Por qu¨¦ en verano se altera nuestra percepci¨®n del tiempo
Todo parece ralentizarse cuando estamos inactivos. Ocurre al llegar el est¨ªo. El tiempo subjetivo de nuestras experiencias tiene poco que ver con el tiempo objetivo
Fue seguramente Sam Peckinpah, en su pel¨ªcula de 1969 Grupo salvaje, quien invent¨® o sistematiz¨® una aplicaci¨®n sorprendente de la c¨¢mara lenta en los planos violentos. A la m¨ªnima balacera o explosi¨®n de un cartucho de dinamita, all¨¢ que iba Peckinpah ralentizando la escena y mostr¨¢ndola en todo su macabro detalle, como si se tratara del ataque de un predador en un documental cient¨ªfico. Los jovenzanos, que entonces no nos llam¨¢bamos as¨ª, sal¨ªamos del cine desconcertados: ?no eran los sucesos m¨¢s dram¨¢ticos los que parec¨ªan ocurrir m¨¢s deprisa? ¡°Todo ocurri¨® en una fracci¨®n de segundo¡±, suelen decir los testigos de uno de esos actos, tambi¨¦n en las pel¨ªculas, para justificarse por no haber visto nada ¨²til.
Bien, empecemos por recordar que el nombre ¡°c¨¢mara lenta¡± est¨¢ mal puesto: la c¨¢mara va en realidad m¨¢s deprisa de lo normal, y es por eso que el resultado final, lo que ve el espectador, se ralentiza. Y en las situaciones violentas, o estresantes en general, de la vida real, la c¨¢mara de nuestro cerebro tambi¨¦n se acelera, y nuestro tiempo percibido parece hacerse m¨¢s lento en consecuencia. Nosotros percibimos la realidad como un continuo, pero, al igual que en el cine, es el resultado de una pel¨ªcula interior donde cada fotograma dura 150 milisegundos (eso es unos siete fotogramas por segundo). En situaciones de estr¨¦s, los fotogramas pasan m¨¢s deprisa, y el resultado es algo parecido a una escena violenta de Peckinpah. No s¨¦ si el director lo hizo aposta, pero ten¨ªa raz¨®n en cierto sentido neurol¨®gico.
¡°John Franklin ten¨ªa ya diez a?os y segu¨ªa siendo tan lento que no era capaz de coger ni una pelota¡±. As¨ª empieza El descubrimiento de la lentitud, una novela de Sten Nadolny reci¨¦n publicada en espa?ol por Plataforma Ficci¨®n. Est¨¢ basada en la vida del aut¨¦ntico John Franklin, el c¨¦lebre explorador del Polo Norte, pero Nadolny ha hecho de ¨¦l un personaje de ficci¨®n caracterizado por su lentitud para percibir el mundo, y tambi¨¦n lo ha convertido en una teor¨ªa neurol¨®gica, al estilo de Peckinpah. Curiosamente, su condici¨®n cerebral tiene relaci¨®n de nuevo con los fotogramas interiores de la mente:
¡°Lo sorprendente¡±, escribe Nadolny, ¡°era que desde cerca todo lanzaba destellos y daba saltos: los palos de la cerca, las flores, las ramas. M¨¢s all¨¢ hab¨ªa vacas, tejados de paja y colinas cubiertas de bosque, de modo que el ritmo de lo que iba apareciendo y desapareciendo de la vista resultaba solemne y sosegado¡±. Las cosas que est¨¢n cerca parecen, desde nuestro punto de vista, moverse muy deprisa en comparaci¨®n con el fondo, y a la pobre c¨¢mara interior de Franklin no le da tiempo a interpretar sus lentos fotogramas como un movimiento continuo. Solo puede hacerlo si las cosas est¨¢n lejos.
Si el lector est¨¢ en la playa y es de naturaleza nost¨¢lgica, le puede asaltar a veces el pensamiento: ¡°Ay aquellas tardes interminables del verano de mi infancia¡±. O simplemente: ¡°Ay aquellos interminables veranos de mi infancia¡±. La verdad, por supuesto, es que aquellos veranos y aquellas tardes duraban exactamente lo mismo que ahora, pero es cierto que aquello parec¨ªa literalmente interminable. La raz¨®n es que ¨¦ramos ni?os, y que nuestra percepci¨®n subjetiva del tiempo se va acelerando con la edad. ?En qu¨¦ se basa ese desconcertante reloj interno que tanto perturba a Franklin y nos desconcierta a todos?
Los psic¨®logos experimentales han aprendido mucho sobre nuestra percepci¨®n subjetiva del tiempo, compar¨¢ndola con el tiempo objetivo que mide la f¨ªsica. Dos elementos esenciales son la secuencia de sucesos y la duraci¨®n entre ellos. Pero hay pocas situaciones en la vida real que no sean peri¨®dicas. Cada una de nuestras c¨¦lulas es un reloj biol¨®gico ¡ªeste descubrimiento mereci¨® el ¨²ltimo premio Nobel de Medicina¡ª, y su coordinaci¨®n marca nuestros ritmos de vigilia y sue?o, comida, temperatura, actividad metab¨®lica y mil cosas m¨¢s.
El propio periodo de rotaci¨®n de la Tierra (24 horas) es un factor esencial en la evoluci¨®n de los ritmos circadianos (de circa, de un d¨ªa), que todos los seres vivos tenemos incrustados en nuestra l¨®gica m¨¢s fundamental. Pero no todo en estos relojes biol¨®gicos consiste en una adaptaci¨®n al entorno. En los a?os sesenta, los psic¨®logos sometieron a un grupo de personas a un aislamiento total de las pistas ambientales, encerrados en ausencia de luz natural y variaciones de temperatura. Pese a ello, sus ritmos de temperatura y sue?o/vigilia, entre otros, mostraron su car¨¢cter perdurable, en gran medida end¨®geno. Algunas personas, sin embargo, duplicaron el periodo de sus ritmos: segu¨ªan durmiendo y despertando, pero en ciclos de 48 horas.
En situaciones violentas o estresantes, la ¡®c¨¢mara¡¯ de nuestro cerebro se acelera y sentimos que todo va m¨¢s lento
Otra cuesti¨®n clave es la definici¨®n de ¡°presente¡±. Para un matem¨¢tico, el presente es un punto que separa el pasado y el futuro, y que se va desplazando continuamente, eternamente inaprehensible y ciego a nuestras necesidades. Para un psic¨®logo, sin embargo, el presente es un intervalo de tiempo algo m¨¢s amplio. Nuestro presente interior incluye sucesos del pasado inmediato y predicciones de lo que va a ocurrir enseguida. Imagina c¨®mo percibimos una melod¨ªa: hay una nota que suena ahora mismo, pero solo tiene sentido en comparaci¨®n con las que vinieron antes y ¡ªsobre todo si la canci¨®n ya te era conocida¡ª con las que predices que vendr¨¢n despu¨¦s. En cierto sentido, la melod¨ªa entera forma una unidad perceptual, como si fuera un acorde donde todas sus notas suenan al un¨ªsono. As¨ª percibimos las secuencias de eventos.
Nuestra percepci¨®n de la duraci¨®n, o lapso de tiempo que discurre entre dos eventos (dos notas de una melod¨ªa, por ejemplo, o dos martillazos sucesivos) es extremadamente limitada y f¨¢cil de manipular para los experimentadores. Este tipo de percepci¨®n directa del paso del tiempo funciona razonablemente bien cuando los dos eventos ocurren con unos pocos segundos de diferencia. Por debajo de un segundo, las cosas se empiezan a fusionar con facilidad; y por encima, no tenemos percepci¨®n directa de la duraci¨®n, y tenemos que empezar a usar relojes u otros criterios externos.
Hay factores que afectan de manera reproducible a nuestro sentido del tiempo. Si est¨¢s intentando hacer algo y alguien o algo te interrumpe continuamente, la tarea parece eternizarse (lo que en parte es cierto, por supuesto, pero el efecto sigue siendo verdadero tras descontar eso). A un alumno que toma notas, la clase se le hace mucho m¨¢s corta que a otro que solo escucha. En general, la falta de actividad alarga el tiempo subjetivo. Si yo me retraso media hora, a quien me espera le parecer¨¢ mucho m¨¢s tiempo, y a mi menos. Si estoy haciendo algo que me motiva, me parecer¨¢ que el tiempo pasa m¨¢s deprisa que si lo que hago me aburre. Todo esto son pistas que pueden contribuir a explicar ¡°aquellas interminables tardes de verano¡±. Quede como ejercicio para el lector.
Dijimos que todos estos resultados psicol¨®gicos se basan en comparar el tiempo subjetivo de nuestra experiencia con el tiempo objetivo que mide la f¨ªsica. Pero desde hace m¨¢s de un siglo sabemos que este tiempo f¨ªsico no es tan objetivo como cre¨ªamos todos. O como hab¨ªamos aprendido todos, que es lo que sostiene el f¨ªsico te¨®rico Carlo Rovelli en su reciente El orden del tiempo (Anagrama). Rovelli argumenta que, dada la enorme subjetividad de nuestra percepci¨®n del paso del tiempo, es imposible que todo el mundo creyera desde la antig¨¹edad que el tiempo es un escenario fijo y absoluto en el que suceden los eventos y trascurren nuestras vidas. Cree m¨¢s bien que eso fue una invenci¨®n de Newton, y que todos nos hemos intoxicado en la escuela con ella en los ¨²ltimos cuatro siglos. Es una propuesta osada.
Por fortuna, disponemos ahora de un texto esencial del fil¨®sofo franc¨¦s Henri Bergson, Historia de la idea del tiempo (Paid¨®s). Arranca de una transcripci¨®n de sus conferencias de 1902-1903 en el Coll¨¨ge de France, pero casi todo estaba in¨¦dito hasta ahora, y Adriana Alfaro y Luz Noguez lo han editado muy bien en espa?ol, eliminando las redundancias, incoherencias y anacolutos en los que incluso Bergson ca¨ªa al hablar en p¨²blico. Bergson consideraba la idea del tiempo ¡°un problema central de la metaf¨ªsica en general¡±, y reflexion¨® sobre ella con una extraordinaria agudeza:
¡°Yo me supongo inm¨®vil¡±, explicaba a su audiencia en 1902. ¡°Me parece entonces que el punto tiene cierto movimiento. Me pongo en movimiento con la misma direcci¨®n que ¨¦l, y con la misma velocidad: (¡) Para m¨ª, se volver¨¢ inm¨®vil¡±. Tiene gracia, porque esa es m¨¢s o menos la larva del experimento mental que Einstein estaba haciendo en la misma ¨¦poca: ?Qu¨¦ pasar¨ªa si me monto en un rayo de luz? La luz deber¨ªa parecerme quieta, pero no puede estarlo, porque la velocidad de la luz es una constante fundamental de la naturaleza. Como una velocidad no es m¨¢s que el espacio recorrido partido por el tiempo que se tarda, si la velocidad de la luz es constante, el espacio y el tiempo no pueden serlo. Si corres montado en un rayo de luz, lo que se detiene no es la luz, sino el tiempo. Hace volar la cabeza, pero es el fundamento de la relatividad especial, que Einstein formular¨ªa un par de a?os despu¨¦s de las conferencias de Par¨ªs. Bergson se deshizo despu¨¦s en elogios cuando conoci¨® a Einstein, seguramente sin ser correspondido.
Y no olviden ver Interestelar, la pel¨ªcula que mejor explica la dilataci¨®n del tiempo en las cercan¨ªas de un agujero negro. Venga, al chiringuito.
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