Cena en Barcelona

La mayor¨ªa de los mejores Di¨¢logos de Plat¨®n tienen lugar entre conocidos que aprovechan que est¨¢n juntos en torno a una mesa para hacerse preguntas, escucharse unos a otros e intercambiar opiniones. No en vano, esta forma de comunicaci¨®n dirigida al entendimiento mutuo ha recibido el expresivo nombre de ¡°racionalidad dial¨®gica¡±. Aunque aqu¨ª no se trata de tener raz¨®n, sino de sopesar argumentos, transmitir inquietudes y visibilizar las emociones que suscitan determinados temas. Las libaciones y el hecho de compartir unas tapas sin duda ayuda, como el mismo Plat¨®n no dejaba de subrayar.

La otra noche, despu¨¦s de volver de una cena en Barcelona, no pude evitar recordar al viejo fil¨®sofo, pero sobre todo el inmenso papel que este tipo de cen¨¢culos hab¨ªan tenido en el periodo de la Transici¨®n. Porque all¨ª no s¨®lo se discrepaba, conspiraba o urd¨ªan planes entre representantes de fuerzas pol¨ªticas distintas; tambi¨¦n se creaban complicidades y, lo que es m¨¢s importante, esos v¨ªnculos de afecto sin los cuales es tan dif¨ªcil acceder a acuerdos. Incluso llegu¨¦ a pensar que lo de Catalu?a se nos ha ido de las manos porque ya no cenamos juntos, no nos escuchamos ni tratamos de entendernos, no captamos la ra¨ªz que provocan las rupturas y el porqu¨¦ est¨¢ todo tan cargado de emocionalidad. Cada cual se afirma en sus posiciones y habla para los suyos. M¨¢s que de resolver el problema o de convencer al otro parece que lo que se trata es de ¡°vencer¡±, a secas.

?Todo sea dicho, ninguno de los que all¨ª est¨¢bamos represent¨¢bamos las posiciones m¨¢s extremas, aunque quiz¨¢ tampoco hubiera importado. El contexto y la apertura a temas favorec¨ªan m¨¢s el deseo de ser comprendidos que el de imponer la posici¨®n de cada cual. Porque, en el fondo hay algo que, lo queramos o no, nos une. Todos estamos ya destrozados por este conflicto sin resuello ni descanso. Compartimos el mal mayor y, por tanto, de forma m¨¢s o menos consciente tratamos de minimizar los da?os. Y, entre estos, el principal puede que sea la p¨¦rdida de los puentes de comunicaci¨®n, la misma ausencia de un lenguaje com¨²n, la cerraz¨®n en las propias tesis. O el quedarnos en una gesti¨®n del problema a partir exclusivamente de modelos jur¨ªdicos, sistemas de competencias, esta u otra articulaci¨®n del Estado. La parte ¡°fr¨ªa¡±, siempre incapaz de resolver aquello de lo que en el fondo se trata, el reconocimiento sentido de la diferencia del otro.

S¨®lo s¨¦ que volv¨ª de Barcelona menos preocupado que cuando llegu¨¦, la cena hab¨ªa tenido un efecto terap¨¦utico. Y vislumbr¨¦ todo un campo sobre el que deber¨ªamos trabajar, la traslaci¨®n de ese reconocimiento a, por ejemplo, otra consideraci¨®n de las lenguas peninsulares, ese rasgo de identidad diferenciada que no encuentra el suficiente acomodo como parte del Estado. Necesitamos un cambio de paradigma: el problema no es s¨®lo Catalu?a, es una determinada visi¨®n de Espa?a.