Siete d¨ªas de mayo
Tras el veredicto del 'caso G¨¹rtel' ya nada ni nadie volver¨¢n a ser lo mismo
En la ¨²ltima semana de mayo una cascada de acontecimientos ha precipitado un imprevisto cambio de Gobierno, cuya causa ¨²ltima es la sentencia del caso G¨¹rtel. Pocas veces se ha visto una demostraci¨®n tan efectiva de la teor¨ªa de los juicios performativos, propuesta por John Austin en C¨®mo hacer cosas con palabras. Son aquellas declaraciones institucionales cuyo efecto autom¨¢tico es la transformaci¨®n de la realidad social, as¨ª como de la identidad y los estatus de sus protagonistas. Es lo que ha ocurrido ahora, pues tras el veredicto del tribunal ya nada ni nadie volver¨¢n a ser lo mismo.
El primer afectado ha sido Rajoy, que sale despose¨ªdo del poder. Tras la sentencia, su deber democr¨¢tico era dimitir, como har¨ªan sus colegas europeos, pero decidi¨® aferrarse al cargo. Para ello se sab¨ªa autorizado por los precedentes de Gonz¨¢lez y Aznar, que tambi¨¦n se negaron a asumir sus responsabilidades en el ejercicio del poder. Pero hay una diferencia, y es que ellos nunca fueron sentenciados. Por eso ahora Rajoy y los suyos pretenden desvirtuar el sentido de la sentencia, haci¨¦ndose las v¨ªctimas de una tergiversaci¨®n judicial como si fueran indepes. Pero es una posverdad in¨²til, pues en un Estado de derecho la magistratura posee el monopolio de la verdad leg¨ªtima (Bourdieu dixit). Y cuando el jefe del Ejecutivo pierde la credibilidad por sentencia judicial, ya no puede ejercer su autoridad. De ah¨ª la censura mayoritaria del Congreso, como en Fuenteovejuna.
El segundo actor transfigurado por la sentencia ha sido Pedro S¨¢nchez, el hombre que censur¨® a Mariano Rajoy. Pero como en El hombre que mat¨® a Liberty Valance (John Ford, 1962), no ha sido por m¨¦rito suyo sino como ejecutor designado por una coalici¨®n negativa que no votaba a su favor sino contra el presidente sentenciado. De ah¨ª que pueda esperarse que act¨²e como su antecesor Zapatero en 2004, el presidente por accidente que, para compensar su falta de legitimaci¨®n de origen, se crey¨® obligado a realizar temerarias proezas que le granjeasen legitimidad de ejercicio: cord¨®n sanitario contra el PP, negociaci¨®n con ETA, nou estatut catal¨¤, etc¨¦tera. ?Har¨¢ lo mismo Pedro S¨¢nchez, como si hubiera acordado otro pacto del Tinell? Confiemos en que no, pero tampoco cabe descartarlo, pues nadie escarmienta en cabeza ajena.
Y el tercer afectado por la catarsis ha sido Puigdemont, que ha quedado desacreditado (como su testaferro Torra y su n¨¦mesis Rivera). Todo el protagonismo medi¨¢tico que acapar¨® durante el ¨²ltimo a?o en su guerra simb¨®lica de independencia se ha evaporado en los ¨²ltimos siete d¨ªas de mayo. La sentencia ha refutado su relato de una justicia dependiente del Gobierno, y la censura de Rajoy ha desmentido su encuadre de una democracia franquista. De ah¨ª la rectificaci¨®n de Torra, que renunci¨® a nombrar consellers a prisioneros y fugitivos, y la desautorizaci¨®n del PDeCAT, que ha optado por desobedecerle y sumarse a la censura. Se abre as¨ª un tiempo nuevo, y el proc¨¦s ya no volver¨¢ a ser lo que era.
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