En L¨ªbano, las bombas siguen matando 12 a?os despu¨¦s
La ¨²ltima guerra entre Israel y el Estado ¨¢rabe, en 2006, dej¨® el sur del pa¨ªs sembrado de explosivos que a¨²n acaban con la vida de civiles.
Con timidez, Nabih Bazih, de 14 a?os, se levanta el jersey con la mano buena, la derecha, para mostrar una gruesa cicatriz que le recorre como un ciempi¨¦s desde el pecho al bajo vientre. Lleva dos a?os acudiendo a sesiones de rehabilitaci¨®n despu¨¦s de que una bomba de racimo de fabricaci¨®n israel¨ª le cambiara la vida. Fue una ma?ana de mayo de 2015. ¡°Ocho amigos salimos de paseo al campo. Nos sentamos bajo un ¨¢rbol y de repente sent¨ª la explosi¨®n. A partir de ah¨ª no recuerdo nada¡±, dice Nabih balbuceante, debido a que la par¨¢lisis de la mitad izquierda de su cuerpo tambi¨¦n le afecta al habla. Su hermano mellizo, Has¨¢n, s¨ª que recuerda a Nabih tendido junto a ¨¦l ¡°con las tripas fueras y el cr¨¢neo abierto¡±. Tuvo suerte, y tras varias operaciones, pudo conservar la pierna.
El coste de fabricaci¨®n de estos artefactos, poco m¨¢s grandes que una pelota de pimp¨®n, es de cuatro euros. Eliminarlos cuesta miles
Doce a?os despu¨¦s del fin de la guerra entre Israel y el partido-milicia chi¨ª Hezbol¨¢ en L¨ªbano, estos explosivos siguen causando v¨ªctimas. Un total de 508 personas han resultado heridas o muertas desde julio de 2006, seg¨²n datos de la ONG para el desminado MAG. Durante las ¨²ltimas 72 horas de los 33 d¨ªas de guerra aquel verano de 2006, la aviaci¨®n israel¨ª sembr¨® el sur liban¨¦s con cuatro millones de estos peque?os proyectiles. Lo hizo sobre posiciones enemigas y poblaciones civiles por igual. ¡°Se lanzaron desde el aire, en unos contenedores con forma de tubo que pueden descargar hasta 200 submuniciones cada uno. Generalmente el 30% no explosiona al tocar tierra¡±, explica Ali Shuaib, trabajador de MAG.
En la mano sostiene una peque?a bola met¨¢lica, apenas mayor que una pelota de pimp¨®n. Al detonar, la bomba libera una cantidad de metralla capaz de matar a todo ser humano en un radio de 25 metros y de mutilar gravemente a todo aquel que se encuentre en 100 metros a la redonda. ¡°La imprecisi¨®n que caracteriza el lanzamiento a¨¦reo de este tipo de explosivos hace que aterricen con un margen de error de entre 100 y 1.000 metros de su objetivo¡±, a?ade Shuaib. El Gobierno israel¨ª se niega a facilitar todas las coordenadas GPS de los bombardeos, tanto al Ej¨¦rcito liban¨¦s como a la misi¨®n de la ONU en el terreno (UNIFIL). Esa actitud obliga a invertir m¨¢s recursos en busca de este tipo de bombas¡, pero la escasez de fondos ya hace vaticinar que no se cumplir¨¢ el plan nacional para un desminado completo en 2020.
¡°Vi una pelota y, como cualquier ni?o, la cog¨ª. Estall¨®¡±, dice Has¨¢n Gandur, que perdi¨® el brazo. El amigo que iba con ¨¦l muri¨®.
Son las 7.30 y el equipo de zapadores del Ej¨¦rcito liban¨¦s, junto a un equipo de MAG, trabaja en una zona cerca de la ciudad de Nabatiye, al sur del pa¨ªs. Las piquetas verdes marcan las zonas seguras, y las rojas, el ¨¢rea donde los zapadores han encontrado bombas de racimo o minas sin explosionar. Entre las ra¨ªces de un ¨¢rbol ha quedado encajada una. El coste de fabricaci¨®n de estos artefactos ronda entre uno y cuatro euros por unidad, y permanecen activos m¨¢s de medio siglo. Desactivarlos cuesta miles de euros.
Tras formar un per¨ªmetro seguro de un kil¨®metro cuadrado, los zapadores proceden a la detonaci¨®n controlada. Al disiparse la columna de humo negro, el equipo regresa de nuevo cargado con detectores para seguir peinando el ¨¢rea. Acaban de explosionar una bomba concebida en los setenta, dise?ada para mutilar y con ello inutilizar para el combate al mayor n¨²mero posible de civiles. Entre 1978 y 2006 la aviaci¨®n israel¨ª lanz¨® millones de estos letales proyectiles sobre L¨ªbano.
¡°Tenemos algo m¨¢s de un centenar de pacientes. Llegan con amputaciones f¨ªsicas, problemas psicol¨®gicos, auditivos, visuales y motores¡±, explica la doctora Fatiah el Hour, en el complejo hospitalario Nabih Berri, de Sarafand, al sur del pa¨ªs. Es aqu¨ª donde reciben tratamiento los mellizos Bazih. ¡°A los problemas de salud se a?aden los financieros, con una medicaci¨®n que puede costar 500 euros al mes y la p¨¦rdida de ingresos que supone no poder trabajar¡±. Las v¨ªctimas suelen ser, de manera mayoritaria, varones campesinos.
Cinco bombas de racimo le arrancaron a Al¨ª Husein Hatab a un hermano, a un sobrino, el h¨ªgado y parte del gemelo derecho. Fue el ¨²ltimo d¨ªa de la guerra de 2006. A los 56 a?os, arrastra la pierna entre su ganado en el poblado de Haboush, cerca de la frontera sur libanesa. Pas¨® 36 d¨ªas en coma y despu¨¦s 14 meses en cama. Al regresar a casa, sus tres hijos apenas le reconoc¨ªan. Asustados, tuvieron que dormir con unos familiares hasta hacerse a los hierros y cicatrices del padre. Hoy solo puede pastorear un par de horas al d¨ªa, perdiendo ingresos y teniendo que abonar cada mes un tercio de los 400 euros en medicamentos que no le subvencionan. ¡°Sabemos que hay m¨¢s bombas, pero no d¨®nde. Vivimos con miedo¡±, musita Hatab.
Otro caso de especial dramatismo fue el de Mohamed Mahdi. Mec¨¢nico oriundo del sure?o poblado de Zawtar, Mohamed ten¨ªa solo 16 a?os aquel verano de 2006, cuando una bomba de racimo encallada debajo del veh¨ªculo le estall¨® cuando intentaba extraer el motor de su coche, provoc¨¢ndole graves heridas de las que solo pudo reponerse tras una larga ?convalecencia. O el de Ibrahim Naame, que perdi¨® una pierna por culpa de otra bomba asesina pero que hoy, a sus 44 a?os, sigue jugando al f¨²tbol con una pr¨®tesis.
A las secuelas f¨ªsicas y mentales que sufren estas v¨ªctimas se suma el es?tigma social. ¡°En esta sociedad los m¨¢rtires se llevan con orgullo, los minusv¨¢lidos con pena¡±, dice la doctora El Hour. Una batalla que Has¨¢n Gandur, de 35 a?os, ha sabido ganar imponiendo su minusval¨ªa sobre su entorno social. Perdi¨® el brazo izquierdo a los siete a?os. ¡°Vi una pelota, y, como cualquier ni?o, fui a cogerla. Estall¨®. Sobreviv¨ª, pero a mi amigo le atraves¨® el coraz¨®n la metralla¡±, comenta al tiempo que se frota el mu?¨®n a la altura del hombro. Hoy ense?a a las v¨ªctimas m¨¢s recientes a convivir con sus pr¨®tesis. Se cas¨® y tiene dos hijos. Se considera v¨ªctima de guerra y arremete contra la desi?dia de un Estado que ¡°ha abandonado a los vivos para rendir homenaje a los muertos¡±. Algunos de sus pacientes caen en la depresi¨®n y tratan de quitarse la vida.
En el complejo Nabih Berri, de Sarafand, es Osama Faqih quien fabrica las pr¨®tesis de los afectados. Tarda entre tres y siete meses en adaptarlas al paciente. La m¨¢s b¨¢sica cuesta 1.500 euros. ¡°Hay quien nunca se adapta, hay quien tarda a?os¡±, murmura.
M¨¢s de 20.000 personas han muerto a causa de estos proyectiles en 35 conflictos en el ¨²ltimo medio siglo. De ellos, el 98% son civiles y un 40% menores. Hasta hoy, 119 pa¨ªses han firmado la Convenci¨®n de Dubl¨ªn de 2008 por la que se ¡°proh¨ªbe el uso, producci¨®n, transferencia y almacenamiento de bombas de racimo que causan da?os inaceptables a los civiles¡±. Entre los firmantes est¨¢n L¨ªbano y Espa?a.
Al tiempo que se reducen los recursos para desminar, millones de artefactos sin explosionar, herencia de guerras del pasado, nuevas bombas de racimo riegan los conflictos actuales como Yemen o Siria. Con el fin de presionar sobre las empresas productoras, exportadoras e instituciones que financian este tipo de municiones, la organizaci¨®n holandesa PAX ha confeccionado una lista de las seis principales empresas productoras: las chinas Norinco y China Aerospace Science and Industry, las surcoreanas Hanwha y Poongsan, y las norteamericanas Orbital ATK y Textron.
Productores que han sido financiados por 116 instituciones cuya inversi¨®n total asciende a 25.000 millones de euros entre 2013 y 2017.?A decenas de miles de kil¨®metros de Washington y Pek¨ªn, las familias de las v¨ªctimas sufren las consecuencias de las bombas sin subvenciones estatales ni apenas infraestructuras que se adapten a su reducida movilidad. ¡°Trabajamos d¨ªa y noche. Somos campesinos y estamos solos¡±, solloza Jadiye Hamza, madre de los mellizos Nabih y Has¨¢n. Esta mujer tuvo que dejar de cultivar tabaco para ocuparse las 24 horas de sus hijos y tratar de sacar a Has¨¢n de la depresi¨®n. ¡°Nos ha arruinado la vida¡±, dice.
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