La revoluci¨®n sin revoluci¨®n del papa Francisco
El primer lustro del pontificado, populista y popular, cambia la forma sin alterar el fondo
No existen fen¨®menos menos revolucionarios que las revoluciones. Acostumbran a malograse en su combusti¨®n ret¨®rica, la realidad las destempla. Y su alcance se restringe al formalismo o a la superficie. Lo demuestra el mito del Mayo del 68. Debajo de los adoquines descubrieron los estudiantes que hab¨ªa alquitr¨¢n. Y se resignaron a la conquista de un cambio de maneras en la sociedad. Se acortaban las distancias y se edulcoraban los tratamientos verticales. Se pod¨ªa tutear al pater familias. Se cuestionaba el principio dogm¨¢tico, vertebral, de la jerarqu¨ªa, exactamente como le sucede al papa Francisco en la revoluci¨®n epid¨¦rmica que representa su pontificado populista y "papulista" en el umbral de sus primeros cinco a?os.
Ha decidido Bergoglio hacerse humano y vulnerable, empatizar con la sociedad, como dicen los cursis, despojarse del boato y de las connotaciones sobrenaturales. El Papa se acerca a la tierra tanto como nos aleja del cielo, desdibuja la sugesti¨®n metaf¨ªsica que osaron los artistas barrocos en la Contrarreforma. Y decide trivializarse con la demagogia que implica acudir a una tienda de barrio para comprarse unas gafas econ¨®micas. Francisco se jacta de oler a oveja y presume de su oficio de cura arrabalero, pero decepciona que tantas dudas a la teocracia no se hayan prolongado en una verdadera transformaci¨®n de la Iglesia, m¨¢s all¨¢ de la simpat¨ªa que le profesan los ateos y los descre¨ªdos, regocijados los unos y los otros en un antipapa canchero y hasta ¡°pop¡±.
Y discrepa uno de la devoci¨®n universal e incondicional que la sociedad ha concedido a Francisco, fundamentalmente porque su revoluci¨®n no ha sobrepasado el territorio de la apariencia o de la intenci¨®n pedag¨®gica. Francisco es un activista, un papa pol¨ªtico, un ecologista, un cualificado telepredicador. Se ha colocado, de oficio, con los pobres. Ha lavado los pies de los presos y ha rehabilitado la teolog¨ªa de la liberaci¨®n, hasta el extremo de que un reportaje bastante elaborado de la BBC se preguntaba si Jorge Mario Bergoglio era acaso un pont¨ªfice comunista.
Tendr¨ªan m¨¢s sentido las dudas si no fuera por su intransigencia doctrinal. Francisco considera el aborto un crimen abominable, juzga el matrimonio homosexual como una tragedia para la humanidad y, como regla general, proh¨ªbe a los divorciados el sacramento de la comuni¨®n. Eran las posiciones de Ratzinger en su ortodoxia, pero Francisco ha logrado sustraerse al escrutinio del contenido.
Nos gusta el cantante m¨¢s que la canci¨®n. Y no prestamos atenci¨®n a la letra. Si lo hici¨¦ramos, tendr¨ªamos bastante claro que el pontificado de Francisco se resiente de sus inequ¨ªvocas frustraciones. La mujer permanece discriminada. La red financiera permanece cobijada en el hermetismo. La pederastia se ha perseguido con menos ah¨ªnco del esperado, como ha podido probarse en el frustrante viaje pastoral de Chile. Y la Santa Sede rechaz¨® el embajador franc¨¦s al ¡°descubrirse¡± que era homosexual, de tal forma que Francisco cumple un lustro de extraordinaria popularidad sin haberse emprendido las proezas con que fue entronizado.
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