Advertencia: leer mata
Lo que encontramos en 'Lolita' es lo que el personaje ve o cree ver: su interpretaci¨®n de los hechos, que muy pronto sabremos es tan equ¨ªvoca como equivocada. Entre las costuras del relato se muestran la lascivia del pobre anciano y el dolor de la n¨ªnfula
Leer mata. Mata mucho m¨¢s, al menos, de lo que puede matar el tabaco. En el origen de cada atentado terrorista, de cada guerra o guerrilla habida y por haber, es imposible no encontrar un libro. Es cierto que detr¨¢s de los m¨¢s inveros¨ªmiles actos de bondad o de amor al pr¨®jimo tambi¨¦n hay libros, a veces los mismos que originan las peores infamias. Pero el bien que los libros pueden hacer no borra el mal que a diario hacen. Ante la amplitud de los da?os que provocan los lectores inadvertidos, ?no ser¨ªa necesario, como se hace con el tabaco o el alcohol, advertir al incauto de que leer puede ser peligroso? ?No es hora de preguntarnos si no es una crueldad lanzar sin preparaci¨®n alguna a miles de j¨®venes a recoger todas las flores del mal, con su cortejo de suicidios de provincia y ladrones que son santos, con la sola excusa de que son cl¨¢sicos inexcusables que el joven debe leer para ser una persona de bien? ?Qu¨¦ bien puede sacar de ese amasijo de libros escritos por drogadictos confesos, enfermos de s¨ªfilis y rabiosos jorobados? ?No necesita, por ejemplo, Lolita, esta oda demencial al abuso sexual, una advertencia para ser le¨ªda con justicia?
Otros art¨ªculos del autor
Si la necesita, la necesita con tanta urgencia que ya la tiene, que siempre la tuvo. En algunas ediciones, la advertencia est¨¢ en la portada, en otras, en la primera p¨¢gina, justo, debajo del t¨ªtulo, ah¨ª donde dice ¡°novela¡±. ?Qu¨¦ es una novela, qu¨¦ significa que Lolita sea una? El tr¨¢fico en torno a la ficci¨®n, la no ficci¨®n y la autoficci¨®n nos ha hecho quiz¨¢ perder la gravedad de esa advertencia tan sencilla como efectiva. Sabemos hoy que casi todo puede ser una novela, una largueza que no es una licencia irresponsable, porque es cierto que una novela es ante todo y sobre todo no una forma de escribir, sino una forma de leer. Da lo mismo que se lean bestiarios medievales, o sermones escol¨¢sticos, o informes de prisiones renacentistas. Si los leo como si fueran novelas, dejo de esperar datos precisos para buscar otra precisi¨®n: la coherencia de una voz y de un punto de vista. Esa otra precisi¨®n, el saber qui¨¦n cuenta qu¨¦ y por qu¨¦ lo cuenta, es toda la honestidad, la responsabilidad, la moralidad que debo esperar como lector de novelas.
Lolita podr¨ªa ser un informe sociol¨®gico sobre la juventud americana o el estado de las carreteras en los a?os cincuenta; es de alguna forma todo eso, pero eso no quita que sea ante todo y sobre todo una novela. Una novela que nos cuenta desde nada menos que la c¨¢rcel la carrera delictiva y sentimental de un tal Humbert Humbert, un delincuente que, como la mayor¨ªa de los convictos, est¨¢ enamorado de su delito. Lo que leemos en Lolita es lo que el personaje ve o cree ver: su interpretaci¨®n de los hechos, que muy pronto sabremos es tan equ¨ªvoca como equivocada. El placer de la novela se basa justamente en que, sin dejar de creer a Humbert Humbert, no podemos dejar de ver entre las costuras del relato la otra historia, la del pobre anciano lascivo pint¨¢ndole las u?as a la n¨ªnfula que lo maneja como un pat¨¦tico t¨ªtere y el dolor de Lolita, y el enga?o, y la trampa y toda esa corte de miseria que no es necesario que nadie nos subraye o explique porque al leerla la estamos viviendo.
A partir de las palabras de Humbert Humbert conocemos la historia que no quiere contar
Aqu¨ª descubrimos el maravilloso arte de Nabokov: sin que nadie desmienta a su protagonista podemos, a partir de sus palabras, contar la otra historia, la que Humbert Humbert no puede o no quiere contar. La novela es, como Lolita demuestra de forma magistral, el espacio entre lo que las palabras dicen y lo que realmente cuentan. El arte de la novela nace de la posibilidad de delatar a sus personajes sin nunca traicionarlos.
Como toda novela que se respeta, Lolita es una novela moral. Los malos pagan por sus maldades, pero los buenos no reciben recompensa, justamente porque Lolita es una novela moral y no cree que existan los buenos, y menos, mucho menos, los inocentes. Lolita es una novela moral, pero no es una novela ¡°moralista¡±. Uso aqu¨ª el t¨¦rmino ¡°moralista¡±en el sentido que le daba Pier Paolo Pasolini, que llamaba moralismo a esa mala fe del burgu¨¦s que quiere vivir el placer de ser escandalizado y que quiere al mismo tiempo tener el poder de castigar al que le provee ese placer. Un moralismo que es quiz¨¢ la clave de la revoluci¨®n ¨¦tico-medi¨¢tica que nos inunda. Porque una de las ventajas de la indignaci¨®n posmoderna es su capacidad de darle al voyeurista, que quiere saber c¨®mo y cu¨¢ndo se acuesta el famoso, una indignaci¨®n tan ardiente que puede darle un manto de bondad a sus otras calenturas.
En la moral #MeToo el perverso es siempre el otro. Pero lo cierto es que, en un templo budista, Lolita no llega a ser ni una buena ni una mala novela, porque es posible que ning¨²n monje la termine. No lo es tampoco en los miles de pueblos de ?frica, Asia o Latinoam¨¦rica en los que las mujeres son destinadas a los 15 a?os al servicio del hombre sin que nadie les pregunte su opini¨®n. Para que Lolita sea Lolita no solo se necesita un escritor o un protagonista perverso, sino un lector que pueda disfrutar tanto como lamentar (lamentar porque la disfruta, y disfrutar porque la lamenta) esa perversidad. Los libros que nos importan no son los que leemos, sino los que nos leen a nosotros. La grandeza de Lolita, que es tambi¨¦n su peligro, es que nos obliga a reconocernos tanto en Humbert Humbert como en Lolita. Es quiz¨¢s la raz¨®n por la que habr¨ªa que prohibir Lolita, y por la que es absolutamente in¨²til hacerlo. Lolita no invent¨® el abuso a menores, ni puede hacer nada para impedirlo ni tampoco nada para fomentarlo; solo le da un nombre, una sombra, una leyenda que nos permite, como el mango de la sart¨¦n, tocar lo que quema sin quemarnos las manos nosotros.
Los libros que nos importan no son los que leemos, sino los que nos leen a nosotros
La idea de que la literatura tiene derechos inalienables nacidos de la santidad del arte es tan infantil como esperar del arte lecciones de vida que el lector deba imitar. Lo que hace la novela necesaria es su manera de articular en leyendas y palabras la perversidad sin nombre que habitaba despu¨¦s y antes de la novela en sus lectores. Lo que hace la literatura necesaria es la idea de que, al tener nombre, los demonios pierden su poder, para convertirse en m¨¢scara de carnaval. La novela tiene el derecho y la obligaci¨®n de decir la verdad debajo y detr¨¢s de la Verdad. Tiene que recordar que detr¨¢s y debajo y al lado de la Verdad de lo deseable est¨¢ lo que de verdad deseamos. La novela no tiene otro objeto que decir que eso que ¡°no tiene lugar¡± sucede en ese ¡°lugar de La Mancha¡± que Cervantes cruelmente no quiere nombrar.
No lo dice porque ese ¡°lugar de La Mancha¡± es la cama, la playa, la pieza, la silla en que leemos la historia de un pobre viejo que se salt¨® la palabra ¡°novela¡± de las novelas de caballer¨ªa. No es del todo ir¨®nico que la primera novela moderna sea la historia de un hombre que no sab¨ªa leer novelas. Quiz¨¢s la ¨²ltima novela cuente lo que termin¨® por ocurrirle a una sociedad que ya lee novelas como si fueran informes sociol¨®gicos, leyendas como si fueran profec¨ªas, cifras como si fueran letras, y bromas como si fueran leyes. Espero que haya al final de todo ese embrollo un Nabokov y un Cervantes capaces de contarnos el final de la historia.
Rafael Gumucio es escritor.
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