?Por qu¨¦ Jack Reed escribi¨® la mejor cr¨®nica de la Revoluci¨®n Rusa?
HABLAN DE LA CR?NICA, insisten en la cr¨®nica, dan la tabarra con la cr¨®nica. Y lo dicen como si hubiera empezado antes de ayer, cuando empez¨® mucho antes de ayer. Herodoto, C¨¦sar, Ibn Battuta, ?lvar N¨²?ez, Sterne o Stendhal ¡ªpor ejemplo¡ª son cronistas bastante extraordinarios. Pero a ninguno le toc¨® contar algo tan decisivo como a John Silas Reed.
Lo llamaron John pero lo llamaban Jack; hab¨ªa nacido el 22 de octubre de 1887 en una mansi¨®n de Portland, Oreg¨®n, rodeado de sirvientes chinos y ni?eras inglesas, el hijo de la hija de un empresario millonario. Le pagaron los gustos: cuando cumpli¨® 18 a?os lo mandaron a Harvard y all¨ª ¡ªalto, guapo, simp¨¢tico¡ª entr¨® en todos los clubes, practic¨® todos los deportes, escribi¨® en todas las revistas. Pero tambi¨¦n fue a reuniones del peque?o grupo socialista, y ese detalle le cambi¨® la vida.
Por eso, cuando se gradu¨®, en lugar de irse a Europa como un ?dandi, se fue empleado en un barco ganadero; por eso, cuando volvi¨®, se instal¨® en el Village de Nueva York y reporte¨® para revistas iracundas y escribi¨® poemas. Y se mezcl¨® con huelgas de trabajadores y lo arrestaron cuatro o cinco veces y viaj¨® a contar la revoluci¨®n mexicana y se cas¨® con Louise Bryant, una escritora feminista, y mantuvieron una pareja casi abierta y ¨¦l volvi¨® a ?Europa a ver la guerra y escribi¨® que era una pelea de capitalistas donde mor¨ªan obreros y cuando su pa¨ªs entr¨® en ella se opuso con vehemencia y lo pag¨® en repudios y maltratos. Pero nada de eso ser¨ªa memorable si no hubiera tenido la astucia de entender d¨®nde val¨ªa la pena estar: all¨ª suele estar la diferencia.
(Jack Reed era un hombre en busca de un destino; a m¨ª me cuesta no pensarle la cara bonita de Warren Beatty, que, a principios de los ochentas, dirigi¨® y protagoniz¨® una pel¨ªcula sobre su vida, Reds, que gan¨® tres Oscar, que se rod¨® en Espa?a ¡ªy en la que trabaj¨¦ como extra, un campesino ruso que cantaba a los gritos La Internacional).
All¨ª vio los hechos, habl¨® con los protagonistas, entendi¨® los mecanismos, escribi¨® un libro inolvidable. .
En agosto de 1917 Reed y Bryant viajaron a San Petersburgo ¡ªque entonces ya se llamaba Petrogrado¡ª para ver de cerca el movimiento que hab¨ªa tumbado al zar seis meses antes. Todo era confusi¨®n, todo esperanza ¡ªy pretend¨ªan contarlo. Reed estaba all¨ª en octubre de 1917, cuando la revoluci¨®n bolchevique le dio una forma nueva al mundo. All¨ª vio los hechos, habl¨® con los protagonistas, entendi¨® los mecanismos, escribi¨® un libro inolvidable.
Lo titul¨® Ten Days that Shook the World ¡ª¡°Diez d¨ªas que conmovieron al mundo¡±¡ª y sigue siendo un modelo, y sigue siendo el mejor relato sobre ese intento tan exitoso que despu¨¦s fall¨® con tal estruendo. No era, por supuesto, neutral: el periodismo nunca lo es, no puede serlo. Fue hace justo un siglo ¡ªy ni el tiempo ni las revoluciones nos han convencido todav¨ªa de que cien a?os son s¨®lo una convenci¨®n, que da lo mismo. Fue hace justo un siglo, y ese dato menor sirve para volver a la pregunta del mill¨®n: que c¨®mo fue que tan buenas intenciones dieron tan malos resultados.
Jack Reed nunca lleg¨® a pregunt¨¢rselo. Hab¨ªa cumplido 30 a?os en medio del triunfo bolchevique, pero no lleg¨® a cumplir 33: cinco d¨ªas antes, el 17 de octubre de 1920, se muri¨® en un hospital de Mosc¨² y lo enterraron ¡ªhonor de los honores¡ª en el Kremlin. Dej¨® su reportaje para mostrarnos, entre otras cosas, que ni en periodismo ni en pol¨ªtica hacemos nada nuevo. En pol¨ªtica ni siquiera lo creemos; en periodismo a veces s¨ª, y lo llamamos cr¨®nica. Herodoto se r¨ªe como loco en un mes¨®n de Halicarnaso.
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