Yo quiero ser Lauren Bacall, no Isabel Preysler
Mirarse a la cara o reconstuirse hasta el pasado
A mi edad solo me queda una opci¨®n: gustarme hasta las trancas o ser lo suficientemente artista como para saber qui¨¦n quiero que me dibuje.
Siempre supe que un buen d¨ªa la televisi¨®n me escupir¨ªa, como hizo con otras muchas antes que conmigo. Aprend¨ª bien jovencita que trabajar en ella implicaba aceptar unas normas que la edad impide cumplir. Creo que las mujeres que salen en televisi¨®n est¨¢n especialmente expuestas a sentir la imperiosa necesidad de lucirse siempre impecables. Basta con que pongan cualquier programa de televisi¨®n y se sienten a disfrutar con las mujeres que lo presentan. Todas lozanas, todas bellas, todas j¨®venes aunque ya no lo sean. Mientras en otros pa¨ªses se venera el periodismo maduro femenino (recordemos a Christiane Amanpour, hijo pol¨ªticamente incorrecto incluido), en este pa¨ªs somos m¨¢s de venerar el buen lomo antes de escuchar lo que nos cuentan. Hasta el punto que algunas consiguen que ni su discurso sea relevante.
Mi primer contacto con la televisi¨®n aconteci¨® en Teleponiente. Una televisi¨®n local almeriense de aquellos maravillosos a?os 90. A partir de ah¨ª, imaginen. He hecho de todo. He sido inmensamente feliz y he aprendido much¨ªsimo. Hasta a esquivar las pu?aladas. La televisi¨®n act¨²a como una droga, supongo que por eso gusta tanto a los que trabajan en ella. Pocas cosas me han puesto tan cachonda fuera de una cama como hacer directos delante de una c¨¢mara. Aprend¨ª en todas y cada una de las redacciones en las que estuve y dese¨¦ hacer la gran mayor¨ªa de salvajadas que me propusieron. Helen Singer Kaplan fue la primera psic¨®loga especializada en sexolog¨ªa que incluy¨® el deseo en la fase de excitaci¨®n del ser humano. Ella explic¨® por qu¨¦ era importante incluir el deseo para que resultara la respuesta sexual humana. Yo, en televisi¨®n, dese¨¦ hacer cosas tan idiotas como saltar desde una gr¨²a a 60 metros. Si rescat¨¢semos la noticia tal y como se emiti¨® en Telemadrid, ver¨ªamos a una reportera corri¨¦ndose en directo.
Durante un tiempo medit¨¦ si operarme las tetas por aquello de que las tengo bizcas, algo que desestim¨¦ primero por miedo a la anestesia general, segundo por cabezoner¨ªa propia: ?por qu¨¦ solo vemos en la piscina las buenas tetas? Me pareci¨® incongruente exigir a los dem¨¢s que me quisieran con todos mis defectos y caer en la obligaci¨®n de cambiar mi cara o mi cuerpo hasta parecer dibujada por un cirujano. Me gustan las imperfecciones, las cicatrices me excitan; no elijo a mis amantes por su belleza, ellos me eligen a m¨ª con su ingenio. Son otros par¨¢metros y no la belleza la base de sentirme bonita en cualquier cama. A partir de los treinta a?os muchas mujeres empiezan a pasar por los quir¨®fanos cincel¨¢ndose como querr¨ªan ser, y no ser¨¦ yo la que crea que no deban hacerlo. Cada una hace con su culo lo que quiere. Solo reclamo mi derecho a no participar en la campa?a de prestigio que parecen necesitar las que te preguntan qu¨¦ te parece su nuevo retoque. Si quieren ser de cera, que lo sean. Pero que no me pidan que se lo alabe.
Me gustan las mujeres que no esquivan lo que pueda explotarles en la cara. Me las imagino teniendo amantes de todo tipo: mejores, peores, m¨¢s buenos, menos malos, gamberros, dubitativos, mezquinos, gloriosos, conocidos y secretos. Me gustan las personas que deciden lucirse siendo quienes son, amando a quien aman, doli¨¦ndole lo que les duele. Los amantes de las mujeres dibujadas no me interesan lo m¨¢s m¨ªnimo.
Lauren Bacall muri¨® en su apartamento de Manhattan cuando estaba a punto de cumplir los 90 a?os, despu¨¦s de haber sido esposa de hombres como Humphrey Bogart y amante de Frank Sinatra. Afortunadamente para quien la amortajara, el cad¨¢ver era el de una anciana que hab¨ªa vivido todo lo suyo. Otras lo van a tener jodido; llevan a?os escapando a su propia vida a base de inyecciones, retoques, estiramientos, par¨¢lisis faciales y rellenos siliconados que impiden que aparezcan lastimosas ni siquiera cuando lo est¨¢n. He visto mujeres sonriendo mientras enterraban a sus maridos y no por la alegr¨ªa que pudiera proporcionarles esa p¨¦rdida, que lo mismo, sino por haberse quitado las arrugas que rodeaban sus bocas.
Prefiero ser Lauren Bacall a Isabel Preysler, amantes incluidos.
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