Multa por un piropo callejero
Un halago de car¨¢cter sexual se convirti¨® en Santiago de Chile en la primera infracci¨®n de este tipo en el pa¨ªs.
SIGA COMIENDO?ensalada para que siga conservando su linda figura¡±, le habr¨ªa dicho un venezolano llamado Rodolfo (ni la prensa ni las autoridades chilenas quisieron revelar su apellido) a una mujer chilena (que tambi¨¦n ha querido conservar su anonimato) en el distrito de Los Condes, al noreste de Santiago. Este consejo diet¨¦tico motiv¨® la primera infracci¨®n por piropo en la historia del pa¨ªs. La sanci¨®n (de entre 230 y 380 d¨®lares, entre 197 y 325 euros) en medio de la ola feminista masiva y profunda que sacude al pa¨ªs fue recibida con una marejada de memes, donde se ridiculiza con humor que se sancione esa conducta.
De alguna forma esos memes constituyen en su conjunto una suerte de ceremonia f¨²nebre del piropo callejero. Recuerdan, como se suele hacer en los entierros, que el finado a pesar de todos sus defectos no carec¨ªa de algunas secretas virtudes. Una de ella es justamente el doble o triple sentido al que se ve obligado el piropero si quiere hacer sonre¨ªr a su v¨ªctima. Aconsejar seguir comiendo una ensalada a una extra?a oblig¨® al tal Rodolfo a una serie de operaciones mentales y verbales que lo hicieron moverse de la carne que deseaba a la verdura que recomend¨® al final. Ese ingenio no excusa el piropo de los pesados cargos que pesan sobre ¨¦l: el piropo es efectivamente una intromisi¨®n no buscada en la libre circulaci¨®n de las mujeres. Es tambi¨¦n un juicio sin tribunal y sin defensa que recuerda que los ojos de los hombres vigilan los pasos de la mujer incluso cuando esta cree que camina libremente por la calle.
El piropo es sin duda un acto de violencia y de poder, pero ?no es tambi¨¦n todo eso el humor? ?No hay en el chiste una carga ritual de violencia verbal, una forma de vigilar al poderoso, pero tambi¨¦n al despose¨ªdo, de recordarle al otro su cojera, su ronquera, su tontera? ?Es justo, es bueno, es necesario re¨ªrse del pr¨®ximo?
Quiz¨¢s lo ¨²nico alarmante de las demandas feministas que sacuden las universidades de Chile y del mundo es equiparar la violencia f¨ªsica, la verbal y la simb¨®lica. El humor no es humor si no contiene una dosis de violencia verbal y simb¨®lica. ?Eso hace al humor c¨®mplice de genocidios, violaciones, acoso escolar y callejero? Ser¨ªa ingenuo o c¨ªnico negarlo de plano. ?Podemos regularlo? No hay pa¨ªs que no lo haga, pero no hay tampoco ley que pueda asegurarnos el sagrado derecho a ser invisible.
?Cu¨¢ndo y c¨®mo el derecho a la diferencia termina en el derecho a la indiferencia? Los memes que se multiplican en la Red nos recuerdan que el lenguaje, como cualquier virus, se adapta y multiplica convirtiendo un solitario piropo callejero en el comienzo de una epidemia de piropos virtual. Es quiz¨¢ el final esperable de todas esas nuevas prohibiciones: las calles cada vez m¨¢s controladas dejan a la Red como una calle sin cuerpos presentes, donde las identidades se difuminan y confunden. La vigilancia es en ella, no por m¨¢s virtual, menos permanente.
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