Monse?or Seti¨¦n y la serpiente de la paz
El difunto obispo de San Sebasti¨¢n condescendi¨® con los terroristas y fue implacable con las v¨ªctimas
No parece probable que monse?or Seti¨¦n resucite al tercer d¨ªa. Las fechor¨ªas de su existencia le han hipotecado el reino de los cielos. Y lo sustraen a la convenci¨®n de una eleg¨ªa edulcorada.? Por eso? no tiene derecho el pater soberanista a la diplomacia del estilo sepulcral, g¨¦nero literario que exalta los m¨¦ritos del difunto a costa de esconder los errores. Y que acostumbra a resumirse en un epitafio presuntuoso y grandilocuente. El dolor que ocasiona la esquela y la tradici¨®n coral de las pla?ideras encubren incluso al finado m¨¢s feroz y despiadado.
Acaso Seti¨¦n permanezca a la categor¨ªa, m¨¢s a¨²n despojado de la cruz y del h¨¢bito episcopal que disfrazaban su ambig¨¹edad con el terrorismo. No porque hubiera urdido un atentado o porque los hubiera legitimado con el agua bendita de las ca?er¨ªas, sino porque contribuy¨® a los mensajes de indulgencia y de empat¨ªa, como si fuera posible asumir una posici¨®n de equidistancia entre el verdugo y la v¨ªctima en el nombre de la otra mejilla.
Seti¨¦n no tuvo compasi¨®n con los muertos de ETA y s¨ª tuvo condescendencia con los pistoleros, hasta el extremo de elevarlos al rango de revolucionarios. Era la perspectiva desde la que pod¨ªan justificarse las matanzas. No s¨®lo porque representaban la factura inevitable de la guerra de ocupaci¨®n, sino porque el ni?o, el guardia civil, el periodista o el soldado eran los m¨¢rtires necesarios del camino hacia la normalidad, entendi¨¦ndose como normalidad la amnesia y la obscenidad con que han sido asimilados en las instituciones los pr¨®ceres intelectuales del terrorismo.
Tiene escrito Edmund Burke que la victoria del mal solo requiere que los buenos no hagan nada. Y no se le podr¨¢ reprochar a Seti¨¦n el defecto de la pasividad. Al contrario, especul¨® en el bando del mal y convirti¨® los confesionarios en zulos. E hizo de las homil¨ªas un ejercicio de apolog¨ªa de la resistencia y de la independencia que hubiera asumido como propias cualquier cl¨¦rigo yihadista.
No fue un hombre de Dios Seti¨¦n. Ni un hombre de Iglesia. El mensaje de la tolerancia del cristianismo y su vocaci¨®n universal se resintieron de un sesgo oscurantista y despiadado. Seti¨¦n simpatizaba con el soberanismo acariciando con su anillo a los chacales. Y abasteci¨¦ndolos de promesas ultraterrenas, ninguna tan atractiva como la independencia de Euskadi.
No ha vivido para bendecir el nacimiento de la nueva patria con el incienso de la p¨®lvora antigua, pero casi llega a tiempo de votar en el refer¨¦ndum que han ama?ado el PNV y Bildu en la estrategia de la desconexi¨®n y en la provocaci¨®n mim¨¦tica del soberanismo catal¨¢n. El clero vasco y catal¨¢n extremista simpatizan en la pira de la Constituci¨®n. Y veneran la serpiente de la paz que monse?or Seti¨¦n custodiaba en su regazo, recre¨¢ndose en el desamparo de las v¨ªctimas de ETA y evocando aqu¨¦l siniestro pasaje del Don Carlos?de Schiller en el que el marques de Poza recrimina a Felipe II haber predispuesto la paz... de los sepulcros. Dice Rubalcaba que en Espa?a se entierra muy bien. Y tiene raz¨®n, pero monse?or Seti¨¦n se merece una fosa com¨²n sin epitafio.
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