?El fin del finde?
Ahora que un empleo se considera un privilegio, se espera que estemos disponibles las 24 horas?los 7 d¨ªas de la semana.
ESTA ES UNA REVISTA de fin de semana y est¨¢ en riesgo. Cualquiera pensar¨ªa que la amenaza su condici¨®n de revista de papel: tantos dicen que los medios impresos corren hacia el olvido. Pero es posible que, antes que eso, lo que caiga en el olvido sea el fin de semana.
El fin de semana, que la pereza contempor¨¢nea llama finde, es un invento reciente. La semana no; que exista y que dure siete d¨ªas es resultado de un error babilonio: aquellos iraqu¨ªes cre¨ªan que hab¨ªa siete planetas y que cada uno defin¨ªa un d¨ªa de esa semana que decidieron inventar.Durante milenios, los que deb¨ªan trabajar trabajaban semanas de seis d¨ªas y descansaban si acaso el d¨ªa de su Se?or. Pero a principios del siglo XIX los patrones de f¨¢bricas inglesas, hartos de que sus obreros faltaran cada lunes tras la borrachera del domingo, les ofrecieron salir el s¨¢bado al mediod¨ªa, beber, recuperarse el domingo y aparecer temprano el lunes: inventaron el ¡°s¨¢bado ingl¨¦s¡±.
A los que tenemos m¨¢s de 30 y menos de 100 a?os el fin de semana de dos d¨ªas nos parec¨ªa la forma natural de las cosas. Hubo tiempos en que eran inviolables.
Aun as¨ª, las jornadas segu¨ªan siendo eternas; los obreros de los pa¨ªses ricos siguieron peleando para conseguir un poco m¨¢s de vida. Reci¨¦n en 1926 Henry Ford instaur¨® en sus f¨¢bricas semanas de cinco d¨ªas: no s¨®lo complac¨ªa y alentaba a sus empleados, sino que, adem¨¢s, les dejaba m¨¢s tiempo para consumir ¡ªporque los obreros industriales se estaban transformando en consumidores. Poco despu¨¦s, la crisis de 1929 trajo olas de desempleo; entonces menos horas de trabajo para cada uno signific¨® un poco m¨¢s de trabajo para todos. La semana de 40 horas se convirti¨®, pa¨ªs tras pa¨ªs, en la norma.
As¨ª que a los que tenemos m¨¢s de 30 y menos de 100 a?os el fin de semana de dos d¨ªas nos parec¨ªa la forma natural de las cosas. Hubo tiempos en que eran inviolables. En Europa, sobre todo, el finde era estricto: hace un par de d¨¦cadas, en Par¨ªs o M¨²nich o Estocolmo era muy dif¨ªcil encontrar una librer¨ªa o un s¨²per o una zapater¨ªa abiertos. S¨®lo trabajaban los servicios m¨¢s p¨²blicos: transportes, entretenimientos, sanitarios, polic¨ªas. Ya no: el modelo americano, que supone que el fin de semana es tiempo para comprar, se ha impuesto ¡ªy eso significa millones ocupados en vender.
Pero, incluso as¨ª, las diferencias se manten¨ªan: esos trabajadores aceptaban trabajar en esos d¨ªas especiales ¡ªy era una excepci¨®n y, en general, la cobraban aparte.El gran cambio es que ahora los l¨ªmites entre trabajo y ocio se desdibujan m¨¢s y m¨¢s. Cada vez somos m¨¢s los que trabajamos en todo momento y lugar. Algunos porque nos gusta demasiado lo que hacemos; otros porque les preocupa demasiado lo que hacen; muchos por una sabia combinaci¨®n de ambas.
Ayuda que tantos trabajemos desde nuestras casas ¡ªy por lo tanto no haya corte espacial entre el ocio y el trabajo¡ª y que los dispositivos m¨®viles hagan que, incluso para los que tienen horarios y oficinas, el trabajo los siga adonde van. Y en tiempos en que un empleo no se considera una carga, sino un privilegio, se espera que los que lo tienen lo cuiden manteni¨¦ndose disponibles 24 sobre 24, 7 sobre 7 ¡ªo casi.
La ilusi¨®n de un tiempo propio, blindado contra cualquier mecanismo de mercado, ya no corre. Pero ¡ª?insiste Perogrullo¡ª no hay mal que por bien no venga. Hay algo que los m¨¦dicos llaman el ¡°efecto weekend¡±: los pacientes hospitalizados durante el finde se mueren un 10% m¨¢s que los de la semana. No se sabe ni c¨®mo ni por qu¨¦, pero sucede. As¨ª, quiz¨¢, su progresiva desaparici¨®n tenga uno de esos efectos secundarios que nadie calcula, y esas personas dejen de morirse. Quiz¨¢, al fin y al cabo, sin fines de semana todos seamos inmortales. O, qui¨¦n sabe, todo lo contrario.?
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