?Qu¨¦ est¨¢ pasando con los hombres?
No hay m¨¢s mujeres que hombres en el mundo, pero s¨ª hay m¨¢s mujeres que hombres en la mayor¨ªa de las ONG y asociaciones civiles comprometidas con causas solidarias.
LA CONVOCATORIA para la presentaci¨®n de un libro era en la librer¨ªa Numax, en Santiago de Compostela, el viernes d¨ªa 15 de junio, a las ocho de la tarde. La v¨ªspera, un amigo me llam¨® muy alarmado: ¡°?Present¨¢is un libro ma?ana, a las ocho?¡±. S¨ª, confirmado. Insisti¨®: ¡°?Seguro?¡±. S¨ª, seguro. Not¨¦ su desconcierto, como quien descubre que una broma absurda va en serio: ¡°Pero ?t¨² no sabes que ma?ana comienza el Mundial de F¨²tbol, justo a las ocho, con Espa?a contra Portugal?¡±.
No, no lo sab¨ªa. Pero no quer¨ªa reconocer semejante ignorancia, as¨ª que le ment¨ª: ¡°Es a prop¨®sito. Una estrategia. ?Lo siento por el Mundial! Haber puesto otro d¨ªa el partido¡±. ?l no pod¨ªa ver mi verdadera expresi¨®n. El estupor culpable del periodista. Podr¨ªa haber comenzado la tercera guerra mundial el viernes e irme a presentar un libro o ir a nadar. Fue lo que hizo Kafka cuando se declar¨® la Primera Guerra, ir a nadar, pero Kafka estaba en su derecho: era kafkiano. A m¨ª me gusta el f¨²tbol, siempre me gust¨®. Si las m¨¢s intrigantes huellas de un libro son las erratas, en la mente son los lapsus y los olvidos. ?Qu¨¦ hab¨ªa ocurrido en mi memoria para borrar el f¨²tbol?
Result¨® que Kafka estaba con nosotros. La librer¨ªa tiene un aforo peque?o, pero aquel viernes la gente se api?¨®. Incluso en la calle hab¨ªa p¨²blico. En el imaginario ¨®ptico, ve¨ªamos m¨¢s gente que en el estadio ruso de Sochi. Y ahora viene la realidad no imaginaria. La pura verdad. Todas las personas asistentes eran mujeres. Hab¨ªa dos hombres, pero no los cuento, porque podr¨ªamos llamarlos Los Dos de Siempre. Y no son catedr¨¢ticos, siendo Santiago una de las ciudades con m¨¢s catedr¨¢ticos por metro cuadrado. Los Dos de Siempre son los que tambi¨¦n van al teatro, a todos los foros, a los talleres y grupos de lectura, a recitales y debates, a exposiciones y performances, al cineclub, incluso a las pel¨ªculas de Abbas Kiarostami o Manoel de Oliveira. Esos que con su presencia nos recuerdan la inmensa ausencia. Esos que hacen que nos preguntemos: ¡°Pero ?qu¨¦ est¨¢ pasando con los hombres?¡±.
Y es lo que me pregunta Lorna Shaughnessy, poeta y profesora irlandesa, cuando constatamos que eso que sucedi¨® el primer d¨ªa del Mundial es lo que sucede todos los d¨ªas y en todas partes. La gran deserci¨®n masculina en el ecosistema cultural, en los espacios presenciales, igualitarios. No donde se reparte el poder o se establece la jerarqu¨ªa cultural, sino donde se ventila la creatividad. Cuando se trata de poltronas, s¨ª que aparecen y suelen ser mayor¨ªa.
No hay m¨¢s mujeres que hombres en el mundo, pero s¨ª hay m¨¢s mujeres que hombres en la mayor¨ªa de las ONG y asociaciones civiles comprometidas
Pero no es solo en el campo cultural donde se percibe esa especie de inapetencia masculina.
No hay m¨¢s mujeres que hombres en el mundo, pero s¨ª hay m¨¢s mujeres que hombres en la mayor¨ªa de las ONG y asociaciones civiles comprometidas con causas solidarias, de acogida a los inmigrantes, contra los de?sahucios, de lucha contra las enfermedades, el hambre y la pobreza, o de defensa de los animales y la naturaleza.
No, no hay m¨¢s mujeres que hombres en el mundo, pero las mujeres se mueven m¨¢s. No es solo una met¨¢fora. Para empezar, se mueven m¨¢s porque suelen trabajar el doble. Y a jornada completa. Un sacrificio. En muchos casos, cuidan m¨¢s de los dem¨¢s que de s¨ª mismas. Ese darse a la familia y a la comunidad, que en la sociedad patriarcal se presenta como parte del ¡°orden natural¡±, se transforma hoy en una energ¨ªa solidaria, una sabidur¨ªa colaborativa, que nos implica a todos y pone en crisis el viejo orden machista en todos los palacios de todos los poderes, desde el pol¨ªtico hasta el episcopal. Y luego est¨¢ el andar. La memoria del andar. Deber¨ªa escribirse una historia del andar femenino. Esas largas marchas con pesos en la cabeza, a la b¨²squeda de las cosas esenciales, empezando por el agua y la le?a. Pienso en esa memoria del andar cuando veo, en el lugar donde vivo, y cada vez con m¨¢s frecuencia, a los grupos de mujeres campesinas que se re¨²nen al anochecer, y despu¨¦s de todos los trabajos, para echarse a caminar. La disculpa es la salud f¨ªsica, esas ¡°rutas del colesterol¡±, pero es tambi¨¦n un psicocaminar: escuchar y hablar. Un andar libre, sin m¨®vil.
¡°?Qu¨¦ est¨¢ pasando con los hombres?¡±, pregunta Lorna. Los hay hibernados, empantallados, parapetados en un tresillo o en la mesa de un bar. Los hay resentidos, activistas del machirulismo, con sus varas de poder y hasta toga. Hay puteros, maltratadores y violentos. Pero lo que est¨¢ pasando con los hombres, con la mayor¨ªa, pienso, es que est¨¢n aprendiendo a andar con las mujeres. Nada le gusta m¨¢s a un hombre que ese caminar.?
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