Apagando fuegos
HE TENIDO LA suerte de vivir la Transici¨®n, un periodo tenso y dif¨ªcil (?cu¨¢nto miedo pasamos!), pero tambi¨¦n un tiempo de grandeza en el que los espa?oles optamos por la generosidad y por el acuerdo. Hartos de llevar siglos mat¨¢ndonos los unos a los otros, decidimos cambiar nuestro destino feroz y darle la mano al oponente. Ahora algunos que no vivieron aquello critican fr¨ªvolamente lo conseguido; lo cierto es que ten¨ªamos todas las papeletas para sumirnos en una carnicer¨ªa como la de Yugoslavia, pero esa actitud conciliadora nos permiti¨® salir de nuestra anomal¨ªa pol¨ªtica y desarrollar una democracia que hoy es lo suficientemente fuerte como para proponer, por ejemplo, la derogaci¨®n de la Ley de Amnist¨ªa de 1977. Fue un momento de gracia de nuestra historia.
Ahora, en cambio, estamos en un momento de desgracia. Y debo decir que se nos da muy bien, que la inquina y el aborrecimiento mutuo parecen formar parte de nuestro ADN. Gerald Brenan, en su famoso libro El laberinto espa?ol, ya hablaba en 1943 del individualismo salvaje de los espa?oles y de c¨®mo est¨¢bamos atomizados en tribus que no hac¨ªan m¨¢s que atizarse las unas a las otras. Nuestro infatigable cainismo ha llamado la atenci¨®n de los intelectuales europeos desde hace siglos. El franc¨¦s Bartolom¨¦ Joly, que viaj¨® por Espa?a entre 1603 y 1604, escribi¨®: ¡°Entre ellos, los espa?oles se devoran, prefiriendo cada uno su provincia a la de su compa?ero¡±. Y el ingl¨¦s Richard Ford (1796-1858), que nos visit¨® repetidas veces, dijo: ¡°Cada espa?ol piensa que su pueblo o su provincia es lo mejor de toda Espa?a, y ¨¦l, el ciudadano m¨¢s digno de atenci¨®n. Desde tiempos muy remotos, a todos los observadores les ha sorprendido este localismo, consider¨¢ndolo como uno de los rasgos caracter¨ªsticos de la raza ¨ªbera, que nunca quiso uniones (¡) ni consinti¨® en sacrificar su inter¨¦s particular en aras del bien general¡±. Es como si no nos cupiera en la cabeza un concepto del bien com¨²n que fuera m¨¢s complejo que el de la horda.
Bartolom¨¦ Joly, que viaj¨® por Espa?a entre 1603 y 1604, escribi¨®: ¡°Entre ellos, los espa?oles se devoran, prefiriendo cada uno su provincia a la de su compa?ero¡±.
Y as¨ª estamos ahora, devor¨¢ndonos. Hace dos a?os saqu¨¦ un art¨ªculo a favor de un refer¨¦ndum en Catalu?a. Lo escrib¨ª tras las elecciones auton¨®micas de septiembre de 2015, que Mas present¨® como plebiscitarias sobre la independencia. Las perdi¨®: el bloque independentista s¨®lo sac¨® el 47,8% de los votos. Pero ?qu¨¦ victoria tan p¨ªrrica la del 52,2% mayoritario! Personalmente creo que el nacionalismo es una opci¨®n retr¨®grada, pero a una sociedad tan dividida hay que darle un campo de juego pol¨ªtico lo suficientemente amplio como para poder llegar a un consenso. Y un refer¨¦ndum legal y pactado a lo Quebec podr¨ªa haber sido una salida.
Estoy escribiendo este art¨ªculo el 1-O (tarda 15 d¨ªas en imprimirse) con el ¨¢nimo aterido y con una inmensa pena que no cre¨ª que volver¨ªa a sentir por este pa¨ªs. Ha empezado la temible y previsible violencia, que siempre es sufrida por la gente de la calle y que favorece a los instigadores del soberanismo: ya tienen su ¨¦pica. Y me temo que esto s¨®lo puede ir a peor. Los independentistas braman diciendo que es un problema de democracia (de hecho, al n¨²cleo nacionalista duro se han unido un mont¨®n de insatisfechos con nuestro, en efecto, insatisfactorio sistema), y lo terrible es que muchas otras personas, como yo, tambi¨¦n creemos que es un problema de democracia, es decir, de un refer¨¦ndum ilegal que pisotea zafiamente los derechos m¨¢s b¨¢sicos. Arde tanto la furia que a estas alturas del art¨ªculo ya me parece o¨ªr los insultos que me estar¨¢n dedicando mis oponentes, ya siento llegar las heladas olas de su odio. Y ?saben qu¨¦? Lo peor es que es f¨¢cil, demasiado f¨¢cil, meterse en esas aguas negras y dejarse llevar. Yo tambi¨¦n podr¨ªa insultarles, reclamarles, echarles en cara, detestarles. Podr¨ªamos discutir interminablemente de deudas y afrentas y remontarnos en nuestro historial de agravios hasta los cartagineses. Pero ?para qu¨¦? Yo s¨®lo s¨¦ que compa?eros de trabajo catalanes que hace seis meses sal¨ªan a tomar copas, ahora se odian entre s¨ª. ??se es un proyecto de sociedad, un proyecto de futuro? ?Qu¨¦ les diremos a nuestros descendientes sobre nuestro papel en esta locura? ?Queremos ser de los que a?aden le?a al fuego o de los que intentan apagarlo?
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