Lugar libre de ¡°adoctrinamiento¡±
La ense?anza en Espa?a s¨ª que ha cambiado para bien, pese a todos los recortes, la malquerencia de la pol¨ªtica cazurra y la incomprensi¨®n de no pocos ciudadanos.
EL PRIMER COMPROMISO del escritor es escribir. Pero de vez en cuando es necesario levantar la nariz del papel o de la pantalla, con el riesgo de que lo que se presenta como realidad te suma en un estado de shock. As¨ª, abreviando, y a la manera de Naomi Klein, podr¨ªamos definir esta ¨¦poca de esperanzas rotas: un Estado de Shock.
Hay una reacci¨®n, respetable, que es la de hibernarse y no querer saber nada de ese mundo exterior. Hay d¨ªas que envidio esa posici¨®n, la de hibernarse. Dicen que hay murci¨¦lagos que solo necesitan uno o dos latidos por minuto. ?Qu¨¦ maravilla de bater¨ªa y sin cargador! Pero una cosa ser¨ªa hibernarse para luego despertar y reexistir con la l¨®gica del asombro y otra encerrarse para enlatar el ego en su propia salsa.
Si hay un lugar libre, o el m¨¢s libre, de ¡°adoctrinamiento¡± en Espa?a es la ense?anza p¨²blica. Llevo ya d¨¦cadas recorriendo centros
Hay otra forma de sacudirse el estupor y el des¨¢nimo que propicia el Estado de Shock y es reconstruir los espacios comunes, los h¨¢bitats de diversidad, los lugares de los porqu¨¦s. La m¨¢s precisa definici¨®n de lo que es el lugar totalitario se la dio un joven guardi¨¢n de Auschwitz al prisionero Primo Levi, cuando este se atrevi¨® a preguntar por qu¨¦ estaba pateando a un anciano ca¨ªdo en la nieve. La respuesta fue: ¡°Aqu¨ª no existen los porqu¨¦s¡±. Cada vez que desaparecen los porqu¨¦s se produce un vac¨ªo que se llena de cosas malas. Una democracia entra en crisis cuando se deteriora el medio ambiente de los porqu¨¦s.
S¨ª, el primer compromiso del escritor es escribir. Pero cuando levanto la nariz del papel procuro buscar lugares donde habitan los porqu¨¦s. En los oasis del periodismo que revive despu¨¦s de una crisis existencial. En las librer¨ªas y centros sociales donde se han multiplicado los clubes de lectura y de debate. Y en los centros de ense?anza. Me gustar¨ªa volver a ser estudiante. Y una forma de serlo es aceptar todas las oportunidades posibles para charlar de literatura en las aulas.
Esa Espa?a, la de la ense?anza, s¨ª que ha cambiado para bien, pese a todos los recortes, la malquerencia de la pol¨ªtica cazurra y la incomprensi¨®n de no pocos ciudadanos, padres o no, que derivan hacia el profesorado la responsabilidad de todo aquello en lo que fracasan la sociedad y las instituciones. La ¨²ltima acometida contra los docentes, no solo en Catalu?a, sino tambi¨¦n en otras comunidades biling¨¹es, es el sambenito del ¡°adoctrinamiento¡±. Una campa?a que recuerda a la contrarreforma que acab¨® con la materia de Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa, esa triste victoria de los que luego se lamentan de la p¨¦rdida de valores.
Si hay un lugar libre, o el m¨¢s libre, de ¡°adoctrinamiento¡± en Espa?a es la ense?anza p¨²blica. Llevo ya d¨¦cadas recorriendo centros. ?Qu¨¦ cambios destacar¨ªa desde los a?os ochenta hasta hoy? Desde luego no ser¨ªa el m¨¢s importante el de la introducci¨®n de tabletas o port¨¢tiles para sustituir a libros, que en muchas ocasiones obedece m¨¢s a un apa?o pol¨ªtico que a un empe?o docente. Una gran transformaci¨®n real es el funcionamiento de las bibliotecas, la ampliaci¨®n de actividades creativas complementarias y el intercambio con centros de otros pa¨ªses. Pero, sobre todo, los centros son hoy lugares de porqu¨¦s.
El cambio ha sido extraordinario. Recuerdo que en los primeros a?os hab¨ªa que utilizar herramientas de dentista para arrancar una pregunta. Los coloquios parec¨ªan patrocinados por la funeraria local. De vez en cuando, alguien le¨ªa una pregunta previamente redactada en clase de acuerdo con el profesor. Hoy, cada charla es un taller que bulle y pregunta, una revoluci¨®n de porqu¨¦s. De manera tranquilamente libre.
De este a?o recuerdo dos preguntas que me gustar¨ªa haber hecho alguna vez como periodista. Una que me comprometi¨® de verdad, por un muchacho de 10 a?os:
¡ªT¨² eres escritor. ?A ti te gusta escribir?
Y otra que me pareci¨® muy dif¨ªcil de contestar porque, en su aparente simpleza, creo que ocultaba un gran misterio. Me la hizo un chaval de aspecto fr¨¢gil y mirada melanc¨®lica y t¨ªmida. Fue el ¨²ltimo en preguntar. Pensaba que hab¨ªamos terminado, pero ¨¦l levant¨® la mano, o m¨¢s bien fue la mano, como de mimo, la que lo levant¨® a ¨¦l. Juro que en ese momento me hubiera gustado ser Sigmund Freud o su cocinero.
Tendr¨ªa ocho a?os. Lo que pregunt¨® fue esto:
¡ªY usted, ?qu¨¦ piensa de las alcachofas?
Hubo risas. Yo intent¨¦ contestar con el mayor inter¨¦s, porque tambi¨¦n tengo alg¨²n problema con las alcachofas. Bendito muchacho. Mientras vivimos en el Estado de Shock, alguien se preocupa de las cosas del comer.?
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