Alguien que escucha
ESTOY EN LA PEQUE?A pero formidable feria del libro de Gaillac, un precioso pueblo franc¨¦s cercano a Albi. La feria, que dura dos d¨ªas, est¨¢ plantada en una plaza, un mont¨®n de carpas alegres y blancas. Aqu¨ª nos sentamos nada m¨¢s y nada menos que 70 autores tras nuestros libros (un enorme plantel para una feria as¨ª). Por las tardes se anima, pero por las ma?anas hace un fr¨ªo pel¨®n y, mientras nos encaminamos hacia una probable cistitis, nos pasamos horas sin vender un col¨ªn. Bueno, exagero: de cuando en cuando se acerca alguien y te compra una novela, y entonces t¨² te sientes tan agradecida que inmediatamente le pedir¨ªas en matrimonio, independientemente de su edad y su sexo. En realidad somos como feriantes de los mercados callejeros, feriantes vendiendo calcetines y bragas de palabras.
Tiene su gracia este regreso a la compraventa m¨¢s b¨¢sica, al arte como un modesto exudado de la realidad cotidiana. Hoy en esta plaza de Gaillac ofrezco libros en un puesto como podr¨ªa ofrecer manzanas, porque ambas cosas nos sirven para mantenernos con vida. Hace dos d¨ªas me preguntaban en Toulouse si las novelas pueden proporcionarnos salidas y consejos en los momentos de profunda zozobra como el que vivimos (escribo este texto, que tarda dos semanas en imprimirse, un d¨ªa antes de la supuesta declaraci¨®n de independencia) y yo contest¨¦ que no, si de lo que estamos hablando es de una f¨®rmula de urgencia para vadear la crisis. Uno no escribe para ense?ar nada, escribe para aprender, para intentar poner un poco de luz en las tinieblas de lo que somos. El sentido de escribir novelas es la b¨²squeda del sentido de la existencia, y no podemos traicionar esa ambici¨®n pura de conocimiento para dar doctrina, por muy bien intencionada que esa doctrina sea.
Nos creemos tan a salvo de todo que a veces hasta nos pensamos inmortales, cuando lo cierto es que la realidad es un tembloroso castillo de naipes.
Y, sin embargo, no me cabe la menor duda de que los libros nos salvan la vida y nos ayudan, justamente, a sobrellevar los momentos m¨¢s duros. Dec¨ªa Camus que el arte en general, y la literatura en particular, era nuestra mayor arma contra el horror. Siempre me ha maravillado esa foto de 1941 de una biblioteca londinense destruida por las bombas nazis. El techo se ha ca¨ªdo, formando una colina de cascotes en mitad de la sala. Pero tres paredes siguen en pie, cubiertas a¨²n de estanter¨ªas y de libros, y cuatro hombres est¨¢n distribuidos por la precaria ruina, mirando los lomos, ojeando alg¨²n volumen, absortos en lo que hacen. Podr¨ªa pensarse que andan buscando algo con lo que evadirse de su situaci¨®n, pero yo creo que est¨¢n haciendo justo lo contrario: no leen para olvidar, sino para luchar contra la oscuridad. Porque en la continuidad de los libros y en la complicidad con tantas otras personas que, lejos en el tiempo y en el espacio, apostaron por la sensatez y la convivencia reside la esperanza de un futuro luminoso pese a todo. La larga trenza que a lo largo de los siglos formamos los lectores y los escritores (que tambi¨¦n somos lectores) es la cuerda que nos saca del pozo.
Los ciudadanos del llamado primer mundo vivimos dentro de un espejismo de seguridad. Nos creemos tan a salvo de todo que a veces hasta nos pensamos inmortales, cuando lo cierto es que la realidad es un tembloroso castillo de naipes, un reflejo en el agua que una simple piedra puede destruir. Mientras escribo esto, mis amigos de la hermosa isla de Puerto Rico llevan tres semanas sin luz en un 90% de la poblaci¨®n, sin agua potable en un 65%. El hurac¨¢n Mar¨ªa abras¨® la isla como un fuego; no queda ni una hoja, ni un verdor; la gente vive entre las ruinas sin techo de sus casas, expuesta a las enfermedades, el hambre, la sed, la inseguridad. Es como un ensayo general del apocalipsis. El mundo conocido puede desaparecer en un segundo, por un soplido de ogro de la naturaleza o por un despertar del monstruo interior, como sucedi¨® en Yugoslavia, cuando viejos y amables vecinos comenzaron a sacarse literalmente las tripas los unos a los otros. Vivimos a un paso del abismo.
Por eso me conmueve esta preciosa y peque?a feria con su empe?o de encender de palabras la oscuridad. Porque en lo peor de la noche siempre nos salva la poderosa magia que los libros encierran, a saber: alguien que necesita compartir y alguien que escucha.
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