Los peligros de la limpieza
Fue ¨¦l quien se empe?¨® en abrir las cajas, ¨¦l quien la arrastr¨® al sal¨®n, ¨¦l quien se neg¨® a desprenderse de los objetos que ninguno hab¨ªa echado de menos.
CUANDO SE mudaron juntos a aquel piso, ninguno de los dos hab¨ªa visto nunca tantos armarios.
?Cu¨¢ntos hijos tendr¨ªa el arquitecto que ha hecho la reforma?, iban exclamando de habitaci¨®n en habitaci¨®n, de armario empotrado en armario empotrado. Encima de los ba?os hab¨ªa altillos, los muebles de cocina llegaban hasta el techo y hasta en el pasillo se hab¨ªa aprovechado un hueco entre dos pilares para colocar baldas ocultas por una puerta de madera. All¨ª dejaron unas pocas cajas, las cosas que no quer¨ªan pero tampoco se hab¨ªan decidido a tirar, despu¨¦s de ocupar con sus libros una d¨¦cima parte de las estanter¨ªas y colgar su ropa en el armario de su dormitorio. Cre¨ªan que no lograr¨ªan llenar los dem¨¢s en su vida, pero, al pasar, la vida les llev¨® la contraria.
Pronto ella prepar¨® una oposici¨®n. Cuando la aprob¨®, no quiso tirar los libros, los apuntes, porque no descartaba presentarse a otras en el futuro. Luego tuvieron un hijo. Tampoco tiraron nada, porque seguramente tendr¨ªan otro, y as¨ª fue. Para aquel entonces, ¨¦l hab¨ªa descubierto la cocina, pero no ten¨ªa bastante con el menaje tradicional y se fue comprando todas las m¨¢quinas, los aparatos, los moldes y los kits de esferificaci¨®n que iban saliendo al mercado. Ella le¨ªa mucho, much¨ªsimo, tanto que abarrot¨® de libros las estanter¨ªas del sal¨®n antes de convertir en otra el armario del cuarto de invitados. Tambi¨¦n compraba libros para sus hijos, que a su vez fueron llenando de cosas sus propios armarios.
As¨ª, hace unos a?os, se sentaron a pensar y decidieron llamar a un carpintero. En el tendedero hab¨ªa espacio suficiente para colocar un mueble destinado a albergar el menaje de cocina de ¨¦l. En su dormitorio, una pared vac¨ªa qued¨® mucho mejor con otro mueble de madera lacada en blanco donde unas puertas de cristal evitaban que el polvo de los libros de ella contaminara el aire que respiraban mientras dorm¨ªan. Parec¨ªa suficiente, pero no lo fue.
Pero ?qu¨¦ vas a hacer con eso?, le pregunt¨® su marido cuando vio las cajas en el recibidor. Pues tirarlo, contest¨® ella, ?qu¨¦ quieres que haga?
La siguiente etapa consisti¨® en el furor de regalar. Ella fue registr¨¢ndolo todo, habitaci¨®n por habitaci¨®n, mientras interpelaba a sus habitantes. A ver, ?esto lo quieres para algo? ?Y esto? ?Y esto? Pronto, el contenedor de ropa y calzado que el Ayuntamiento hab¨ªa instalado en la puerta del mercado no fue suficiente. ONG, centros de acogida, parroquias, recibieron cajas y cajas de las manos de aquella mujer en¨¦rgica y generosa, que segu¨ªa sin tirar nada, pero tampoco lograba reconquistar el espacio perdido. Hasta que le lleg¨® el turno al armario improvisado entre dos huecos que segu¨ªa estando en el centro del pasillo.
Pero ?qu¨¦ vas a hacer con eso?, le pregunt¨® su marido cuando vio las cajas en el recibidor. Pues tirarlo, contest¨® ella, ?qu¨¦ quieres que haga? Fue ¨¦l quien se empe?¨® en abrir las cajas, ¨¦l quien las arrastr¨® al sal¨®n, ¨¦l quien se neg¨® a desprenderse de los objetos que ninguno de los dos hab¨ªa echado de menos en m¨¢s de 20 a?os de vida en com¨²n. Ella le acompa?¨® con pocas ganas, y a ratos se divirti¨®, pero la mayor¨ªa de las veces ni siquiera se acordaba de c¨®mo hab¨ªan llegado hasta sus manos aquellas pulseras de cuero, un pa?uelo de San Ferm¨ªn, un perro de porcelana que parec¨ªa la sorpresa de un rosc¨®n y un mont¨®n de fotos en las que aparec¨ªa, jovenc¨ªsima, posando entre desconocidos. Ya no ten¨ªa ni idea de c¨®mo se llamaban algunas de esas personas que la abrazaban, que se re¨ªan, y de otros apenas ten¨ªa un vago recuerdo, pero hab¨ªa una excepci¨®n.
En una caja de cart¨®n estaban las cartas, las fotos, los recuerdos de Salvador, el chico con el que hab¨ªa vivido durante un a?o en una buhardilla destartalada de Lavapi¨¦s hasta que la dej¨® por otra, unos meses antes de que conociera al hombre que estaba sentado en el suelo, a su lado.
Aquel imb¨¦cil, pens¨® ella al recordarlo, con la alegr¨ªa de comprobar que ya hab¨ªa olvidado hasta el momento en el que se olvid¨® de Salvador.
Aquel imb¨¦cil, pens¨® ¨¦l, mientras sent¨ªa el mordisco de unos celos pur¨ªsimos, la tortura callada que hab¨ªa atormentado sus primeros a?os de convivencia.
Ella le mir¨®, sonri¨®, volvi¨® a meterlo todo en la caja.
¡ªT¨² s¨ª que eres imb¨¦cil ¡ªdijo en voz alta, risue?a, mientras volv¨ªa a llevarla al recibidor.
¡ªS¨ª ¡ªy a ¨¦l no le qued¨® otro remedio que estar de acuerdo.?
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