La dictadura de los 'likes'
A todos nos gusta gustar. Pero con las redes sociales, esta pulsi¨®n puede magnificarse hasta convertirse en obsesi¨®n. La necesidad de recibir est¨ªmulos positivos engancha. Y muchos se ven obligados a repetir la misma conducta una y otra vez.
Todos estamos expuestos a la cr¨ªtica social, m¨¢s a¨²n si aireamos voluntariamente nuestras intimidades. Bien lo saben instagramers, blogueros y youtubers, que muchas veces ofrecen la imagen de la felicidad plena y la verdad absoluta en sus redes sociales. Llegados desde el universo virtual, estas celebrities de nuevo cu?o se han convertido en los actuales prescriptores de gustos y opiniones, los llamados influencers. La posibilidad de ser conocido nunca estuvo tan a nuestro alcance como ahora, y los usuarios an¨®nimos que cada d¨ªa dedican m¨¢s tiempo a ser observados, admirados y valorados se cuentan ya por millones. A las personas les gusta gustar. Y la capacidad de difusi¨®n de Internet nos ofrece la posibilidad de gustar a mucha m¨¢s gente. Pero al mismo tiempo, nos somete a la ?dictadura de la observaci¨®n constante, lo que nos impulsa a evitar cometer errores que puedan trascender. Lo que antes se limitaba a un instante y a un grupo reducido de personas, tiene ahora una audiencia ?potencial permanente e ilimitada.?De d¨®nde surge esa necesidad de complacer?
Corremos el riesgo de vivir en una pose constante. No est¨¢ permitido enfadarse
o tener un mal d¨ªa
?Parte de nuestra identidad ¡ªen particular en la pubertad y la adolescencia¡ª se configura a trav¨¦s de la relaci¨®n con nuestros iguales. Configuramos nuestra personalidad seg¨²n c¨®mo nos sentimos con nosotros mismos y con las opiniones que recibimos del mundo exterior. Lo que los dem¨¢s piensan de nosotros es uno de los factores determinantes en la construcci¨®n de nuestro car¨¢cter. Las nuevas tecnolog¨ªas nos ofrecen la posibilidad de dise?ar un nuevo yo, el digital, que podemos idealizar y controlar: nosotros elegimos qu¨¦ mostrar, qu¨¦ imagen dar. Pero la creaci¨®n y el mantenimiento de esta apariencia tiene un coste: ejecutar la mejor interpretaci¨®n de nuestra vida pierde valor si no existe un p¨²blico que la observe, si no trasciende. ?Necesitamos seguidores.El verdadero valor del me gusta es confirmar que nuestras acciones son observadas y evaluadas positivamente. Esto nos hace sentir el placer del triunfo, del objetivo conseguido. Cuando mostramos una faceta de nosotros mismos y recibimos un feedback que la valida se activan los circuitos cerebrales del refuerzo, lo que provoca que queramos m¨¢s. Y esto acaba funcionando como una droga.
Cada nuevo me gusta refuerza una conducta que nos lleva a repetirla; necesitamos m¨¢s y m¨¢s y m¨¢s, como ocurre con cualquier adicci¨®n.El impacto de las estampas de la felicidad y de la perfecci¨®n es efectivo. La audiencia desea ver aquello que no tiene, extendiendo el valor del instante a su vida: si una persona sale sonriendo en todas las fotos, significa que es feliz. Para que nuestra imagen digital se corresponda con lo que deseamos ser, solo hay que hacer eso: mostrar felicidad, aunque esta se asiente sobre la desgracia de vivir por y para la captura de ese momento.Hoy somos v¨ªctimas de la tiran¨ªa de la popularidad y el optimismo, un derivado directo del culto al cinismo. Se mide la importancia de una foto por sus likes, de una idea por sus retuits y de una persona por su n¨²mero de seguidores. El alcance de una opini¨®n personal, de una cr¨ªtica, ya no se limita al entorno donde se exprese, ni ese escrito se relega a una estanter¨ªa a la que, tal vez, acudamos a?os despu¨¦s y leamos con sonrojo aquello que un d¨ªa consideramos. Ahora, el p¨²blico se cuenta por millones. Y ya nada es transitorio.
Cuando recibimos un feedback positivo se activan los circuitos cerebrales del refuerzo, lo que provoca que queramos m¨¢s. Es una droga
Por todo esto, corremos el riesgo de vivir en una pose constante. No est¨¢ permitido enfadarse, tener un mal d¨ªa o estar de mal humor. La indiferencia no tiene cabida en un mundo que da tanta cotizaci¨®n al posicionamiento y, a ser posible, al posicionamiento expl¨ªcito, cercano al radicalismo. Entre los retos m¨¢s acuciantes que esto conlleva, destaca la necesidad de hacernos cargo de la incontrolable esfera de influencia a la que est¨¢n sometidos nuestros menores, seres humanos que todav¨ªa est¨¢n recopilando datos con los que formarse una opini¨®n propia. Nunca antes fue tan f¨¢cil para un ni?o o adolescente acceder a argumentos extremistas esgrimidos por falsos profetas vociferantes.
?Qu¨¦ sucede cuando los valores que se compran y se venden para conseguir ser alguien influyente se van simplificando hasta la frivolizaci¨®n del ser humano? ?D¨®nde queda el sujeto pensante y aut¨®nomo, la persona con capacidad de reflexi¨®n, decisi¨®n y creaci¨®n de un sistema ideol¨®gico independiente y adaptado a un contexto social m¨¢s o menos normativo? Los j¨®venes hoy perciben las ideas de ¨ªdolos de la canci¨®n, de los videojuegos, del deporte, de la moda o de la belleza sin diferenciar si estos individuos saben de qu¨¦ est¨¢n hablando cuando opinan sobre temas para los que, en no pocas ocasiones, no tienen argumentos.En esta era, podemos acostarnos como sujetos an¨®nimos y despertar a la ma?ana siguiente siendo trending topic; tan solo es necesario que una persona con el n¨²mero suficiente de seguidores nos relacione con alg¨²n hecho escandaloso y en un tono lo suficientemente extravagante o agresivo como para que se desencadene el efecto retuit. Para bien o para mal, en la sociedad actual todos somos audiencia, pero tambi¨¦n todos somos audibles. No hay descanso.
El mundo nos observa y nos divulga. La verdad no importa necesariamente. Muchas veces, la enmienda de una calumnia obtendr¨¢ un n¨²mero de retuits comparativamente despreciable.Los adultos, como los m¨¢s j¨®venes, tambi¨¦n acumulamos me gusta y tendemos a establecer pautas sobre aquellas cosas cuyo contenido m¨¢s nos ¡°ha gustado¡±. Contabilizamos seguidores y nos disgustamos al perderlos. Los conferenciantes ya no se valoran, en seg¨²n qu¨¦ foros, por sus conocimientos o publicaciones acad¨¦micas, sino por el n¨²mero de seguidores que tienen en Twitter. Y esto puede depender m¨¢s de lo simp¨¢tico que sea tu perro y el partido que seas capaz de sacarle que de tener unos conocimientos s¨®lidos sobre el contenido del panel al que has sido invitado. Ya no importa qu¨¦ conclusiones se han obtenido en el debate. La magia termina cuando se contabiliza el n¨²mero de personas que ha acudido al evento. ?C¨®mo gestionar y controlar esta adicci¨®n? Aqu¨ª llamo a las autoridades a legislar. Y a los fil¨®sofos a filosofar. No se puede dar a un ni?o un tel¨¦fono m¨®vil y despu¨¦s quit¨¢rselo.Debemos recapacitar, adelantarnos a los acontecimientos.
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