Cabezas de rat¨®n
La poca amplitud de miras de los pol¨ªticos espa?oles hace d¨¦biles a las instituciones
El actual Gobierno espa?ol es el m¨¢s minoritario en cuarenta a?os y apenas puede hacer aprobar una ley o un presupuesto. Espa?a es el ¨²nico pa¨ªs de la Uni¨®n Europea cuyas finanzas p¨²blicas contin¨²an, nueve a?os despu¨¦s, bajo control de la Comisi¨®n mediante el llamado Procedimiento de D¨¦ficit Excesivo. El Gobierno se limita, por tanto, a enviar al Parlamento la ratificaci¨®n de las directrices europeas y a gesticular de cara a la galer¨ªa. No hay mayor¨ªa gubernamental ni legislativa y no sabemos si la hay presupuestaria.
A pesar de tal impotencia pol¨ªtica colectiva, cunde como nunca el tribalismo y la confrontaci¨®n. Hay que recordar una vez m¨¢s que Espa?a es el ¨²nico pa¨ªs de Europa en el que nunca ha habido un Gobierno de coalici¨®n. En los ¨²ltimos a?os ha aumentado la polarizaci¨®n pol¨ªtica, pero no, como suele ocurrir, mediante la concentraci¨®n de votos y esca?os en torno a dos grandes partidos. Al mismo tiempo, ha aumentado tambi¨¦n la fragmentaci¨®n, es decir el n¨²mero de partidos, lo cual genera dificultades para formar una mayor¨ªa cuando no hay cooperaci¨®n entre ellos. Lo que domina es la competencia entre pol¨ªticos que, como suele decirse, prefieren ser cabeza de rat¨®n que cola de le¨®n (en catal¨¢n, traducido, se dice cabeza de arenque antes que cola de merluza).
Cabe buscar la l¨®gica de tanta incoherencia en la debilidad de las instituciones y las estructuras pol¨ªticas. El supuesto metodol¨®gico de que los pol¨ªticos buscan cargos, fama y ganancias materiales, aunque algunos persigan tambi¨¦n objetivos pol¨ªticos o ideol¨®gicos m¨¢s o menos definidos, tiene bastante apoyo emp¨ªrico. Pero la diferencia est¨¢ en el contexto. Si el sistema pol¨ªtico est¨¢ altamente institucionalizado, se cumplen las leyes cabalmente y las compensaciones personales de participar en la acci¨®n pol¨ªtica son suficientemente satisfactorias, entonces jugar en equipo y de acuerdo con ciertas normas de competici¨®n colectiva, as¨ª como la cooperaci¨®n entre rivales cuando hace falta, puede producir altas cuotas de utilidad social. Pero si ¡ªcomo ocurre en Espa?a¡ª los recursos p¨²blicos que pueden ser reasignados son exiguos, los salarios de los pol¨ªticos son bajos, la consiguiente tentaci¨®n de sobresueldos y sobornos ilegales est¨¢ m¨¢s vigilada que antes y, en general, la actividad de los pol¨ªticos conlleva mucha exposici¨®n al escrutinio p¨²blico y escasa eficacia social, el c¨¢lculo del participante puede ser: o consigo algo para m¨ª mismo y mi grupito o no vale la pena el esfuerzo. De ah¨ª surge un impulso hacia la hostilidad partidista, las bander¨ªas y las etiquetas descalificadoras, as¨ª como hacia las ri?as permanentes entre liderzuelos dentro del mismo partido, todo lo cual produce los gobiernos en minor¨ªa, la evaporaci¨®n de los objetivos colectivos y el bloqueo y la esterilizaci¨®n de las instituciones.
El faccionalismo tiene muy antiguos precedentes en la pol¨ªtica espa?ola. Los historiadores han documentado el personalismo y el clientelismo pol¨ªtico en el escu¨¢lido Estado del siglo XIX, as¨ª como la treintena de agrupaciones pol¨ªticas que lleg¨® a haber en el Parlamento de la Segunda Rep¨²blica. Incluso en el antifranquismo, cuando las posibles recompensas de una acci¨®n pol¨ªtica arriesgada eran inciertas y remotas, muchos de los pocos que a ella se consagraban jugaban a ser cabezas de rat¨®n mediante la continuada formaci¨®n de grup¨²sculos y escisiones. Como consecuencia, la Transici¨®n discurri¨® sobre una variad¨ªsima sopa de siglas. Los partidos actuales son muy olig¨¢rquicos y r¨ªgidos internamente, pero precisamente eso genera la formaci¨®n de camarillas y las peleas por la sucesi¨®n del l¨ªder.
En comparaci¨®n con otros lugares, los partidos pol¨ªticos espa?oles y su contexto institucional se encuentran en una ingrata situaci¨®n intermedia. Por un lado, en la poderosa y pr¨®spera Alemania, as¨ª como en otros pa¨ªses donde las compensaciones de la acci¨®n pol¨ªtica son altas, los grandes partidos cooperan para formar amplias mayor¨ªas, de modo que, como resultado, se refuerzan la potencia y la prosperidad colectivas. Por el otro lado, en las rep¨²blicas bananeras los partidos cambian a cada elecci¨®n y a menudo son simplemente pandillas sin referencia ideol¨®gica que tienden a ser conocidas por el nombre o las iniciales del cabecilla ratonil, lo cual les hunde en la trampa de la pobreza y la incivilidad. La miseria genera mezquindad y la mezquindad acent¨²a la miseria. Los cient¨ªficos sociales llaman a esto ¡°endogeneidad¡±. Significa que los procesos se auto-refuerzan: unos hacia arriba y otros hacia abajo. Y que los que est¨¢n a medias viven en una cotidiana frustraci¨®n.
Josep M. Colomer es economista y polit¨®logo.
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