Una no, las dos
El tel¨®n se ha levantado porque la verg¨¹enza ya no carga en las espaldas de las mujeres como antes. Muchas han cogido gusto a la libertad, que tambi¨¦n consiste en que no te importunen, y han decidido creer en ella
Uno de los cuentos de Las mil y una noches,creo recordar, relata c¨®mo un jovenzuelo quer¨ªa acostarse con las dos esposas de su padre. Por muchos motivos ellas no estaban de acuerdo. As¨ª que ide¨® una estratagema. Un d¨ªa que marchaba con ¨¦l de casa consigui¨® que el viejo saliera sin babuchas. Ten¨ªan que ir lejos, de manera que se ofreci¨® para ir a busc¨¢rselas. Entr¨® en la casa y les dijo a las dos esposas que ven¨ªa de parte de su padre a cumplir el encargo de cogerlas (se entienda lo dicho en espa?ol de M¨¦xico). No le cre¨ªan, de modo que, saliendo a la puerta, grit¨®: ¡°Padre, qu¨¦ cojo... ?una o las dos?¡±. A lo que, desde el asno, se recibi¨® la orden: ¡°Las dos, imb¨¦cil¡±. El resto de la historia es f¨¢cil de imaginar y s¨®lo tiene un colof¨®n: que desde entonces lo sigui¨® haciendo amenazando a cada una de ellas por separado con contarlo.
Venimos de un mundo, y parte del planeta vive todav¨ªa en ¨¦l, en el que ¡°contarlo¡± es amenaza m¨¢s que suficiente para repetirlo. Eso nos da una idea de la magnitud del secreto. ¡°Contarlo¡±, fuera verdad o mentira, la tumba era de la buena fama de la contada, la cual, por su parte no a?ad¨ªa detalles ni tampoco lo podr¨ªa negar. El cr¨¦dito viril era moneda aceptada. Cierto que, a fin de no alentar a los bocazas, se ten¨ªan previstas algunas acciones para el caso de calumnia. Pero mejor no llegar a que se diera el caso, porque era la reputaci¨®n cosa tan de cristal que ya el querer limpiarla la podr¨ªa manchar.
Como en el mundo los cr¨ªmenes de honor distan bastante de desaparecer, conc¨¦dase que no es preciso entrar en mayores entendederas. Si alguna padec¨ªa no lo contaba, por su propio inter¨¦s. Y menos si se daba el caso de no haber ofrecido resistencia heroica. El silencio de ellas corr¨ªa parejas con la fama de ellos, que algunos la ten¨ªan y adem¨¢s la cultivaban, de no dejar que en sus aleda?os ninguna conservara su joya si a mano se les pon¨ªa. Aqu¨ª te pillo, aqu¨ª te marco. Porque ellas eran ¡°piezas cobradas¡± con las que montar el ¨¢lbum del ¨¦xito galante. A esta, a esa y a aquellas cincuenta m¨¢s. El ¨¦xito era conforme si no hab¨ªa por el medio pago, que nadie es tan tonto como para pensar que haya cazador con fama que lo que atrapa sale de las carnicer¨ªas. Tema estable, relieves acotados, la figura donjuanesca perfilada. Y con ella se han hecho altares en cantidad.
Las que revolotean, caen. Quien se acerca a uno de estos ya sabe a qu¨¦ se expone. Marcaje y tanto para el cazador. Muesca en el bast¨®n y a contarlo... si se quiere. Como se dec¨ªa hace cuarenta a?os en Francia, ¡°sabemos cuando ha habido cosa entre dos; si es que todav¨ªa no, ¨¦l la mira a ella todo el rato, si es que s¨ª, ella le mira a ¨¦l...¡± con esa bendita expresi¨®n ovejuna que el informante remedaba sin falsos pudores. De nuevo, las reglas claras y los s¨ªntomas a disposici¨®n del p¨²blico.
Para ellas el silencio era la mejor inversi¨®n y, sin embargo, ya no lo es. O no se lo creen
Empero, desde que las mujeres, y no todas, s¨®lo por aqu¨ª, por estas sociedades nuestras, hacen ensayos de libertad, el terreno se ha llenado de baches. La manera en que en los buenos tiempos se defend¨ªa un violador, por ejemplo, era simplemente afirmando que ella quer¨ªa, pero que cambi¨® de opini¨®n en el ¨²ltimo momento. Atada quedaba la mosca por el rabo. Porque ya ni la resistencia heroica serv¨ªa de prueba en contra. Hubo resistencia porque hubo cambio de tendencia, culpable, porque todo el mundo sabe que, cuando se llega a determinados asuntos y niveles ya no es cosa de dar marcha atr¨¢s. Casquivanas, idos con cuidado que cuando se rompe la presa se acaba la paciencia. En resumen, que no pod¨ªa estar mejor armado el tabladillo porque todo era poner un pie en ¨¦l y caer sin remedio en la trampa. Y te aguantas. Eran aquellos tiempos en los que el ¡°no es no¡± no hab¨ªa comenzado la carrera.
El teatrillo anda ahora caduco por varias partes tanto que tiembla a la menor. Resulta que son ellas quienes amenazan con contarlo. Dos cosas siempre provocaron la carcajada de nuestros ancestros: que los ratones quisieran ponerle un cascabel al gato y que las mujeres quisieran gobernar, aunque solo fuera sus vidas. Pero es bien cierto que del ¡°contarlo¡± se siguen en el nuevo escenario consecuencias algo distintas de las pasadas. Para ellas el silencio era la mejor inversi¨®n y, sin embargo, ya no lo es. O no se lo creen, que viene a ser lo mismo a efectos pr¨¢cticos. Primero porque algunas lo intentan contar en el mismo tono que ellos lo hac¨ªan, lo que sin duda demuestra una casi completa p¨¦rdida de verg¨¹enza. Y porque, a?adido a esto, no s¨®lo alardean de no poseer el antiguo cintur¨®n, sino que lo abren o lo cierran con liberal independencia.
Quienes se asustan lo hacen porque ven perfectamente llegar el final del juego
La cosa es simple y se llama autonom¨ªa. La entendemos relativamente bien si los ejemplos son del campo de la cartera: ¡°No le di el dinero; me lo cogi¨®¡±, que hace la diferencia entre la dadivosidad y el robo. Pareciera que cuesta m¨¢s si de sexo se trata. Debe ser porque las mujeres no violan. Recuerdo el caso de un morm¨®n que acus¨® a una de tal cosa, pero admitamos que no es frecuente. Para el caso del sexo somos ¡°seres situados¡±, esto es, la capacidad y el g¨¦nero de la acci¨®n no es sim¨¦trico. Pues bien, del mismo modo que hab¨ªan de preverse se?ales y topes que impidieran la calumnia en el viejo orden, ahora habr¨¢ de apuntalarse otro tanto en el nuevo. La presunci¨®n de inocencia no ha deca¨ªdo de nuestro ordenamiento, sino que goza de buena salud. La credulidad no nos ciega. Podemos preguntar, indagar y establecer bastante en ese campo. Porque la confianza ha de darse a quien la merece. Cuando un tipo se ha hecho una fama debe saber que ya no vive en el mundo que le permita disfrutarla. Es m¨¢s, que se le puede volver en contra. Las otrora pacientes han llegado, eso parece, al punto de saturaci¨®n. El tel¨®n se ha levantado porque la verg¨¹enza ya no carga en sus espaldas como antes. Y muchas mujeres han sentido esa p¨¦rdida de peso como una enorme liberaci¨®n. En realidad est¨¢n hartas, soberanamente, de obedecer al viejo que habla desde el asno y tolerar al mat¨®n que exige silencio. Han cogido gusto a la libertad, que tambi¨¦n consiste en que no te importunen, y han decidido creer en ella.
Quienes se asustan lo hacen, en alg¨²n que otro caso, porque con su larga vista ven perfectamente llegar el final del juego. Un juego perverso que ha producido sin embargo algunas satisfacciones subjetivas y un cierto monto de lo que llamamos cultura universal. O sea, que el mundo es una barca, como dijo Calder¨®n de la... En fin, que la autonom¨ªa puede sin duda dar alas a la calumnia, que espero que sepamos tratar, pero tiene muchos mejores resultados, en cualquier caso, que el mantener el orden viejo y asnal con sus perversos y callados mandatos. Se ha levantado el tel¨®n y puede que definitivamente. Ahora lo que da verg¨¹enza es aguantarse.
Amelia Valc¨¢rcel es catedr¨¢tica de Filosof¨ªa Moral y Pol¨ªtica de la UNED y miembro del Consejo de Estado.
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