La historia de Adelaida Mor¨¢n, la motosierra y el quiosquito
En Panam¨¢, Adelaida Mor¨¢n apost¨® a futuro, y poniendo como aval una motosierra hoy planea mandar a la universidad a sus nietos.
Empieza a llover sobre la carretera Panamericana y el viaje de algo m¨¢s de dos horas desde ciudad de Panam¨¢ a Santa Rosa El Ahogado (menos de 100 kil¨®metros al oeste de la capital) se alargar¨¢ sin duda. Todav¨ªa hay se?al en el tel¨¦fono m¨®vil y se puede avisar a do?a Adelaida, v¨ªa WhatsApp, del retraso. ¡°Primero Dios¡±, se recibe en la pantalla. ¡°Les estar¨¦ esperando¡±, escribe la se?ora. Durante la espera, Adelaida Esther Mor¨¢n V¨¢zquez vender¨¢ mercanc¨ªa por valor de unos 15 d¨®lares, 3 m¨¢s de lo que ella paga a sus peones por una jornada de trabajo. Y todav¨ªa no es mediod¨ªa. Funciona bien el quiosquito, como ella llama a los tablones azules de madera que componen la caseta que es hoy su principal negocio.
Poco importa si el quiosquito tiene nombre o no. Lo tuvo: Abarroter¨ªa Indira, en homenaje a una de sus hijas. Pero una tormenta se llev¨® parte del r¨®tulo y lo redujo a un mutilado ¡°ABA DIRA¡±.
Y as¨ª se ha quedado.
¡°?Los avales para que
me concedieran mi primer cr¨¦dito? Una motosierra, una radio y un generador el¨¦ctrico¡±
Lo que importa es que el quiosquito azul ha tra¨ªdo ingresos fijos a la familia C¨¢rdenas-Mor¨¢n, compuesta de cinco hijos y tres nietos ¡ªpor ahora¡ª. A sus 41 a?os, do?a Adelaida quer¨ªa algo m¨¢s que llegar al final de cada d¨ªa con unos pocos centavos de sobra en el bolsillo. Siempre al l¨ªmite. Mor¨¢n se define hoy como ¡°una empresaria¡±. Lo es: es la titular de un negocio ¡ªsu quiosquito¡ª, es patrona ¡ªemplea a tres peones¡ª y ejecuta un servicio p¨²blico ¡ªprovee de bienes como arroz, huevos, pollos o una simple lata de refresco a una amplia pero dispersa comunidad sin acceso a comercios¡ª.
¡°?Que si hubo un antes y un despu¨¦s en nuestra vida¡±, repite casi con sorpresa sobre la pregunta que se le plantea. ¡°Sin duda¡±, responde r¨¢pida, a pesar de arrastrar un catarro que no se le acaba de curar y que se refleja en su rostro cansado. Esa frontera entre el antes y el despu¨¦s la marc¨®, en su caso, la Fundaci¨®n Microfinanzas del BBVA, que pretende en el continente americano acercar a la poblaci¨®n recursos financieros tan b¨¢sicos como una cuenta corriente, un seguro o un pr¨¦stamo bancario.
¡°?Los avales para que me concedieran mi primer cr¨¦dito?¡±. ¡°Una motosierra, una radio y un generador el¨¦ctrico¡±, expone. ¡°No pidieron m¨¢s¡±, explica orgullosa de saberse buena pagadora de Microserf¨ªn (la entidad que gestiona las microfinanzas del BBVA en Panam¨¢).
Esos tres bienes fueron la garant¨ªa para los primeros 200 balboas (la moneda legal de Panam¨¢, que coexiste en paridad con el d¨®lar) que abrieron la puerta a do?a Adelaida para otorgarse el t¨ªtulo de empresaria. Por supuesto, la empresa de la se?ora Mor¨¢n no cotiza en la Bolsa de Nueva York, ni har¨¢ tambalearse al Dow Jones ni est¨¢ en ning¨²n Ibex 35. Pero ha hecho posible, entre otras cosas, cambiar la penca (paja) de la que estaba hecha el tejado de su casa por un techo de zinc que los protege del agua y el viento. Y transformar el polvo y el barro en que se convert¨ªa la tierra bajo sus pies en resistente cemento.
¡°Que los hijos vayan a la universidad¡±, pide mirando al cielo y exclamando una frase que repite mucho: ¡°Primero Dios¡±. Y mediante. Con la ayuda del ¡°m¨¢s grande¡±, do?a Adelaida sigue invirtiendo en futuro.
As¨ª que a los 200 balboas ¡ªya pagados¡ª, les sigui¨® otro pr¨¦stamo de 750 d¨®lares, cuyo vencimiento est¨¢ cercano y cuyos pagos llegan a la financiera incluso antes de la fecha l¨ªmite. La se?ora Mor¨¢n tiene una mente para los negocios. ¡°Un carro [coche], esa es mi siguiente meta, el carro¡±. ¡°Mire, cuando Eduardito ten¨ªa 11 meses le pic¨® un alacr¨¢n¡±, comienza a relatar, con la misma voz que lo cuenta todo, queda y serena, mientras se?ala a su nieto, que juega con su perro, Dodongo. ¡°Casi se nos muri¨® antes de llegar al centro de salud porque no ten¨ªamos el transporte¡±.
A esta altura de la conversaci¨®n interviene Evaristo C¨¢rdenas, el esposo. Aunque en el lugar es m¨¢s conocido como el doctor. C¨¢rdenas mantiene abierto su consultorio las 24 horas del d¨ªa, los 7 d¨ªas de la semana, los 365 d¨ªas del a?o. En un cub¨ªculo de tablas de tres por tres metros recibe a sus pacientes y les extiende recetas basadas en su pasi¨®n por la bot¨¢nica. Los examina en lo que aspira a ser una camilla, y con su conocimiento de las plantas y bajo la mirada compasiva de varios santos y la llama de algunas velas, lo mismo trata una quemadura que un mal de amores o un c¨¢ncer. Cobra la voluntad.
¡°Es muy valiente, es una emprendedora¡±, aporta el doctor sobre su esposa mientras posan juntos para la c¨¢mara. Do?a Adelaida permanece sentada. Durante la larga charla se ha levantado en varias ocasiones para atender el quiosquito. Intercambio de monedas y billetes por agua, galletas o una bolsa de patatas. Abrir y cerrar la caja. Sumar balboas para conquistar un buen futuro.
Dodongo se debate entre vigilar los pasos de su ama cada vez que llega un cliente al quiosquito o sucumbir al bochorno asfixiante de una tarde de lluvia en la selva paname?a y dormitar. Opta por lo ¨²ltimo. El perro sale de su letargo cuando la do?a abandona el amplio porche de duro cemento para ir a dar de comer a las gallinas. Luego invita a adentrarse en la casa todav¨ªa en construcci¨®n para que se certifique su avance social.
Habitaciones con muros de ladrillo visto casi hasta el techo. Tantos dormitorios como hijos tiene. Un lujo. Aunque solo una de ellas tiene puerta, la de Dimas, el joven de 19 a?os que ha invertido lo que gana en privacidad y ha sustituido la cortina que delimitaba su espacio de las zonas comunes por una puerta muy b¨¢sica pero con cerrojo.
La visita guiada concluye en una lavadora, uno de los objetos m¨¢s preciados del hogar. ¡°A falta del carro¡±, dice. Pero ¡°primero Dios¡±, sentencia do?a Adelaida.
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