Interrail
Ese viaje nos ense?¨® a amar Europa, a hermanarnos con sus habitantes, su historia, sus calles y sus paisajes
Hace 30 a?os recorr¨ª con cinco amigos toda Europa con un billete de Interrail. El nuestro era de color azul porque nos permit¨ªa ir tambi¨¦n en barco. Con mis 17 a?os ten¨ªa unas ganas inmensas de conocer el mundo y sent¨ªa que Europa era el futuro. Pasamos un mes incre¨ªble atraves¨¢ndola de norte a sur con las mochilas llenas de todo lo indispensable para este tipo de viajes: un saco de dormir, poca ropa, cosas b¨¢sicas de aseo y un peque?o botiqu¨ªn. En aquella ¨¦poca no hab¨ªa tel¨¦fonos m¨®viles ni Internet. Muy de vez en cuando llam¨¢bamos a casa desde las cabinas de la calle para decir que est¨¢bamos bien. Las postales eran las misivas de nuestro periplo, el rastro de miguitas que dejaban por aquel entonces las almas aventureras que se alimentaban de bocadillos y rellenaban las cantimploras con el agua de las fuentes. Las c¨¢maras fotogr¨¢ficas buenas eran pesadas, fr¨¢giles y funcionaban con carretes y hab¨ªa que ser cuidadoso y preparar el instante para que las fotos salieran bien.
En cada pa¨ªs cambi¨¢bamos dinero. Si pod¨ªamos, dorm¨ªamos en los trenes para amanecer en las ciudades que luego pate¨¢bamos sin descanso mirando un mapa o una gu¨ªa del trotamundos que nos daba claves sobre los albergues y los monumentos. Europa sin Internet era muy diferente. Las realidades paralelas estaban en los museos y en las leyendas que contaban las piedras de los edificios hist¨®ricos. Nos cruz¨¢bamos con otros mochileros que trazaban sus rutas. Practic¨¢bamos los idiomas que hab¨ªamos aprendido en el instituto y nos dej¨¢bamos llevar por el flujo de la vida en la calle.
Quisimos abarcar todo el mapa del continente en 30 d¨ªas. Llegamos hasta la ciudad de Turku, en Finlandia, en un ferry nocturno lleno de gigantescos vikingos que se pasaban la noche bebiendo y celebrando la vida. La hermosa Yugoslavia todav¨ªa era el pa¨ªs unificado por Tito y no fuimos capaces de presentir el horror fratricida que se avecinaba dos a?os despu¨¦s. Buscamos el mar en Montenegro y dormimos en la playa de la ciudad de Bar, donde los marineros parec¨ªan personajes de un c¨®mic de Corto Malt¨¦s. Llegamos hasta Atenas y de all¨ª nos fuimos a la isla de Corf¨², donde los peces son como luci¨¦rnagas gigantes. Volvimos a casa entrando por el puerto italiano de Brindisi y atravesamos la bota son¨¢mbulos y agotados.
Ese viaje nos ense?¨® a amar Europa, a hermanarnos con sus habitantes, su historia, sus calles y sus paisajes. Siempre he pensado que al final de la adolescencia, cuando la vida es un universo de posibilidades, todos deber¨ªan recorrer Europa en Interrail con una mochila.
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