Tiempo sin transcurso
Hasta hace no mucho, bastantes espectadores de pintura reconoc¨ªan el momento que el artista hab¨ªa decidido aislar. Ahora demasiados no tienen ni idea de nada.
EN UNA VIEJA novela hay un personaje llamado Mateu, guardi¨¢n del Museo del Prado, al que el padre del narrador, Ranz, con un cargo en dicha pinacoteca, sorprende una noche chamuscando con un mechero el marco del ¨²nico Rembrandt de la colecci¨®n, que no se sabe ¡ªo no estaba claro cuando se escribi¨® la novela¡ª si representa a Artemisa o a Sofonisba. Mateu va acercando su llama peligrosamente al lienzo. Ranz descuelga un extintor de la pared y lo sujeta oculto a su espalda, considerable peso. Como cualquier movimiento en falso puede dar al traste r¨¢pidamente con la obra maestra de 1634, se aproxima con cautela e intenta distraer a Mateu, que lleva veinticinco a?os en el museo. ¡°?Qu¨¦ hay, Mateu? ?Viendo mejor el cuadro?¡±, le pregunta con calma. ¡°No, estoy pensando en quemarlo¡±, responde ¨¦ste desapasionadamente. ¡°Pero, hombre, ?tan poco le gusta?¡± Contesta el guardi¨¢n: ¡°No me gusta esa gorda con perlas, estoy harto. Parece m¨¢s guapa la criadita que le sirve la copa, pero no hay manera de verle bien la cara¡±. El cuadro muestra a tres mujeres, a Sofonisba iluminada y de frente (que en efecto es gruesa y luce perlas), a la criadita joven de espaldas, que le ofrece una copa quiz¨¢ con veneno (seg¨²n sea Artemisa o Sofonisba), y a una vieja en sombras. ¡°Ya¡±, dice Ranz, ¡°fue pintado as¨ª, claro, la gorda de frente y la sirvienta de espaldas¡±, a lo que Mateu responde, carg¨¢ndose de raz¨®n: ¡°Eso es lo malo, que fue pintado as¨ª para siempre, y ahora nos quedamos sin saber lo que pasa; no hay forma de verle la cara a la chica ni de saber qu¨¦ pinta la vieja del fondo, lo ¨²nico que se ve es a la gorda con sus dos collares que no acaba nunca de coger la copa. A ver si se la bebe de una puta vez y puedo ver a la chica si se da la vuelta¡±. Ranz le razona: ¡°Pero comprenda que eso no es posible, Mateu, las tres est¨¢n pintadas, ?no lo ve usted?, pintadas. Usted ha visto mucho cine, esto no es una pel¨ªcula. Comprenda que no hay manera de verlas de otro modo, esto es un cuadro. Un cuadro¡±. ¡°Por eso me lo cargo¡±, reitera Mateu con gran fastidio.
No contar¨¦ el desenlace, no vayan a acusarme de destripar, pese a los veintis¨¦is a?os transcurridos desde que se public¨® este episodio. Lo cierto es que no he podido por menos de acordarme de ¨¦l al ver la reciente pel¨ªcula Loving Vincent, de Dorota Kubiela y Hugh Welchman. En ella sucede justamente lo que anhelaba el guardi¨¢n Mateu: los muy famosos cuadros de Van Gogh, sus paisajes, sus retratos, cobran vida, se independizan y contin¨²an. Las personas que pint¨®, el jefe de correos Roulin, su hijo Armand, el P¨¨re Tanguy, el c¨¦lebre Doctor Gachet, su hermano Theo, Marguerite Roulin a la que inmortaliz¨® tocando el piano, el gendarme, el zuavo, el barquero, todos hablan y se mueven y se los ve desde diferentes ¨¢ngulos. Los cuervos sobrevuelan los campos de paja, el tren avanza por el puente que atraviesa el r¨ªo, las farolas y las estrellas titilan, la tormenta se abre paso y se arremolina. Si mal no he entendido, cada escena se rod¨® con actores (destaca el excelente Jerome Flynn, de Juego de tronos) y despu¨¦s cada fotograma (m¨¢s de 65.000) fue pintado a mano ¡°a la Van Gogh¡±. El efecto es sorprendente y sin duda grato de contemplar. Los movimientos de los personajes son pastosos y espasm¨®dicos como sus pinceladas, las perspectivas distorsionadas como las de sus cuadros, pero bien reconocibles; los colores son fieles, sobre todo los amarillos (los de los campos, el de la chaqueta de Armand Roulin). El parecido de los actores con sus modelos pict¨®ricos resulta extraordinario (salvo Van Gogh), aunque eso tal vez no sea lo m¨¢s dif¨ªcil, la pincelada posterior puede cambiarlos a gusto.
El problema es que lo que la pel¨ªcula cuenta (una m¨ªnima indagaci¨®n sobre el suicidio del pintor, con insinuaciones muy d¨¦biles de que pudiera haber sido asesinado) carece de inter¨¦s. Quiz¨¢ eso es lo que nos ocurrir¨ªa las m¨¢s de las veces si los instantes de los cuadros tuvieran un antes y un despu¨¦s; si fuera posible complacer al Mateu que todos albergamos. Hasta hace no muchos a?os, bastantes espectadores de pintura sab¨ªan ese antes y ese despu¨¦s, cuando se trataba de escenas b¨ªblicas o mitol¨®gicas griegas. Reconoc¨ªan el momento que el artista hab¨ªa decidido aislar y detener en el tiempo, estaban familiarizados con el relato del que estaba sacado. Ahora demasiados no tienen ni idea de nada, y no es raro que un estudiante de Historia del Arte identifique a un Cristo simplemente como ¡°hombre crucificado¡±. Y cuando las escenas son inventadas, o costumbristas, o retratos, quiz¨¢ lo que nos fascina y debe fascinarnos es su falta de referentes y de antecedentes, de antes y despu¨¦s, de historia. ¡°Esto es un cuadro¡±, le dec¨ªa Ranz a Mateu en aquel viejo episodio. Hay pinturas ante las que quisi¨¦ramos ver m¨¢s de lo que se nos ense?a: el rostro de alguien que estar¨¢ de espaldas hasta la eternidad, para entendernos. Pero esa extra?a y a ratos hipn¨®tica pel¨ªcula, Loving Vincent, nos muestra por qu¨¦ un pintor debe ser s¨®lo un pintor, jam¨¢s un novelista ni un cineasta. La pintura no es narrativa, sino acaso lo contrario: tiempo sin transcurso, elegido y congelado.?
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