Final de 'Ven a cenar conmigo': la cena de los idiotas donde los idiotas ¨¦ramos nosotros
Nada demasiado distinto de una comida de Nochebuena, pero con gente pintoresca como Rappel, Ana Obreg¨®n, Luc¨ªa Etxebarr¨ªa y un hermano de Jesul¨ªn
Nunca se puede dar por muerta a la televisi¨®n c¨ªnica. La fiebre de Operaci¨®n Triunfo nos hizo creer que hab¨ªamos dejado atr¨¢s la etapa de los programas que fiaban su suerte al montaje trilero y la ridiculizaci¨®n gozosa, pero aqu¨ª estamos. Ven a cenar conmigo es un formato que se basa en explotar la maledicencia t¨ªpica que surge del jiji culinario, ese parloteo nervioso entre plato y plato que alivia la tensi¨®n del protocolo hincando el tenedor verbal sobre los nervios del anfitri¨®n.
Nada demasiado distinto de una cena de Nochebuena, pero con gente pintoresca en lugar de una t¨ªa abuela cardada y llena de collares. Como todo lo que funciona en el mundo de los realities merece su versi¨®n VIP, lo que se emiti¨® anoche fue la final de Ven a cenar conmigo Gourmet Edition. Los participantes eran Rappel, Ana Obreg¨®n, un hermano de Jesul¨ªn (perfectamente intercambiable con el propio Jesul¨ªn) y Luc¨ªa Etxebarria. O lo que es lo mismo, un adivino en formol, una ni?a de 12 a?os encerrada en las paredes neum¨¢ticas de un cuerpo de 60, un cateto taurino de marca blanca y una novelista desesperada por aclarar que estaba ah¨ª s¨®lo por el dinero. (Nada que objetar a esto. De entre todos los escritores c¨¦lebres que he visto hacer el rid¨ªculo en televisi¨®n, desde Cela hasta Arrabal, pasando por Jonathan Franzen inclinando la cerviz ante Oprah, Extebarria debe ser la ¨²nica que se ha garantizado un cheque. Bien por ella.)
Ayer ganaron Ana y Rappel, empatados. Fueron los que mejor puntuaci¨®n obtuvieron entre sus compa?eros. La primera dedic¨® su mitad del premio a una asociaci¨®n a favor de los ni?os con s¨ªndrome de Down. Luego le toc¨® hablar al futur¨®logo, que tras unos segundos de suspense dijo: ¡°bueno, lo m¨ªo ya lo repartir¨¦¡±. Fue s¨®lo uno de los grandes momentos que dej¨® el concurso.
Porque el programa va de lo que va. De reunir a un hatajo de Norma Desmond del color¨ªn poni¨¦ndose a parir entre ellos con una suerte de teatralidad blancuzca, lo bastante exagerada como para hacer risa y lo bastante par¨®dica (y autoconsciente) para ser inocua. Todos sabemos que Rappel es un folcl¨®rico divino y turbio, que Ana Obreg¨®n engorda su curriculum como running gag, que la familia Ubrique est¨¢ compuesta por ac¨¦milas y que Luc¨ªa Extebarria no hace nada ah¨ª, la pobre. Lo interesante, m¨¢s all¨¢ del desarrollo de la final, es otro tema.
?Por qu¨¦ necesitamos programas como ¨¦stos? ?Por qu¨¦ tienen ¨¦xito? ?Por qu¨¦ estoy escribiendo este art¨ªculo? ?Qu¨¦ tiene que decir Ven a cenar conmigo sobre nosotros mismos? ?ltimamente todo el mundo va a la tele a cenar. Los programas gastron¨®micos se multiplican, cl¨®nicos, algunos con m¨¢s soberbia que otros (es decir, algunos haciendo hincapi¨¦ en la terror¨ªfica cultura del esfuerzo tras los fogones, como Masterchef, y otros centrados en que un chef abronque a un fritanguero cuando se suena los mocos con el mandil, como Chicote). Adem¨¢s de esto, proliferan las entrevistas bertinescas. Se podr¨ªa decir que la televisi¨®n ha reinventado la premisa de aquel libro emblem¨¢tico de Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n, Mis almuerzos con gente inquietante, donde a tenor de la foto de portada el m¨¢s inquietante era ¨¦l.
"Porque el programa va de lo que va. De reunir a un hatajo de Norma Desmond del color¨ªn poni¨¦ndose a parir entre ellos con una suerte de teatralidad blancuzca"
Es f¨¢cil ver a famosos con vocaci¨®n de icono pop hacer el tonto mientras se sirven bazofia los unos a otros. Es f¨¢cil re¨ªrse de eso, ponerlo como hilo musical de ascensor tras una tarde agotadora de trabajo y nubarrones mentales, es f¨¢cil hacer hincapi¨¦ en lo evidente (que una es boba, que el otro es heteropaleto, que aquella es pedante). Es f¨¢cil, o sea, escribir este art¨ªculo.
Ellos entran al ruedo sabiendo que van a mutilar y reordenar sus momentos m¨¢s enredosos en la sala de montaje. Nosotros tambi¨¦n somos conscientes y, aun as¨ª, hacemos nuestra parte, riendo, tuiteando o publicando esto a cambio de una cantidad seguramente menor de la que se necesita para cocinar la vichyssoise que sirvi¨® anoche Obreg¨®n. Pero mira: cunde.
Ese es el verbo. Cunde. La sintaxis visual hortera del programa; su voz en off empe?ada en subrayar todo lo que es, ya, manifiestamente grotesco; la resignaci¨®n con la que los protagonistas desfilan (gladiadores del trash, ellos) al centro del coliseo. Todo ello resulta gratificante a un nivel primario pero aliviador. De vez en cuando reconforta la telebasura sincera. Aqu¨ª todos son c¨®mplices de un espect¨¢culo tan divertido e inofensivo como las pullas de una comida entre primos lenguaraces.
Por eso disfruto de las t¨²nicas, de la torpeza machocabr¨ªa del Jesul¨ªn bis, de la ternura de Rappel cuando empatiza con las an¨¦cdotas procaces de Luc¨ªa, de los breves segundos en los que esta ¨²ltima parece abstraerse de la necesidad alimenticia de seguir all¨ª presente. Y por eso creo que es importante que existan estos formatos, aunque revelen algo pegajoso sobre quienes los prestigiamos con nuestro sarcasmo banal, regalado en flor para que la rueda siga girando.
"La sintaxis visual hortera del programa; su voz en off empe?ada en subrayar todo lo que es, ya, manifiestamente grotesco; la resignaci¨®n con la que los protagonistas desfilan (gladiadores del trash, ellos) al centro del coliseo"
Desde hace tiempo llego al final del d¨ªa con la sensaci¨®n de tener un tiovivo demente girando en la cabeza. Siempre a un correo laboral m¨¢s de convertir mis orejas en pitorros de tetera, el ¨¢nimo derretido y la cabeza rodeada por el rucu-rucu mental de una locomotora conducida por un manco puesto de speed. Me cuesta concentrar la atenci¨®n en un libro, en una pel¨ªcula, en una serie. El otro d¨ªa ni siquiera fui capaz de ver esa pel¨ªcula de Netflix, Aniquilaci¨®n, pese a que me estaba gustando. Rucu-rucu. Cosas.
Pero la televisi¨®n siempre est¨¢ ah¨ª, sin exigencias, como un edred¨®n maternal que te cubre cuando menos te lo esperas y cuando m¨¢s lo necesitas. El programa, que parece dise?ado para el escarnio, acaba salv¨¢ndome el d¨ªa por accidente porque I didn't see that the joke was on me. Como La cena de los idiotas en la que los idiotas eran los dem¨¢s. Como Olga Bakl¨¢nova cuando, al denunciar la aberraci¨®n de sus compa?eros de mesa en Freaks (1932), acaba revel¨¢ndose como el verdadero y ¨²nico monstruo.
Ven a cenar conmigo es una chorrada que me acaba diciendo m¨¢s sobre m¨ª mismo de lo que me esperaba. No es poco. Deja como poso ese consuelo que es, tambi¨¦n, una condena. La certeza human¨ªsima y escalofriante de necesitar, de vez en cuando, pasar algo de tiempo con gente m¨¢s desagradable que yo. Y la certeza, todav¨ªa peor, de que esa gente suele tener intenciones mucho m¨¢s honestas que las m¨ªas.
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