Lo imposible, lo dif¨ªcil y lo indispensable
Es necesario revertir en poco tiempo la profunda brecha afectiva y pol¨ªtica de una parte de la sociedad catalana con Espa?a, mantener abiertos los canales de comunicaci¨®n con el Govern y reconstruir la interlocuci¨®n pol¨ªtica
Todos los an¨¢lisis de la situaci¨®n pol¨ªtica en Catalu?a despu¨¦s del cese del 155 y de la entrada en funcionamiento del Gobierno Torra, as¨ª como de la relaci¨®n de la Generalitat con el Gobierno S¨¢nchez, y de lo que confusa pero sumariamente podemos llamar las relaciones entre ¡°Catalu?a¡± y ¡°Espa?a¡±, parecen supeditados al horizonte judicial de oto?o, as¨ª como a lo que puedan decidir los jueces de Schleswig-Holstein con Puigdemont. Las variables que este horizonte plantea, sustra¨ªdo a la pol¨ªtica, importan mucho. Pero a pesar de ello hay algunos elementos m¨ªnimos que merecen se?alarse. La nueva situaci¨®n pol¨ªtica general tras la salida del Partido Popular del Gobierno exige por lo menos plantearse qu¨¦ puede haber cambiado, si es que realmente han cambiado tanto las cosas, aparte de los tonos y los modos. Se dir¨¢ que eso ya es algo. Pero ser¨ªa iluso creer que es mucho o bastante. Ordenar¨¦ las ideas a partir de tres ep¨ªgrafes. Son los tres anunciados en el t¨ªtulo.
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Lo imposible: revertir en poco tiempo (meses, un par de a?os) la profunda ruptura afectiva y pol¨ªtica de una parte importante de la sociedad catalana con Espa?a, con el sentimiento de pertenencia o de copertenencia a la nacionalidad espa?ola. Se podr¨¢n raspar porcentajes, ?pero qu¨¦ sentido tendr¨ªa jugar a eso? La ruptura es profunda, y no es el resultado de ning¨²n sufl¨¦ medi¨¢tico ni de una intoxicaci¨®n puntual, sino de un sentimiento de afrenta vivido como real y, lo que es peor, de una convicci¨®n absoluta de no-pertenencia a la misma comunidad hist¨®rica y pol¨ªtica. Aunque en un lapso muy breve de tiempo el porcentaje de partidarios de la independencia de Catalu?a se haya duplicado y haya quien crea que ser¨¢ relativamente f¨¢cil regresar a los niveles anteriores a 2010, ser¨ªa temerario e ingenuo no darse cuenta de que todo lo ocurrido en estos ¨²ltimos a?os ha calado hondo en un terreno perfectamente abonado ideol¨®gica y sentimentalmente por las dos d¨¦cadas largas de pujolismo y por la idea, hist¨®ricamente consistente, de que en Catalu?a no puede haber pol¨ªtica fuera del catalanismo ¡ªfatalidad de la que acaso nos creemos a salvo repensando una y otra vez ese catalanismo, que es un modo, no se olvide, de pensar tambi¨¦n en Espa?a desde Catalu?a, y no necesariamente en una Catalu?a sin Espa?a¡ª. Adem¨¢s, el acceso al derecho a voto de la generaci¨®n que ha vivido en estos ¨²ltimos a?os su propio despertar a la pol¨ªtica obliga a tener en cuenta que la evoluci¨®n ideol¨®gica de la sociedad catalana no tiene por qu¨¦ avanzar hacia la moderaci¨®n o hacia el redescubrimiento de lo guay que es ser espa?ol.
Si se quieren gestos, que sean valientes ?Por qu¨¦ no el Constitucional con sede en Barcelona?
Por lo tanto, sea latente o ruidoso, el sentimiento de ruptura ha llegado para quedarse. Es imposible cambiarlo en un plazo de meses o de pocos a?os. Pero debe pensarse c¨®mo afrontarlo. Es un error pensar en la seducci¨®n. ?Con qu¨¦ se va a querer seducir a quien ya no quiere saber nada del seductor o de la seductora, y si acepta contrapartidas lo har¨¢ con la mala fe de quien no se siente ni obligado ni identificado con la otra parte? Lo que deba hacerse pide un enfoque m¨¢s profundo y m¨¢s estructural, siguiendo el principio de que no hay mejor ¡°relato¡± que los hechos hablando por s¨ª mismos. Obras son amores. Esto es: nada de a?agazas, nada de espejuelos, y nada de concesiones que ahonden o sirvan para que el independentismo refuerce sus bases. Ah¨ª deber¨ªa asumirse, ante la tentaci¨®n de la complacencia simb¨®lica, que a la larga la lengua y la educaci¨®n le salen m¨¢s caras al Estado que infraestructuras potentes como el Corredor Mediterr¨¢neo. Y si se quieren gestos, que sean gestos valientes de verdad. ?Por qu¨¦ no el Tribunal Constitucional con sede en Barcelona? El Senado, se ha dicho¡ Pero si el Senado acaba siendo una c¨¢mara territorial, ?qu¨¦ mensaje se da ubicando la pol¨ªtica territorial en el territorio? Da la impresi¨®n de ser m¨¢s un placebo un tanto redundante que algo eficaz o ¡°seductor¡±. Y esa idea de recuperar partes del Estatut de 2009¡ ?Acaso se va a correr el riesgo de desacreditar al Constitucional revirtiendo sus resoluciones?
As¨ª llegamos a lo dif¨ªcil: entenderse con un Gobierno de la Generalitat m¨¢s pensado para servir a un imaginario particular que a la sociedad catalana en su conjunto. Sus posiciones son totalmente inasumibles por el Estado, porque remiten tanto a lo perpetrado en el Parlament los d¨ªas 6 y 7 de septiembre como a la consulta del 1 de octubre o la grotesca y f¨²nebre declaraci¨®n de independencia del 27 de octubre. Lo obvio aqu¨ª es que, a pesar de todo, hay que mantener abiertos los canales de comunicaci¨®n. No es f¨¢cil de imaginar que el Govern Torra pueda apearse de las alturas alcanzadas en la confusi¨®n entre realidad y deseo. Pero hay que mantener unas formas m¨ªnimas que impidan, llegado el momento, que la pol¨ªtica embarranque de nuevo en los tribunales y acabe cortocircuitada en las prisiones. Tambi¨¦n aqu¨ª el Poder Ejecutivo habr¨¢ aprendido que m¨¢s vale aplicar a tiempo la norma constitucional antes que cederle el paso a la justicia penal. Porque ?cu¨¢nto nos habr¨ªamos ahorrado si hubiese habido una respuesta inmediata y firme ante lo ocurrido los d¨ªas 6 y 7 de septiembre en el Parlament?
Si este pa¨ªs se la jugaba en 1977, ahora, 40 a?os despu¨¦s, se la ha vuelto a jugar
Lo indispensable: hay dos tareas que piden parsimonia y discreci¨®n, pero tambi¨¦n determinaci¨®n. Una en Catalu?a y otra en las Cortes espa?olas. La primera: reconstruir o construir pr¨¢cticamente de cero una interlocuci¨®n pol¨ªtica que sea capaz de enfocar las relaciones pol¨ªticas con la Administraci¨®n central y las Cortes asumiendo que el Parlament y la Generalitat tambi¨¦n son parte del Estado. Tambi¨¦n que sea capaz de defender los intereses de Catalu?a en el Estado ofreciendo y exigiendo confianza a cambio de confianza. No es f¨¢cil, pero no lograrlo equivale a recaer en la casilla de los imposibles. Tampoco entro en qui¨¦n deber¨ªa asumirlo. Creo que todos los partidos pol¨ªticos ¡ªmenos los ultramontanos¡ª deber¨ªan hacer un examen de conciencia sobre su propia parte de responsabilidad. Nadie est¨¢ aqu¨ª libre de pecado. Ni los reactivos ni los el¨¢sticos, ni los equilibristas o contorsionistas ni los que confunden rigor con rigidez. Tampoco los que han sido presa de sus propias huidas hacia adelante. ?Y por parte de las Cortes y los partidos en Madrid? Atr¨¦vanse a explorar una reforma constitucional profunda. Atr¨¦vanse a buscar consensos. Levanten la mirada de las encuestas y de las siguientes elecciones. Si este pa¨ªs se la jugaba en 1977, ahora, 40 a?os despu¨¦s, se la ha vuelto a jugar. ?O alguien lo duda todav¨ªa? Pero para acometer tal reforma primero la pol¨ªtica catalana debe ofrecer esa indispensable interlocuci¨®n con el Estado y en las Cortes. Solo entonces el rigor de la ley y la generosidad del legislador podr¨¢n dar paso a la forja de los acuerdos pol¨ªticos que permitan pensar de nuevo en Espa?a y en Catalu?a sin desgarros.
Ser¨ªa una insensatez esperar del nuevo Gobierno del presidente S¨¢nchez que convierta la calabaza en carroza. No hay varitas m¨¢gicas. Pero s¨ª puede esperarse que vaya allanando el terreno para que todo eso pueda lograrse alg¨²n d¨ªa no tan lejano. Si sale bien, el ¨¦xito ser¨¢ otra vez, como en el 78, de todos. No de un Gobierno ni de un partido.
Jordi Ib¨¢?ez Fan¨¦s es escritor y profesor del Departamento de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra.
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