Hawking sobre dos piernas
Jane Hawking, primera esposa del cient¨ªfico, aporta en unas memorias un retrato intenso y v¨ªvido de aquellos a?os de formaci¨®n intelectual y emocional del f¨ªsico
Poca gente quedar¨¢ sobre el planeta Tierra que no est¨¦ familiarizada con la imagen de Stephen Hawking, cosm¨®logo, f¨ªsico te¨®rico, escritor de ¨¦xito, polemista agudo y personaje de Los Simpsons,?postrado por la esclerosis lateral amiotr¨®fica (ELA) en su silla de ruedas de alta tecnolog¨ªa y comunic¨¢ndose con el mundo mediante un sintetizador de voz que va cambiando de software pero mantiene ¨Cpor expreso deseo del usuario¡ª su inconfundible y algo inquietante timbre rob¨®tico. La figura resulta tan familiar, de hecho, que resulta f¨¢cil olvidar que el f¨ªsico fue hasta los veintipocos a?os una persona sana que se mov¨ªa sobre dos piernas, so?aba con un futuro brillante y se enamoraba como cualquier joven, o al menos como cualquier joven educado en Oxford. Su primera mujer, Jane Hawking, nos aporta ahora un retrato intenso y v¨ªvido de aquellos a?os de formaci¨®n intelectual y emocional. Y tambi¨¦n de todo lo que vino despu¨¦s.
Hacia el infinito; mi vida con Stephen Hawking (Lumen, que llegar¨¢ a librer¨ªas el 2 de enero) no es exactamente una biograf¨ªa del f¨ªsico, ni tampoco una autobiograf¨ªa de su autora. Consciente de que la celebridad de su ex marido no cesar¨¢ en d¨¦cadas ni en siglos por venir, la escritora y conferenciante Jane Hawking ha decidido contar ella misma su relaci¨®n con ¨¦l antes de que "dentro de cincuenta o cien a?os alguien se inventara nuestras vidas". Esta es la narraci¨®n de la mujer que mejor conoci¨® a Stephen Hawking durante su juventud, y la que decidi¨® casarse con ¨¦l pese a su tr¨¢gica enfermedad. Tambi¨¦n es por tanto la historia de un dilema moral: uno de los m¨¢s graves a los que se puede enfrentar un ser humano a lo largo de su vida.
Hawking pertenec¨ªa a una de esas familias brit¨¢nicas que parecen sacadas de una pel¨ªcula de Frank Capra, exc¨¦ntricas, intelectuales y despreocupadas de su imagen entre los m¨¢s o menos horrorizados vecinos. El padre, el m¨¦dico Frank Hawking, no solo era el ¨²nico apicultor de Saint Albans, una ciudad de 60.000 habitantes, 30 kil¨®metros al norte de Londres, sino tambi¨¦n el ¨²nico que ten¨ªa un par de esqu¨ªs. ¡°En invierno¡±, narra Jane, ¡°pasaba esquiando por delante de nuestra casa camino del campo de golf¡±. Los Hawking eran conocidos en Saint Albans por costumbres como la de sentarse a comer en la mesa leyendo un libro cada uno, y la abuela viv¨ªa en la habitaci¨®n de la buhardilla, que ten¨ªa una entrada independiente desde la calle, y solo bajaba con ocasi¨®n de alg¨²n acontecimiento familiar o para dar un concierto de piano, instrumento del que era virtuosa.
Jane Hawking fue por primera vez a casa de los Hawking en 1962, invitada al 21 cumplea?os de Stephen, y tuvo ocasi¨®n de conocer all¨ª a sus amigos de Oxford, que se consideraban a s¨ª mismos ¡°los aventureros intelectuales de su generaci¨®n¡±, en palabras de la autora, ¡°consagrados en cuerpo y alma al rechazo cr¨ªtico de todo lugar com¨²n, a la burla de los comentarios manidos o t¨®picos, a la afirmaci¨®n de su propia independencia de criterio y a la exploraci¨®n de los confines de la mente¡±. Jane, una muchacha de firmes convicciones cristianas y opiniones convencionales, se sinti¨® siempre algo abrumada por todo ese despliegue de coheter¨ªa, pero desde el principio vio en Stephen algo m¨¢s que eso, una naturaleza emp¨¢tica e independiente de la que, casi sin darse cuenta, cay¨® enamorada en pocos meses.
La noticia lleg¨® un s¨¢bado de febrero de 1963 de boca de su amiga Diana: ¡°Oye, ?os hab¨¦is enterado de lo de Stephen?¡±. El joven talento llevaba dos semanas en el hospital de Saint Bartholomew, porque hab¨ªa estado tropezando continuamente y no se pod¨ªa ni abrochar los cordones de los zapatos. Los m¨¦dicos le hab¨ªan diagnosticado la esclerosis y le hab¨ªan dado dos a?os de vida. Jane se qued¨® perpleja. ¡°A¨²n ¨¦ramos lo bastante j¨®venes para ser inmortales¡±, escribe. Diana le cont¨® que Stephen estaba muy deprimido, y que hab¨ªa visto morir al chico de la cama de al lado en el pabell¨®n del hospital. Stephen se hab¨ªa negado a aceptar una habitaci¨®n individual, fiel a sus principios socialistas. Genio y figura.
Pero el libro de Jane Hawking no tiene el tono de una tragedia, como tampoco lo ha tenido la ya larga vida de Stephen. Quienes conocen de cerca al f¨ªsico se quedan indefectiblemente perplejos por un detalle: lo muy poco que le importa su discapacidad. Hawking no solo ha dejado perplejos a sus m¨¦dicos por sus d¨¦cadas de supervivencia a la ELA ¨Cun caso ins¨®lito para la medicina¡ª, sino que demuestra cada d¨ªa que puede llevar una vida tan normal como pueda llevar un f¨ªsico te¨®rico. Su productividad cient¨ªfica le sit¨²a en la ¨¦lite de la disciplina, disfruta como cualquiera de una buena cena con los amigos, y jam¨¢s ha renunciado a su agudo sentido del humor.
La esclerosis se presentaba en aquellos primeros a?os con crisis alternadas con episodios de relativa normalidad, y poco despu¨¦s de su deprimente ingreso en el hospital de Saint Bartholomew, Jane tuvo ocasi¨®n de comprobar el estrepitoso estilo de conducci¨®n de su novio. Stephen la llev¨® a Cambridge en el gigantesco Ford Zephyr de su padre ¨Cun coche que hab¨ªa vadeado r¨ªos en Cachemira durante la estancia india de la familia¡ª en lo que acab¨® constituyendo una de las experiencias m¨¢s espeluznantes a las que se hab¨ªa enfrentado la joven. ¡°Parec¨ªa utilizar el volante para alzarse y ver por encima del salpicadero¡±, cuenta Jane. ¡°Yo apenas me atrev¨ªa a mirar a la carretera, pero Stephen parec¨ªa mirarlo todo salvo la carretera¡±. Qu¨¦ a?os aquellos.
Hay mucho m¨¢s en este libro, una mirada extraordinaria a la vida de una figura a¨²n m¨¢s extraordinaria: el f¨ªsico m¨¢s popular de nuestro tiempo enfrentado al amor y al destino, los dos agujeros negros a los que acabamos sucumbiendo todos los miembros de esta especie parad¨®jica.
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