El monopolio del insulto
Han bastado un par de burlas, unas chirigotas gaditanas y Tab¨¤rnia, para que los deslenguados separatistas se hayan rasgado las vestiduras.
SUPONGO QUE el personaje se da en muchos ¨¢mbitos, pero desde luego ha abundado y abunda en el mundo literario. Hay en ¨¦l lo que podr¨ªamos llamar ¡°el escritor mat¨®n¡±, o de colmillo retorcido, o venenoso, que disfruta soltando maldades, principalmente contra sus colegas. A este escritor, en Espa?a, se lo suele venerar y se lo jalea, no es raro que se le erija un pedestal. Da una idea de nuestra proverbial mala baba, del gozo que nos provoca asistir al despellejamiento de alguien en primera fila. La figura se ha multiplicado con las redes sociales y la consagraci¨®n del anonimato como algo perfectamente aceptable. Ya no hace falta ser escritor, ni conocido, para depositar a diario en el ordenador o en el m¨®vil una buena raci¨®n de ponzo?a. Los literatos que lo practicaban y practican, al menos, pretenden resultar ingeniosos en sus diatribas o mezquindades. A menudo no lo son, por mucho que sus ac¨®litos les r¨ªan las gracias sin sal, pero, claro est¨¢, hay excepciones y las ha habido. Y hay que admitir que es tentador, lanzar pullas y echar por tierra falsos prestigios. No dir¨¦ que yo no haya incurrido en ello, m¨¢s como respuesta a un ataque previo ¡ªeso creo¡ª que por propia iniciativa. Casi nadie est¨¢ libre de ese pecado (se me ocurren Eduardo Mendoza y pocos m¨¢s, entre los vivos). Pero una cosa es enzarzarse en una ocasional ?pol¨¦mica o duelo y otra dedicarse a arrojar venablos, vengan o no a cuento.
Hay que admitir que es tentador, lanzar pullas y echar por tierra falsos prestigios. No dir¨¦ que yo no haya incurrido en ello, m¨¢s como respuesta a un ataque previo
Hay g¨¦neros que los propician, como las memorias, las autobiograf¨ªas, las semblanzas de contempor¨¢neos y los diarios. Los que m¨¢s, estos ¨²ltimos, y por eso nunca los he escrito y rar¨ªsima vez los leo. Nadie puede negar que una malicia oportuna y certera a veces tiene su encanto, sobre todo si es oral y despu¨¦s se la lleva el viento. Por escrito, en cambio ¡ªimpresa¡ª, a m¨ª me produce casi siempre un p¨¦simo efecto, del que sin duda no se percatan quienes las publican alegre y vanidosamente. Siendo admirador de Bioy Casares, me negu¨¦ a leer su grueso volumen sobre sus charlas vespertinas con Borges al enterarme de que all¨ª aparec¨ªan consignadas todas las malignidades que de viva voz esparc¨ªa el maestro m¨¢s viejo. Habr¨ªa sido divertido y provechoso, a buen seguro, asistir a esas reuniones privadas, pero intu¨ª que asomarme a ellas luego, ¡°encuadernadas¡± y en fr¨ªo, me traer¨ªa m¨¢s malestar que placer, y que conocer los chismorreos y dardos de dos hombres inteligentes me los rebajar¨ªa. El espect¨¢culo de la mala uva, del desd¨¦n, de la soberbia o del resentimiento nunca es grato, excepto para aquellos ¡ªespa?oles a millares, como he dicho¡ª que viven gran parte del tiempo instalados a gusto en ellos.
Lo curioso es con cu¨¢nta frecuencia uno se encuentra con que los escritores m¨¢s fustigadores y maledicentes son los de piel m¨¢s fina. Sueltan sin cesar sus venenillos, pero si alguien les paga con la misma moneda, no es ya que se enfurezcan, sino que se sorprenden enormemente y se quedan desconcertados. El escritor mat¨®n (como los matones de cualquier ¨ªndole) aspira adem¨¢s a la impunidad. Se permite toda clase de desprecios o exabruptos y no cuenta con que, yendo as¨ª por el mundo, lo m¨¢s probable es que le toque fajarse y recibir unos cuantos golpes. Por el contrario, cuando le devuelven el mandoble, se duele, se escandaliza, no se lo logra explicar y se asombra. S¨¦ de uno que reacciona as¨ª siempre: ¡°F¨ªjate lo que ha dicho Fulano de m¨ª, el muy agresivo¡±. ¡°Ya¡±, le contesta su interlocutor, ¡°pero es que t¨² hab¨ªas dicho antes cien atrocidades de ¨¦l¡±. La respuesta del mat¨®n puede ser: ¡°Eso no tiene que ver¡±, o ¡°Lo m¨ªo era bien poca cosa¡±. S¨ª, lo del mat¨®n siempre es para ¨¦l poca cosa.
Me he acordado de este tradicional personaje, tan hisp¨¢nico, al ver el solivianto de los separatistas catalanes ante un par de guasas recientes. Se han ofendido y puesto severos por unas chirigotas gaditanas. Que ¨¦stas son de mal gusto e hirientes las m¨¢s de las veces, a nadie se le escapa, es su esencia. Tambi¨¦n les ha sentado como un tiro la broma de Tab¨¤rnia, son los ¨²nicos que se la han tomado en serio, aterrados. Por definici¨®n, los fan¨¢ticos carecen de sentido del humor cuando se les toma el pelo a ellos. Porque esos mismos separatistas han aplaudido durante a?os el programa sat¨ªrico Pol¨°nia, que se choteaba un poquito de los catalanes ineptos y mucho de los ineptos del resto de Espa?a. Su creador y alma se pregunt¨® hace poco en un tuit si era delito de odio desear que un cami¨®n arrollara a los jueces del Supremo (no s¨¦ si lo acompa?¨® de risas enlatadas). Durante cinco a?os, esos separatistas no han tenido reparo en vilipendiar ¡ªni siquiera en tono de chanza¡ª a los andaluces, extreme?os, castellanos, madrile?os y espa?oles en general, tach¨¢ndolos de ladrones, vagos, par¨¢sitos, fascistas, franquistas, magreb¨ªes, atrasados, analfabetos y ordinarios, sin rehuir ellos mismos las expresiones ordinarias y analfabetas. Han bastado un par de burlas, las chirigotas y Tab¨¤rnia, para que los pertinaces deslenguados se hayan hecho mil cruces y rasgado las vestiduras. Pretenden tener el monopolio del insulto, y ojito si les responde alguien, ni en broma. Lo propio de los matones.?
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