Camus y el compromiso pol¨ªtico
En el ecuador del franquismo el compromiso pol¨ªtico no era un dogma ideol¨®gico; era, simplemente, algo que corr¨ªa prisa. Y una generaci¨®n a la que luego se le neg¨® el m¨¦rito se encarg¨® de eso
Para C¨¦sar Cimadevilla
in memoriam
Le¨ª La peste en el invierno de 1959-1960. Yo ten¨ªa 23 a?os y Camus me llegaba demasiado tarde y demasiado pronto. Demasiado tarde, porque, para entonces, yo ya hab¨ªa le¨ªdo La n¨¢usea y los cuentos de El muro y estaba deslumbrado por Sartre. Demasiado pronto, porque mi experiencia vital era todav¨ªa demasiado corta para apreciar todo el valor literario de la novela.
La peste es, en efecto, una de las grandes novelas del siglo XX. Sobre todo, por la voz del narrador. Como en una tragedia de Esquilo, es esa voz coral, m¨¢s que los episodios que se engastan en ella, la que mantiene la tensi¨®n de la narraci¨®n. Distante, objetiva, r¨ªtmica, cuenta la aparici¨®n de la peste, su progreso lento e inexorable, las estad¨ªsticas crecientes de los muertos semanales, luego diarios, el pulso ¨¢rido de la ciudad sin ¨¢rboles, el devenir de sus callejas y bulevares minerales, cerradas sobre s¨ª mismas, abandonadas a su propio delirio. Ese ritmo mantenido es inseparable de las ideas que lo habitan. El punto culminante de la narraci¨®n es un episodio en el que se cuenta el contagio y la muerte de un ni?o. Apenas 24 horas. P¨¢gina tras p¨¢gina, los s¨ªntomas desfilan con precisi¨®n cl¨ªnica ante los ojos del lector, p¨¢rrafo tras p¨¢rrafo las expectativas de remisi¨®n se tensan para acabar, una y otra vez, frustradas, convertidas en nada. Pero es tambi¨¦n a lo largo de esa agon¨ªa donde se revela con m¨¢s claridad el combate de las ideas. El esc¨¢ndalo de la tortura de un inocente. La inexistencia, o, peor, la indiferencia, de Dios. El pulso ciego de la vida y de la muerte. La fragilidad, liviana y seca, de la solidaridad entre los hombres.
La ¨²nica opci¨®n era el aqu¨ª y el ahora, por muy carentes de sentido que se presentaran
Le¨ª La peste a destiempo, pero muchos amigos la leyeron en el momento adecuado y, gracias a ellos, Camus tuvo una influencia decisiva en nuestra generaci¨®n. El r¨¦gimen franquista atravesaba lo que luego supimos que era su ecuador, y las ideas del escritor franc¨¦s inspiraron los comienzos de nuestra revuelta. En primer lugar, naturalmente, por la met¨¢fora transparente que hac¨ªa de la peste una figura del nazismo. Pero, tambi¨¦n, por el esc¨¢ndalo de la injusticia social y de la corrupci¨®n larvada del r¨¦gimen franquista. Por la irritaci¨®n que nos produc¨ªa, no solo la Iglesia cat¨®lica, sino la religi¨®n en s¨ª misma, con su carga de esperanza vana y de enga?o. Y, m¨¢s all¨¢ de la Iglesia y de la religi¨®n, todas las ret¨®ricas de la trascendencia en todas sus manifestaciones. No quer¨ªamos saber nada de ning¨²n dogma ni de ning¨²n m¨¢s all¨¢. (Tampoco ¡ªal menos algunos de nosotros¡ª del m¨¢s all¨¢ que preconizaban los comunistas).
La ¨²nica opci¨®n posible era el aqu¨ª y el ahora, por muy carentes de sentido que se nos presentaran. En ¨²ltimo t¨¦rmino, como ¨²nica posibilidad, estaba solo la ciencia. Rieux, el protagonista de La peste, es m¨¦dico y lucha con la enfermedad sin otras armas que las del conocimiento cient¨ªfico. Es cierto que Camus ¡ªseguidor de Nietzsche, en definitiva, aunque lejano¡ª es consciente de las limitaciones e insuficiencia de la ciencia ¡ª¡°su lucha es una derrota continuada¡±¡ª; pero al mismo tiempo tiene claro que no hay otra cosa ¡ª¡°eso no es raz¨®n para dejar de luchar¡±¡ª. La ciencia y la solidaridad. El compromiso con los compa?eros de combate.
Los ¡°a?os sesenta¡± se etiquetaron y ridiculizaron ferozmente
El compromiso social y pol¨ªtico fue, como es sabido, la se?al distintiva de nuestra generaci¨®n. Y dej¨® su marca en la vida cultural espa?ola. Para bien y para mal. Para bien, porque fue un ethos intensamente compartido. Pocos per¨ªodos de la historia de la cultura espa?ola del siglo XX presentan un aspecto tan compacto y unitario como el decenio que transcurri¨® entre la segunda mitad de los a?os cincuenta y la segunda mitad de los a?os sesenta. Y esa compacidad se traduce, me atrevo a decirlo, en la fuerza y calidad de la mejor literatura y el mejor arte de esos a?os. Para mal, porque esa fuerza y calidad fueron negadas en la d¨¦cada siguiente. Contra el ethos del compromiso, se alz¨® la bandera de la autonom¨ªa del arte y la literatura. El final del franquismo y los primeros a?os de la Transici¨®n transcurrieron bajo el signo creciente de la pintura-pintura y de la literatura autorreferencial. Los a?os sesenta se etiquetaron y ridiculizaron ferozmente. Tanto que, a¨²n hoy, siguen siendo mal entendidos. Los artistas, escritores, cient¨ªficos e historiadores ¡°comprometidos¡± del siglo XX se siguen caricaturizando como intelectuales anacr¨®nicos, dogm¨¢ticos, proclives a sacrificar la calidad literaria, art¨ªstica o cient¨ªfica de lo que hac¨ªan en aras de una miope instrumentalizaci¨®n pol¨ªtica.
Releyendo La peste he reencontrado un pasaje que fue clave para nuestra generaci¨®n. Uno de los personajes principales de la novela es Rambert, un joven periodista forastero que queda involuntariamente encerrado en la ciudad cuando se declara el estado de peste. Aunque es un hombre proclive al compromiso pol¨ªtico, que ha luchado con las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil espa?ola, Rambert considera ahora que el problema de la ciudad apestada no es el suyo y decide abandonarla para reunirse en Francia con la mujer que ama. Ante la imposibilidad de hacerlo legalmente, acaba optando por una evasi¨®n clandestina. Tras varias tentativas fracasadas, se le presenta finalmente la ocasi¨®n de hacerlo. Sin embargo, llegado el momento cr¨ªtico, cancela el proyecto para ponerse al servicio de los equipos de ayuda m¨¦dica que combaten la peste. Cuando lo comunica a su amigo Rieux, el m¨¦dico encargado de la organizaci¨®n de esos equipos, Rambert espera una felicitaci¨®n conmovida. Rieux, sin embargo, al principio calla y luego acaba diciendo que no le entiende. ¡°Nada en este mundo vale tanto como para renunciar a lo que se ama¡±. Sin embargo, dice Rambert, el propio Rieux ha renunciado a reunirse con su joven mujer, enferma en un sanatorio fuera de la ciudad. ?Por qu¨¦ ha decidido quedarse a cuidar de los enfermos? ¡°No lo s¨¦. Creo que lo hago porque es lo que corre m¨¢s prisa¡±. El conflicto entre el compromiso pol¨ªtico y la plenitud existencial de quien se entrega a ¡°lo que ama¡± ¡ªsea esto lo que sea: una mujer o la creaci¨®n art¨ªstica o literaria¡ª no se resuelve en la teor¨ªa, sino en la acci¨®n y solo de modo provisional. En el ecuador del franquismo el compromiso pol¨ªtico no era un dogma ideol¨®gico; era, simplemente, algo que corr¨ªa prisa.
Vista ahora, m¨¢s de medio siglo despu¨¦s, dif¨ªcilmente podr¨ªa imaginarse una actitud m¨¢s libre.
Tom¨¤s Llorens es historiador del arte y fue director del Reina Sof¨ªa (1988-1990).
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