Los enemigos de la Constituci¨®n
El independentismo catal¨¢n no es la enfermedad, sino el s¨ªntoma m¨¢s grave de la p¨¦rdida de ilusi¨®n en algo que nos una en Espa?a. La confianza entre ciudadanos y sus representantes se ha roto
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La Constituci¨®n roza los 40 a?os, la edad del demonio meridiano contra el que proviene el salmo 91. El azote que devasta en las horas centrales del d¨ªa, las de mayor calor, cuando uno est¨¢ m¨¢s d¨¦bil. En la tradici¨®n monacal, a esa hora se produce el peor ataque: la aced¨ªa, la tentaci¨®n por la que el monje se vuelve perezoso y descuidado¡ y pierde la esperanza. Espa?a vive una crisis de aced¨ªa democr¨¢tica, de p¨¦rdida de ilusi¨®n en algo que nos una; es un tiempo de echar las culpas siempre al otro, de pereza e incluso de crispaci¨®n para convivir. El independentismo catal¨¢n no es la enfermedad, s¨®lo el s¨ªntoma actual m¨¢s grave.
Otros art¨ªculos del autor
El constitucionalismo se enfrenta en todo el mundo a poderosos enemigos culturales. La realidad econ¨®mica es tan cruda y la pol¨ªtica tan frustrante porque sabemos que el futuro puede ser peor que el presente. Ahora, la divisi¨®n pol¨ªtica m¨¢s profunda est¨¢ entre quienes aceptan esta verdad inc¨®moda como punto de partida del an¨¢lisis y la de quienes no la aceptan y se instalan, por ignorancia o por cinismo, en la pos-verdad, es decir, quienes eligen creer mentiras. Evidentemente, a partir de la realidad se pueden configurar diferentes pol¨ªticas, pero la cuesti¨®n pol¨ªtica central hoy es la de enfrentar o no la ¨¢spera realidad. Juan de Mairena observ¨®: ¡°Lo corriente en el hombre es la tendencia a creer verdadero cuanto le reporta alguna utilidad; por eso hay tantos hombres capaces de comulgar con ruedas de molino¡±.
Los dos principales enemigos culturales del constitucionalismo democr¨¢tico (y lo son porque est¨¢n instaladas dentro del sistema y no enfrente como el comunismo o el fundamentalismo) son dos corrientes de pensamiento que se sit¨²an confortablemente en la mentira: el populismo y el nacionalismo independentista. Ambas tienen bastante en com¨²n. De hecho, algunos populismos (los del centro y norte de Europa) son tambi¨¦n nacionalistas y de derechas; y algunos populismos nacionalistas son de izquierda (ERC, CUP, etc¨¦tera).
Nacionalistas y populistas dividen porque crean sus respectivos enemigos
Populistas y nacionalistas inventan la comunidad ideal (el pueblo, los catalanes, los vascos, etc¨¦tera) oprimida y saqueada por otros (Espa?a, la casta). No es casual que desde posiciones populistas se hable, incluso, de ¡°fraternidad¡±, pero s¨®lo entre los miembros del grupo de las v¨ªctimas llamado a redimirse por el nuevo movimiento. Algo as¨ª hizo Robespierre cuando acu?¨® el concepto contempor¨¢neo de ¡°fraternit¨¦¡± a fin de establecer el servicio militar obligatorio (el pueblo en armas) frente a la monarqu¨ªa absoluta y los arist¨®cratas (la casta del momento).
Nacionalistas y populistas dividen profundamente porque crean sus respectivos enemigos: habr¨ªa espa?oles buenos y malos; o incluso habr¨ªa espa?oles que no son espa?oles. No celebran el d¨ªa de la Constituci¨®n porque el significado profundo e inicial de nuestra Constituci¨®n, de cualquier Constituci¨®n, es la de crear la comunidad pol¨ªtica, el Estado espa?ol: art¨ªculo primero, apartado segundo, la soberan¨ªa nacional reside en el pueblo espa?ol. Nacionalistas y populistas niegan la existencia de este pueblo espa?ol: impugnan el ¡°nosotros¡±, que es la cuesti¨®n constitucional central.
Nacionalistas y populistas coinciden en inventar imaginarios emocionales pero intelectualmente falsos sobre el presente y sobre la historia, por supuesto, reinventada a propia conveniencia. Historias y no historia. De ah¨ª su ¨¦xito. Populistas y nacionalistas prometen imposibles ilusionantes; son un destello de luz en medio de la oscuridad m¨¢s tenebrosa: la independencia o el ascenso al poder de los ¡°puros¡± arreglar¨¢, per se, todos los problemas. Demagogos ¡°tropicalizando¡± el constitucionalismo en medio de un pueblo cabreado. El bosque abrasado por el calor y la llama en el momento oportuno.
La primera reforma necesaria es la electoral, para no depender de los partidos auton¨®micos
Pero nacionalistas y populistas no son los ¨²nicos enemigos. Citar¨¦ en estrados otros dos: el pensamiento de izquierdas que considera que la Constituci¨®n es una hija (quiz¨¢ no deseada, pero hija) del franquismo y que remite la aut¨¦ntica legitimidad democr¨¢tica a la Rep¨²blica. Y, por supuesto, los casos de corrupci¨®n y su aparente laxo manejo. Todo esto hace que se haya roto la confianza entre los ciudadanos y sus representantes. Sobre todo entre los j¨®venes. La juventud es el problema pol¨ªtico fundamental de nuestro pa¨ªs.
Hace falta reformar en profundidad nuestra Constituci¨®n, pero no se dan las condiciones porque hemos perdido por el camino el ingrediente previo y principal, que s¨ª ten¨ªan los constituyentes de 1978: el esp¨ªritu de concordia: ¡°Con-cor¡±, un solo coraz¨®n. Algo que va m¨¢s all¨¢ del consenso, que es un m¨¦todo inteligente de resolver problemas: elegimos no lo tuyo ni lo m¨ªo, pero s¨ª algo que podamos admitir ambos. El consenso es el punto de llegada de la reforma y la concordia, el punto de partida. Es el deseo de vivir unidos con un proyecto de convivencia en com¨²n. Justo lo que niegan los enemigos de la Constituci¨®n.
La ¨²nica buena noticia es que, a pesar de nacionalistas, populistas, corruptos y republicanos historicistas, la vieja Constituci¨®n resiste. Que se lo pregunten a los indepes. Hay que reformarla, pero ?por d¨®nde empezar? Un grupo de colegas ha presentado unas ideas interesantes. Pero me parece que la cuesti¨®n primordial ahora ya no es traer al redil constitucional a los independentistas. Eso es imposible. Jam¨¢s se contentar¨¢n con menos de lo que pretenden. Y, adem¨¢s, consolida una evoluci¨®n de nuestro Estado territorial que premia a los m¨¢s ricos (con cupos fiscales que incrementan la insolidaridad) y a los que peor se portan (los independentistas). Estos tendr¨¢n que aprender a convivir con su deseo frustrado; como lo hace el tercio de espa?oles, por ejemplo, que seg¨²n el CIS querr¨ªan abolir por completo las autonom¨ªas (una suma de gente superior a todos los indepes sumados, y creciendo, aunque no hagan ruido¡ por ahora).
En este contexto, la primera reforma a acometer es, creo, la del sistema electoral del Congreso para evitar depender tanto en las pol¨ªticas estatales de los partidos nacionalistas auton¨®micos. Esquerra, la ex-Convergencia, PNV y Bildu, con el 6,6% de los votos nacionales, tienen 24 esca?os vitales. Hay que encontrar una f¨®rmula electoral que deje de privilegiarlos. Eso ten¨ªa sentido en 1978 pero no en 2018. Estos partidos ya tendr¨ªan el Senado (y mejor si es tipo alem¨¢n) para obtener representaci¨®n y participar en la toma de decisiones estatales.
Fernando Rey es catedr¨¢tico de Derecho Constitucional de la Universidad de Valladolid y consejero de Educaci¨®n de Castilla y Le¨®n.
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