Compre flores frescas para su casa (y se sorprender¨¢ con los efectos)
Es un placer sencillo y al alcance de todos los bolsillos que, sin embargo, apenas practicamos: poner flores frescas en casa. Las varas de ilex, los bastones de algod¨®n blanco o los tallos de amarilis nos conectan a la vida y la belleza.
ESCRIBIR SOBRE flores? Las flores hay que mirarlas, ?m¨¢s que mirarlas! Observarlas con detenimiento y ensimismarse con su perfecci¨®n. Olerlas y dejarse embriagar con su perfume, sutil unas veces y apabullante otras. Y hay que tocarlas ¡ªaunque nos hayan dicho que no se puede¡ª y deleitarse con la delicadeza de un p¨¦talo, la ?rigidez del tallo, la textura atercio?pelada del estambre.
¡°Si solo te quedan dos monedas, compra con una un pan y con la otra una flor¡±. Proverbio chino. A cambio de una moneda obtendremos efectivamente la belleza del universo representada en nuestras manos: sujetaremos entre nuestros dedos la perfecci¨®n condensada y vibrante que es una flor. Incluso un modesto clavel es un milagro.
Existe un placer muy sencillo y al alcance de todos los bolsillos que practicamos muy poco: poner flores frescas en casa. Pero ma?ana, cuando vuelva a casa del trabajo, andando deprisa porque hace fr¨ªo y a¨²n quedan mil cosas por hacer, det¨¦ngase cinco minutos en la florister¨ªa por la que pasa todos los d¨ªas. Entre un momento y mire las flores en sus cubos¡ ?Ellas tambi¨¦n quieren ir a casa! Y puede sentirse durante unos minutos la se?ora Dalloway de Virginia Woolf ¡ª¡°y era en ese momento, entre las seis y las siete, cuando todas las flores (rosas, claveles, lirios, lilas) brillan; cada una de las flores parece una llama que arde por su cuenta, suave y pura, en los arriates brumosos¡±¡ª.
El eucalipto puede disfrutarse en un ramo o colgarse en la ducha para que su fragancia mentolada nos despeje la nariz y la cabeza a primera hora de la ma?ana
Aspire el olor de la florister¨ªa; esa mezcla empachosa y gozosa de tierra para trasplantar, de liliums de aroma pesado y cabez¨®n, de eucalipto para rellenar los ramos. Y c¨®mprese una flor, tres, un paquete. Ahora en invierno puede encontrar en cualquier florister¨ªa un trozo de campo que llevarse a casa: unas varas de ilex cuajadas de bayas rojas brillantes, o unos bastones de algod¨®n blanco y mullido, o un tallo de amarilis, que se compra cerrado y explota en cuatro o cinco flores tan grandes como la palma de la mano. ?Y pida eucalipto! Si no lo quiere poner en su ramo, puede colgarlo en la ducha y cuando abra el agua caliente su fragancia mentolada le despejar¨¢ la nariz y la cabeza a primera hora de la ma?ana.
Cuando llegue a casa con su paquete envuelto en papel de estraza, le aseguro que tendr¨¢ otro ¨ªmpetu y otro color en la cara. Lo abrir¨¢ sobre el mostrador de la cocina y sucumbir¨¢ a otro momento de emoci¨®n. Como cuando llega un paquete de Amazon: sabemos lo que hay dentro, pero nuestra ilusi¨®n al abrir el paquete sigue intacta.
Ahora coja cualquier jarra de un armario ¡ªa lo mejor tiene incluso un jarr¨®n que ni recordaba de aquella vez en que alguien le envi¨® flores a casa¡ª, ll¨¦nela de agua en el fregadero, saque las tijeras de limpiar el pescado ¡ªtal vez sean las ¨²nicas que tiene por casa¡ª, corte los tallos de sus flores, uno a uno, y en oblicuo para que puedan beber mucha agua. Luego limpie los tallos de hojas, d¨¦jelos lisos y relucientes, por fin meta sus flores en el agua, lleve su cacharro a la mesa del sal¨®n y col¨®quelo triunfante.
Ni se ha dado cuenta de que a su alrededor la casa es una leonera, los ni?os se est¨¢n peleando o suena el tel¨¦fono machaconamente porque est¨¢ disfrutando de su momento de arrebato floral. Es el comienzo de un idilio.
Pero ah¨ª no termina el hechizo. Esa relaci¨®n secreta se va a mantener durante varios d¨ªas ¡ªesperemos que muchos: aseg¨²rese de que las flores que escoja est¨¦n cerradas; las hojas del tallo, frescas; los p¨¦talos, sin manchas ni estropicios¡ª.
No es como la relaci¨®n que nos une a un amigo o a un amante, a un perro o a un gato. Esta es una relaci¨®n absolutamente silenciosa, imperceptible para el resto del mundo, una relaci¨®n que se podr¨ªa calificar de ¨ªnfima, nimia. Pero le va a cambiar. ¡°Si alguien ama a una flor de la que solo existe un ejemplar entre millones y millones de estrellas, es suficiente mirar al cielo para ser feliz pues puede decir satisfecho: ¡®Mi flor est¨¢ all¨ª, en alguna parte¡¡±, dijo El Principito de Saint-Exup¨¦ry.
Las flores te conectan a la vida y a la belleza como ninguna otra cosa que yo conozca. Y en su fragilidad guardan una fuerza descomunal de la que vas percat¨¢ndote poco a poco y que te contagian de una forma misteriosa. Solo hace falta mirar a esa flor que no se sabe c¨®mo ha conseguido brotar entre dos adoquines grises y sucios para darse cuenta de que la belleza siempre se impone a pesar de todo.?
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