Fronteras
Me siento como en la cobarde Europa de los a?os treinta, observando la subida de Hitler con cierta inquietud pero sin querer preocuparme de verdad.
DURANTE GRAN parte de mi vida he habitado en un mundo en el que exist¨ªa la Uni¨®n Sovi¨¦tica, esa URSS que hoy empieza a parecer algo tan remoto como el imperio hitita. El planeta estaba dividido por el tel¨®n de acero, y uno de los argumentos esenciales que se esgrim¨ªan en nuestro lado capitalista para evidenciar la maldad aberrante del sistema contrario era la denuncia de la falta de libertad de sus ciudadanos para moverse. No pod¨ªan salir de sus pa¨ªses, no pod¨ªan cruzar seg¨²n qu¨¦ fronteras, les era muy dif¨ªcil obtener un pasaporte. Y debo decir que era una cr¨ªtica muy atinada: un sistema que convierte a sus ciudadanos en reclusos de su propio pa¨ªs es un sistema profundamente enfermo. En contraposici¨®n a eso, a nosotros en Occidente se nos llenaba por entonces la boca de encendidas loas a la movilidad individual. Todo ser humano pose¨ªa el derecho inalienable a trasladarse all¨¢ donde deseara, consagraba la propaganda de nuestro sector. Yo me la cre¨ª.
Veintinueve a?os despu¨¦s de la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn vivimos en una sociedad en la que ese mismo sistema occidental proh¨ªbe a decenas de millones de personas que crucen las fronteras y que ejerzan su supuestamente inalienable derecho a moverse libremente. Seg¨²n ACNUR ahora mismo hay 68,5 millones de desplazados forzosos, una cifra r¨¦cord en la historia. Se dir¨ªa que estamos copiando a la antigua URSS, s¨®lo que, en vez de restringir la movilidad a nuestros ciudadanos, estamos haciendo del resto del mundo una prisi¨®n.
Los energ¨²menos se han quitado los disfraces; incluso se jactan de su brutalida
Escribo todo esto y s¨¦ que, cuando cuelgue la columna en mis redes, habr¨¢ unos cuantos que soltar¨¢n, crey¨¦ndose adem¨¢s originales e ingeniosos, el rancio t¨®pico de ¡°espero que os los llev¨¦is a vuestras casas¡±. Y es que, a medida que la tragedia aumenta y el moridero engorda (m¨¢s de 3.000 ahogados en el Mediterr¨¢neo en 2017 intentando llegar a Europa), va creciendo tambi¨¦n un populismo xen¨®fobo de una ferocidad aterradora. Trump metiendo a los ni?os en jaulas (el esc¨¢ndalo le ha obligado a dar marcha atr¨¢s, pero ?por cu¨¢nto tiempo?), Hungr¨ªa aprobando una ley que criminaliza a quien ayude a los emigrantes, e Italia, con el ministro Salvini a la cabeza, en plena deriva neofascista. Los energ¨²menos se han quitado los disfraces; incluso se jactan de su brutalidad. Me siento como en la cobarde Europa de los a?os treinta, observando la subida de Hitler con cierta inquietud pero sin querer preocuparme de verdad, para as¨ª no tener que implicarme en combatirlo.
No digo que el problema no sea dif¨ªcil de solucionar: es colosal, quiz¨¢ el mayor reto que afronta el mundo hoy. Pero parecer¨ªa que ni siquiera estamos intentando buscar una salida. Yo s¨®lo veo que nos atrincheramos, que cerramos fronteras, que condenamos a millones de personas a la muerte o el infierno. La magnitud del drama nos paraliza; preferimos no pensar en ello, convertir a las v¨ªctimas en fr¨ªas cifras. Los xen¨®fobos incluso las culpabilizan: para qu¨¦ vienen. Hay un poema estremecedor que lleva un par de a?os incendiando las redes. Es de Warsan Shire, una joven poeta brit¨¢nico-somal¨ª: ¡°Nadie abandona su hogar, a menos que su hogar sea la boca de un tibur¨®n. S¨®lo corres hacia la frontera cuando ves que toda la ciudad tambi¨¦n lo hace (¡). El ni?o con el que fuiste a la escuela, que te bes¨® hasta el v¨¦rtigo detr¨¢s de la f¨¢brica, sostiene un arma m¨¢s grande que su cuerpo (¡). Nadie podr¨ªa soportarlo, nadie tendr¨ªa la piel lo suficientemente dura: ¡®V¨¢yanse a casa, negros¡¯, ¡®sucios inmigrantes¡¯, ¡®quieren robarnos lo que es nuestro¡¯ (¡). ?C¨®mo puedes soportar las palabras, las miradas sucias? Quiz¨¢ lo consigas porque esos golpes son m¨¢s suaves que el dolor de un miembro arrancado. Quiz¨¢ puedas porque esas palabras son m¨¢s delicadas que catorce hombres entre tus piernas (¡). Quiero irme a casa, pero mi casa es la boca de un tibur¨®n. Nadie dejar¨ªa su casa a menos que su casa le persiguiera hasta la costa¡±. Es un poema largo. Merece la pena buscarlo en Internet y leerlo. Merece la pena hacer el esfuerzo de no olvidarlo. Merece la pena asumir que las fronteras son hoy el problema mundial m¨¢s acuciante, y que est¨¢n en la tierra pero tambi¨¦n dentro de nosotros, lindando con la indignidad de nuestra indiferencia.?
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