El catal¨¢n independentista
Va corriendo por las calles en una ma?ana cualquiera y, de repente, oye el canto de sirenas que habla de una regi¨®n independiente y libre
![Un hombre pasea por Bruselas envuelto en una estelada.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/7JLX5XIZAYFRCIAT2GPZI37JGA.jpg?auth=3015c26da43837a5732e058964fc52fd886c3a06ecd0429d313e4edaac285925&width=414)
Est¨¢ este hombre, el ¡°hombre sensual medio¡± (Huxley) con la barretina pero no la que se coloc¨® Salvador Dal¨ª. Como Cagarrache bajo un peri¨®dico durmiendo enfrente del ABC, oyendo los consejos de su ¨¢ngel de la guarda (Camilo Jos¨¦ Cela, ¡°nuevas escenas matritenses¡±).
Es su vida gris una vida como alguien defini¨® toda vida, que solo es ¡°un acontecimiento local¡±. Su d¨ªa es un d¨ªa tibio, los que siempre horrorizaban al lobo estepario de Herman Hesse.
En una gris existencia, m¨¢s que eso gris¨ªsima, tenemos a ese catal¨¢n independentista, que quiso ser ingeniero aeron¨¢utico, barcelon¨ªsimo, que buscaba a una mujer para casarse que fuera ¨Ca ser posible¨C guap¨ªsima; ¨¦l, que quer¨ªa ser importante, consejero delegado de una textil o conseller, sigue trabajando en una panader¨ªa.
Va corriendo por las calles en una ma?ana cualquiera y, de repente, oye el canto de sirenas por un altavoz, o un radiocasete, que habla de una regi¨®n independiente, libre, El Dorado que buscaba Lope de Aguirre, el gran teatro de Oklahoma del final de la Am¨¦rica de Frank Kafka. Oye lo que ya oy¨® al final del bachillerato, y que ahora vuelve a o¨ªr: son mensajes ya conocidos pero, ocurre que, de pronto, y en los d¨ªas siguientes, se recrudecer¨¢n, atronando en todas partes.
De repente, algo le hace sonre¨ªr: es el aviso de que hay una Catalu?a que no es la que tiene que vivir todos los d¨ªas, sino algo maravilloso, m¨¢gico, una de las tierras b¨²dicas. Es el para¨ªso terrenal y para ello, hay que salir de la Espa?a de abajo, variopinta y grande, que se extiende hacia el sur, prepotente y de repente extra?a.
Eso ¨¦l no lo comprende muy bien pero le entra en el coraz¨®n muy hondo: hay otros mundos pero est¨¢n en este (Paul Eluard), de manera que llevando la vida que lleva, no demasiado gloriosa pero con un buen ajuste con la vida seg¨²n la jerga de la psiquiatr¨ªa (Aldous Huxley) algo puede ocurrir que sea sustantivo, colosal, y que se encierra en la palabra independencia.
Nuestro hombrecillo no lo entiende muy bien pero esa independencia s¨ª le atrae y le puede sacar como en la pel¨ªcula Milagro en Mil¨¢n, y llevar hacia algo completamente nuevo: dinero, libertad de las cadenas del hombre del traje gris de Gregory Peck.
Es sabido que por lo menos un instante estamos en el para¨ªso (Borges). Todo parece, de pronto, que se desvanece: potent¨ªsima ha sido la experiencia de esa independencia versus libertad que ha vivido nuestro hombre.
Los mandarines que tejen y destejen sus coaliciones, sus tripartitos parecen sosegar el amargor de la decepci¨®n de nuestros panadero cuando el proc¨¦s se diluye moment¨¢neamente, pero no alivian la decepci¨®n pues es mayor la potencia misma que tiene so?ar con una vida mejor, lo cual le sucede al individuo humano desde ¨¦pocas paleol¨ªticas.
Nuestro panadero volver¨¢ a sentir que hay otra tierra, otra Catalu?a. El fervor, de una tierra prometida, entra en los tu¨¦tanos del alma.
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