Tambores cesaristas
Con Trump en un extremo y Macron en el otro, las democracias occidentales ensayan modelos donde se impone la ¨¦pica, m¨¢s o menos combativa, de unos l¨ªderes que se enfrentan a los problemas con una autoridad voluntarista
El liberalismo est¨¢ en retirada y Hobbes vence a Locke a diario para provecho de Carl Schmitt. Este podr¨ªa ser el balance de la situaci¨®n pol¨ªtica en Europa y Am¨¦rica en estos momentos. Un balance inquietante que no va a cambiar en mucho tiempo. De hecho, de alterarse este an¨¢lisis ser¨ªa para ver c¨®mo el pensamiento liberal pierde la hegemon¨ªa sobre el relato que ha fundado y legitimado la democracia desde las revoluciones atl¨¢nticas hasta hoy. La causa est¨¢ en el rebrote portentoso e imparable del miedo como vector social y la incapacidad de los liberales de actualizar la raz¨®n de s¨ª mismos, que fue, tal y como explica Judith Shklar, derrotar al miedo con el nacimiento de la Modernidad.
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La fatiga que muestran los liberales en todos los frentes nace de su incapacidad para reclamarse como una racionalidad cr¨ªtica que devuelva a la libertad la energ¨ªa ilusionante de afrontar desde ella los retos del siglo XXI. Y es que el liberalismo necesita evolucionar, empezando por su discurso y su aproximaci¨®n a la realidad mediante, lo que Lars Svendien ha denominado, una ontolog¨ªa de la libertad. A trav¨¦s de ella, el liberalismo debe recentrar su campo de acci¨®n sobre conceptos como la diversidad, la tolerancia, la propiedad y la privacidad. Conceptos con los que elaborar un nuevo dispositivo reformista que responda a las incertidumbres de una humanidad que solo puede entenderse a partir de la globalizaci¨®n y la vivencia planetaria de todos sus problemas y urgencias. De lo contrario, el liberalismo ceder¨¢ m¨¢s y m¨¢s terreno y, con ¨¦l, se reducir¨¢ el espacio que define la convivencia pluralista y el marco de vigencia de los derechos y garant¨ªas que identifican una sociedad abierta.
Hobbes vuelve con fuerza. Lo hace calzando las botas de un populismo que no deja de evolucionar y mutar, demostrando que no es un fen¨®meno ocasional, sino que va camino de convertirse en el soporte del relato fundador de la democracia. Convertido en la estructura significante que explica y pretende reorganizar el caos de ansiedades e incertidumbres que nos acompa?a cotidianamente, el populismo adquiere la fisonom¨ªa de un Leviat¨¢n expansivo que encauza el miedo que protagonizan multitudes transversales que claman seguridad y certidumbre a cualquier precio. Multitudes informes que traducen pol¨ªticamente a trav¨¦s del miedo, un malestar profundo hacia lo establecido y, sobre todo, hacia quienes han encarnado y protagonizado su defensa en las ¨²ltimas d¨¦cadas.
La grisura de los acuerdos ya no tiene encaje en un mundo en permanente agitaci¨®n
La causa de ello hay que buscarla en la decepci¨®n y la desilusi¨®n que genera el consenso articulado alrededor del incumplimiento de las promesas generacionales de bienestar y progreso ofrecidas despu¨¦s de la II Guerra Mundial en Europa y Estados Unidos; y, en Espa?a, desde la Transici¨®n para ac¨¢. Primero, con el 11-S y, despu¨¦s, con la crisis econ¨®mica de 2008, la Modernidad postindustrial se ha demostrado fallida a los ojos de la mayor¨ªa. Lo mismo que el relato social-liberal que ha hecho viable hasta ahora la alternancia partidista del centro-derecha y la socialdemocracia, as¨ª como la estabilidad de unas instituciones que se fundaban en un equilibrio de consensos que ha sido roto con la irrupci¨®n de los populismos.
La pol¨ªtica y la sociedad evolucionan hacia un reality show que acosa la l¨®gica moderna de la racionalidad instrumental y la hace inviable en todo el angular de sus actuaciones reformistas. El sentimiento triunfa y una especie de romanticismo m¨®rbido niega las ra¨ªces conceptuales de la Ilustraci¨®n al considerarlas trasnochadas. Las sociedades democr¨¢ticas evolucionan hacia una ideologizaci¨®n sentimental de s¨ª mismas. Se plebeyizan y reclaman una coherencia emocional desde la que apaciguar el miedo a trav¨¦s de dispositivos colectivos de comunicaci¨®n que propagan el populismo a trav¨¦s de un haz de vectores multitudinario. Este se transforma as¨ª en una trituradora de sensatez que vive dando dentelladas hacia todo lo que proyecte moderaci¨®n. El objetivo es siempre el mismo. Demostrar que la pol¨ªtica no puede seguir organiz¨¢ndose en forma de di¨¢logos y consensos, sino de rupturas, combates y fratrias tuiteras que proyectan sobre el terreno de juego partidista la l¨®gica competitiva de un e-sport democr¨¢tico con cada vez mayor n¨²mero de actores.
Carl Schmitt se convierte de este modo en el profeta de la ¡°weimarizaci¨®n¡± pol¨ªtica del siglo XXI. Un modelo de democracia que se reinventa desde un populismo que logra encauzar el miedo bajo la forma de una a?oranza al orden y la seguridad personalistas, y que no es otra cosa que una versi¨®n posmoderna del cesarismo por aclamaci¨®n. De ah¨ª ese ¡°momento schmittiano¡± que se extiende por doquier y que reclama electoralmente el cesarismo, aunque adaptado a la intensidad del populismo que alimente su relato, la personalidad de quien lo protagoniza y, por supuesto, la fortaleza de la institucionalidad que lo limite.
Todo vale con el fin de frenar el desorden y el caos de la antipol¨ªtica asamblearia
Con Trump en un extremo y Macron en el otro, las democracias occidentales ensayan modelos cesaristas que demuestran la generalizaci¨®n del fenotipo. Y es que para la nueva pol¨ªtica que inspira la versi¨®n cesarista del populismo, la moderaci¨®n y la grisura de los acuerdos que relativizan las posiciones ya no tienen encaje en un mundo en permanente conflicto y agitaci¨®n. La vanguardia de lo pol¨ªtico se insin¨²a en la ¨¦pica, m¨¢s o menos combativa, de un liderazgo que enfrenta personalmente los problemas con los gestos de una autoridad voluntarista bajo la que todos los que tienen algo que perder no dudan en refugiarse bajo su manto como mal menor.
Y es que todo vale con el fin de frenar el desorden y el caos de la antipol¨ªtica asamblearia y las amenazas exteriores, o interiores, que acompa?an la globalizaci¨®n. Por eso, el cesarismo crece. Porque aglutina los rescoldos de la prosperidad de antes de la crisis y las burbujas de la prosperidad de hoy, y las integra dentro de un relato ¨¦pico atractivo que pica espuelas para conquistar la tranquilidad de poder seguir disfrutando de un status, el que sea. Estas son las razones que hacen que avancen en las democracias, cada vez menos libres, las huestes cesaristas y que lo hagan bajo un tamborileo de fondo que parece anunciar su victoria inevitable al proclamarse a los cuatro vientos electorales que son el ¨²nico orden posible en medio de la incertidumbre. Se perfila as¨ª una Nueva Derecha que a¨²na dentro de un discurso schmittiano al soberanismo jacobino con la sentimentalizaci¨®n decisionista. En fin, una suerte de dictadura soberana y democr¨¢tica que se alimenta del descr¨¦dito estructural sufrido por un liberalismo que, a los ojos de muchos, se ha hecho pusil¨¢nime y concesivo porque la Modernidad en la que se inspira ha perdido vigencia y pie. Lo dicho, tambores cesaristas que llenan el silencio de un liberalismo en retirada.
Jos¨¦ Mar¨ªa Lassalle es secretario de Estado para la Sociedad de la Informaci¨®n y la Agenda Digital de Espa?a.
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