La dignidad intacta
En los a?os treinta, Cecilio S¨¢ez vend¨ªa sus traducciones en la calle. Personas como ¨¦l merec¨ªan que hubi¨¦ramos convertido Espa?a en un pa¨ªs mejor.
EN LA P?GINA 10 del n¨²mero de la revista Estampa del mes de abril de 1935, un hombre todav¨ªa joven, bien vestido, una pajarita oscura en el cuello de la camisa blanca, posa con unos libros entre las manos. Tras ¨¦l, se reconoce la verja de hierro que hoy todav¨ªa flanquea el edificio del Banco de Espa?a, en la calle de Alcal¨¢ de Madrid. Enganchado en los pinchos con un cordel, igual que estaban los carteles de los preferentistas de Bankia hace un par de a?os, se ve un letrero pulcramente escrito a mano sobre un papel blanco. Los lectores de la revista no tuvieron que ir a buscar una lupa para leerlo. El titular de la secci¨®n Vidas Humildes de aquel mes era m¨¢s que elocuente: ¡°El traductor de Ovidio que vende su obra en la calle¡±.
Se llamaba Cecilio S¨¢ez y vend¨ªa su traducci¨®n de la historia de P¨ªramo y Tisbe, uno de los episodios m¨¢s tristes de las Metamorfosis de Ovidio, en un folleto del tama?o de una cuartilla, editado con tanta elegancia como la que transmit¨ªa su aspecto. Lo s¨¦ porque, mientras escribo estas palabras, tengo sobre la mesa uno de aquellos cuadernillos de tapas de color gris claro, tan flamante como si acabara de salir de la Gr¨¢fica Victoria, la imprenta de la calle de Benito Guti¨¦rrez donde se imprimi¨® hace m¨¢s de 80 a?os, y todo me conmueve en ¨¦l. El primoroso cuidado de la edici¨®n, el breve pr¨®logo en el que Cecilio se dirige al lector, poniendo en valor tanto la obra original como la calidad de su traducci¨®n, y la versi¨®n castellana de los versos de Ovidio. A primera vista, s¨®lo parecen 16 p¨¢ginas de papel de color sepia, que han sabido sobrevivir a las heridas del tiempo con la dignidad intacta, pero son capaces de expresar mucho m¨¢s, un esp¨ªritu que, en la entrevista de Estampa, Cecilio explica mucho mejor de lo que podr¨ªa hacerlo yo.
Parecen 16 p¨¢ginas de papel de color sepia, que han sabido sobrevivir a las heridas del tiempo, pero son capaces de expresar mucho m¨¢s
El autor del texto, Emilio Fornet, tan desconocido para m¨ª como su entrevistado, queda con ¨¦l a media tarde en un caf¨¦, y el traductor acude a la cita con un ni?o de siete a?os, tan limpio y pulcro como su padre, para contar una vida que describe como triste y sencilla. Desde peque?o le gust¨® el lat¨ªn, lengua que habla con fluidez y que le llev¨® a enamorarse de los cl¨¢sicos, aunque tambi¨¦n domina el ingl¨¦s, el franc¨¦s y el griego. Al salir de Murcia, donde naci¨®, encontr¨® trabajo en una zona minera como maestro de los trabajadores, que le quer¨ªan mucho. Cuando la compa?¨ªa que le hab¨ªa contratado empez¨® a tener menos beneficios, suprimi¨® su sueldo, que los mineros siguieron pagando de su bolsillo hasta que ¨¦l se enter¨®. Incapaz de afrontar el sacrificio de sus alumnos, se despidi¨® de ellos y se vino a Madrid, pero nunca volvi¨® a encontrar un empleo fijo, s¨®lo traducciones espor¨¢dicas y mal pagadas de novelas policiacas. Casado, con tres hijos, un amigo impresor edit¨® poco a poco su trabajo, que vende en la calle desde hace nueve a?os. Al principio le cost¨® mucho, porque es t¨ªmido y le da verg¨¹enza, pero ahora sus ventas callejeras de obras literarias, tanto propias como traducciones de cl¨¢sicos, producen lo suficiente para sostener a su familia, no sin estrecheces. En los primeros millares gano poco, reconoce, pero luego me queda bastante. Hay d¨ªas de 5 pesetas, de 10 pesetas¡ El p¨²blico m¨ªo es de gente culta; se?oritas, sobre todo.
Cecilio S¨¢ez merec¨ªa que hubi¨¦ramos convertido Espa?a en un pa¨ªs mucho mejor que el que tenemos. Su erudici¨®n, su talento, su sensibilidad y la verg¨¹enza que pas¨® vendiendo libros en la calle me emocionan tanto como las virtudes de muchos de sus contempor¨¢neos, la inmejorable materia prima sobre la que se habr¨ªa podido levantar una naci¨®n culta y digna, esa Espa?a que no fue y de la que hoy podr¨ªamos sentirnos orgullosos.
En las presentaciones de mis libros a menudo me regalan cosas. Hace unas semanas, en una biblioteca de M¨®stoles, un profesor de historia que ya hab¨ªa tenido la generosidad de presentarme y moderar las preguntas me entreg¨® un ejemplar de P¨ªramo y Tisbe y la fotocopia de una vieja entrevista.
Cuando le¨ª el titular, adivin¨¦ que me iba a gustar, y le pregunt¨¦ de d¨®nde lo hab¨ªa sacado. Entonces, Pedro S¨¢ez Ortega me cont¨® que el traductor de Ovidio era su abuelo, y me regal¨® su historia.
Nada habr¨ªa podido gustarme m¨¢s
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