Y eso es lo que quiero: besos

Ahora que estamos locos por generar contenido para las redes, el encuentro con un famoso ¨Cda igual con cu¨¢l, en realidad¨C es un fil¨®n. Ya ni aspiramos a que la an¨¦cdota deje buen sabor en el recuerdo. Mucho menos a hacer de ello una experiencia enriquecedora para ambos. La interacci¨®n suele ser fr¨ªa, y solo dura lo que tardamos en hacernos con el preciado selfi. A veces incluso desenfundamos el tel¨¦fono sin ni siquiera estar seguros de los logros de aquel junto al que nos queremos retratar. ?Sal¨ªa en una serie? ?Era m¨²sico? O peor, ?concursante de Gran hermano?

Y ya el absurdo total llega cuando no somos capaces ni de recordar su nombre. Pas¨® hace poco en una escena que presenci¨¦ en el metro. Un c¨®mico muy popular se acababa de subir al vag¨®n, y un chaval no tard¨® en reconocerle. Sin pensarlo, como si lo tuviese automatizado, se dirigi¨® a ¨¦l con voz dubitativa: ¡°?T¨² eras¡­? S¨ª¡­ el de la tele¡±.

El de la tele. O, lo que es lo mismo, me suena tu cara y creo que puede molar tener una foto contigo, pero ni en un mill¨®n de a?os consigo citar uno solo de tus mon¨®logos o de tus obras de teatro. Por un momento pens¨¦ que le mandar¨ªa a la mierda y aquello acabar¨ªa en tragedia. Pero no. Forz¨® media sonrisa, y acab¨® posando para un selfi que no significaba nada para ninguno de los dos. Con la diferencia, claro, de que el c¨®mico llega a repetir esta operaci¨®n hasta mil veces al d¨ªa.