemos. No se trata de una invitaci¨®n a la aventura, emulando a Julio Verne, sino a abrir los ojos ante la realidad. El futuro, como intuy¨® Valery, nunca es lo que era, pero se ha acelerado la mutaci¨®n. Cada d¨ªa dejamos atr¨¢s una parte del mundo en el que viv¨ªamos. Los vendedores de enciclopedias, como el videoclub o el fax, son cosas de otro siglo. El dinero va camino de su final; en Suecia ya se paga el donativo de la Iglesia con tarjeta y pronto todo se har¨¢ por m¨®vil. Los coches sin conductor jubilar¨¢n los sem¨¢foros, aunque parezcan tan eternos como parec¨ªa el Imperio Austro-h¨²ngaro. Bloomberg calcula que en 2025 habr¨¢ m¨¢s de doscientos millones de coches sin conductor, ya cibersecuestrables hacke¨¢ndolos, como se puede hackear un cepillo de dientes. Es la modalidad del siglo XXI de los salteadores. La robotizaci¨®n jubilar¨¢ a muchos trabajadores. Al 47%, seg¨²n Benedikt&Osborne (Oxford). ¡°Todo lo que pueda hacer un algoritmo, acabar¨¢ haci¨¦ndolo¡±. Ya empiezan a caer incluso tareas de chaqueta y corbata. Somos la ¨²ltima generaci¨®n m¨¢s inteligente que sus m¨¢quinas. Y por supuesto est¨¢ el fin de la privacidad. La huella de nuestros gustos, horarios, movimientos... en definitiva, todo, desde el consumo de porno a la marca de coche, de los viajes a las pasiones... todo se sabe y est¨¢ en manos de ¡°brokers de datos¡±. Es el oro azul. Eso lo cambia todo, tambi¨¦n la pol¨ªtica. Trump ya llev¨® al ¨¦xito el uso de datos de millones de votantes para crear propaganda. El Big Data fue parte de su victoria.

Tomar el pulso al siglo XXI sirve tambi¨¦n para tomar conciencia de las fuerzas regresivas m¨¢s anacr¨®nicas ante el progreso, como el nacionalismo catal¨¢n. Es dif¨ªcil algo m¨¢s involucionista en esta Europa construida contra esa idea. A estas alturas al menos hubiera resultado l¨®gico descubrir que el independentismo opera con esas herramientas tecnol¨®gicas de ¨²ltima generaci¨®n en su delirante ingenier¨ªa social para marcar a los traidores (¡°assenyalem-los¡±) con su particular cruz amarilla digital. Lejos de eso, solo entienden que hay buenos patriotas indepes o malos catalanes a los que estigmatizar desde las escuelas infantiles. Se han sorprendido del ¨¦xito de la manifestaci¨®n del 8-O o de la fuga de empresas porque est¨¢n fuera de la realidad tratando de dar sentido a una ficci¨®n anacr¨®nica. D¨ªas atr¨¢s agitaban las redes con emoci¨®n al cantar Els Segadors en El Liceo; y es dif¨ªcil una estampa m¨¢s t¨ªpicamente decimon¨®nica, como aquellos italianos que cantaban el Va pensiero del Nabuco de Verdi ¡ª¡°oh mia patria si bella e perduta¡±¡ª para desafiar a los austr¨ªacos. Est¨¢n empe?ados en un movimiento nacionalista t¨ªpicamente rom¨¢ntico: cada lengua una naci¨®n. Siguen aferrados a los mitos decimon¨®nicos de la Renaixen?a. No asumen que ese esp¨ªritu del XIX choca con la l¨®gica del siglo XXI en sociedades diversas y complejas. A¨²n parecen noqueados por las advertencias severas de Europa, sin asimilar que su nacionalismo supremacista es, como lo ha ridiculizado Charlie Hebdo, otra religi¨®n integrista. Pero en definitiva ellos parecen no aspirar a un gran futuro, sino a un gran pasado.