La crida
Crear fronteras y profundizar identidades es cualquier cosa menos fortalecer la democracia y la solidaridad
La crida. Es bonito y evocador el nombre que ha decidido dar Carles Puigdemont a su nueva criatura pol¨ªtica, que pretende ser el partido independentista por encima de todos. La crida tiene un regusto de cabreo hist¨®rico, un sabor de cuadro de Munch, que sus creadores no ignoran, por supuesto. Su af¨¢n est¨¢ en consonancia con la urgencia del nombre: es tan movilizador que exige la ausencia de otros esl¨®ganes.
No es el momento de hacerlo, porque andamos discutiendo cuestiones de g¨¦nero, pero es tan bueno que ser¨ªa procedente incorporar al castellano la palabra crida como expresi¨®n de algo que los inmortales que ocupan los sillones de la RAE tendr¨ªan que definir.
Crida tiene detr¨¢s toda una gran historia no resuelta de una parte no peque?a de un pueblo, el casi 50% de los catalanes independentistas. Un colectivo social que a¨²n no ha superado el movimiento rom¨¢ntico espa?ol por excelencia, el carlismo.
Esta carencia la padecen tambi¨¦n otros colectivos espa?oles, y se vuelve mort¨ªfera cuando afecta a un porcentaje alto de la poblaci¨®n con la renta per capita mayor del lugar donde se registra. Es el caso del Pa¨ªs Vasco, por ejemplo. En otros lugares, como Madrid, hubo sus intentos, pero la falta de raigambre hist¨®rica y carecer de lengua propia hizo f¨¢cil acabar con ellos. Fue el caso de Tres Cantos y La Moraleja, que intentaron independizarse de sus pueblos de origen para administrar ¡°mejor¡± sus rentas superiores.
Lo cierto es que esos movimientos tienen su base democr¨¢tica, que se inspira en jugar con el censo a favor casi siempre. Eso es relativamente da?ino.
Pero hay algo que es definitivamente perverso en el ¨¢nimo de los rom¨¢nticos, que ya denunci¨® Joseph Roth suspirando por el Imperio Austroh¨²ngaro, y atacado por el nazismo: la gran propensi¨®n de los seguidores de Byron y otros poetas a crear identidades y multiplicar fronteras. O sea, a ser excluyentes.
Pasqual Maragall, tan evocado ahora por los que no eran sus correligionarios pol¨ªticos, era uno de ellos. Lo peor es que sab¨ªa lo que se tra¨ªa entre manos. Su hermano Ernest es un buen testigo. Crear fronteras y profundizar identidades es cualquier cosa menos fortalecer la democracia y la solidaridad. La crisis migratoria que hoy sacude los cimientos de Europa es la mejor prueba de ello.
Quien m¨¢s agita la denuncia del peligro de invasi¨®n que representan los desvalidos del sur, son los ricos del norte, que claman por m¨¢s fronteras y m¨¢s identidad. Y hay que reconocer que el nombre que han buscado nuestros carlistas es bueno.
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