Carlos Barral ante el buz¨®n de correos
El escritor y editor fue campe¨®n de coloquios virtuales, cuando no hab¨ªa ni puente a¨¦reo ni Ave, sino voluntad de entendimiento, alegr¨ªa de encontrarse
![Carlos Barral.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/E4C5K3QZ524DVKCMM2375DYRZM.jpg?auth=0485b04b21e1d1d306fff8fa8ce589370c206a3184c7ecc416b4695c7b947308&width=414)
Carlos Barral en 1989. Acaba de ser lanzado por el Senado, donde fue capital su contribuci¨®n a la legislaci¨®n sobre derechos de autor, a la penitencia exterior. No lo eligieron por Tarragona, su lugar en la pol¨ªtica, y se dispone a escribir, junto a un vaso de agua, su carta de despedida al presidente de la alta C¨¢mara, Juan Jos¨¦ Laborda, socialista como ¨¦l. Ya bebe menos de la cuenta, de hecho esa noche tan solo bebi¨® un vaso de vino blanco, seco, pero esa tarde, en su casa oscurecida del oto?o de Barcelona, es un esqueleto elegante y descuidado que redacta una carta como si estuviera escribiendo Metropolitano o A?os de penitencia.
Carlos Barral, editor por casualidad
![](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/QYKCJGZJCCZ2IKUIEELU77GF3Q.jpg?auth=2139909c009c49ad33fefded446fa536967ad145105b778f047c159e9c5be00d&width=414&height=233&smart=true)
Carlos Barral ten¨ªa 61 a?os al morir en 1989. Su nieto, tambi¨¦n editor, traza aqu¨ª la semblanza de su abuelo
Es estrafalario en el vestir (de hecho, sus ¨²ltimos recuerdos en Calafell son los del poeta y editor y pol¨ªtico casi desnudo, ante el mar, vestido con un ba?ador de adolescente, acaso ungido por la sal de entonces), pero ese d¨ªa va arreglado, como si fuera a hacer un viaje corto, a Madrid, por ejemplo. Y el viaje que hace, en realidad, es a Correos, al buz¨®n que est¨¢ cerca de su casa, en la otra acera. ¡°?Me acompa?as?¡± Ya en el otro lado el poeta muestra la carta al amigo que va con ¨¦l, la abre un momento, antes de cerrarla de nuevo. Es un mamotreto, ¡°?T¨² crees que Laborda se cansar¨¢ en el segundo p¨¢rrafo?¡± Luego le respondi¨® Laborda, que es letraherido como lo fue Carlos, y de esa correspondencia queda memoria en un libro que public¨® Mario Muchnik, compa?ero de Barral en el viaje crucial del espa?ol del siglo XX.
Detengamos a Barral con ese sobre en la mano, voluminoso como unas memorias, en el que se incluye la carta de despedida de la pol¨ªtica y, qu¨¦ rabia, de la vida, pues morir¨ªa 12 d¨ªas m¨¢s tarde, en Barcelona, de todas las enfermedades que ese cuerpo enjuto iba contando como si los huesos y la carne escasa y la voz raspada hablaran con el trueno de lo que no se disimula. ?l, Muchnik, Beatriz de Moura, Jordi Herralde, Josep Maria Castellet, Carmen Balcells, Jaime Salinas, Javier Pradera, tantos otros, fueron, con escritores como Juan Garc¨ªa Hortelano, Juan Mars¨¦, ?ngel Gonz¨¢lez, Caballero Bonald, Jaime Gil de Biedma, tantos otros, los generadores extraordinarios del mejor tiempo editorial del espa?ol en Catalu?a. Habr¨ªa que sumar, claro a Josep Verg¨¨s, a Andreu Teixidor, a Jos¨¦ Manuel Lara, a Rafael Soriano, a Rafael Borr¨¢s, a tantos otros, de Barcelona y de Madrid. Todos ellos se empe?aron en continuar ese di¨¢logo que proclamaron desde las estanter¨ªas las librer¨ªas de entonces, las que siguen y las que se quedaron por el camino, quijotes de la conversaci¨®n interminable de la que en BABELIA escrib¨ªa Jordi Gracia hace semana y pico.
Barral fue el campe¨®n de esos coloquios virtuales, cuando no hab¨ªa ni puente a¨¦reo ni Ave, sino voluntad de entendimiento, alegr¨ªa de encontrarse. En aquel Madrid del Senado Barral se hizo otra vez c¨®nsul general de los idiomas. Y cuando se fue, cuando ya se estaba yendo, escribi¨® aquella carta, y cuando la introdujo en la ranura se fij¨® en la inscripci¨®n del buz¨®n y grit¨® desde el otro lado de la acera, en medio de la carcajada de plata vieja que fue su voz:
--?Has visto! ??Qu¨¦ dir¨ªan en Madrid si saben que aqu¨ª se les llama Provincias?!
Carlos Barral, capital mayor del entendimiento.
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