Los amigos de Kant
Michel de Montaigne odiaba con raz¨®n la mentira porque consideraba que violaba la primera regla de la relaci¨®n entre humanos, seg¨²n la cual todos estamos obligados a decirnos la verdad. Esta norma rige incluso para los autores de ficci¨®n, salvo cuando escribimos ficci¨®n, en cuyo caso se nos autoriza a salt¨¢rnosla para escribir algo que no es exactamente una mentira, aunque se le parece bastante (en lat¨ªn, mentire significa a la vez mentir e inventar: Atque ita mentitur, dice Horacio en elogio de Homero, sic veris falsa reminiscet; o sea: ¡°Y as¨ª miente/inventa, as¨ª mezcla lo falso con lo verdadero¡±). Pero incluso Montaigne admit¨ªa que, aunque siempre estemos obligados a no mentir, no siempre estamos obligados a decir la verdad, o al menos toda la verdad, y no conozco ning¨²n fil¨®sofo relevante que considere que la regla universal de no mentir no admite excepciones, que no existe eso que Plat¨®n llama las ¡°nobles mentiras¡±. El ¨²nico es Kant, quien puso un ejemplo c¨¦lebre: supongamos que un amigo se refugia en mi casa porque le persigue un asesino; supongamos que el asesino llama a la puerta y me pregunta si mi amigo est¨¢ en casa; en esta situaci¨®n, dice Kant, yo no estoy autorizado a mentir para intentar salvar a mi amigo, sino que mi obligaci¨®n es, como siempre, decir la verdad, aunque el asesino entre en mi casa y mate a mi amigo. Sobra decir que los argumentos con que Kant respalda su postura son de una gran solidez l¨®gica, aunque pocos, incluso entre los propios kantianos, parecen dispuestos a aceptarlos (no ha faltado quien califique su punto de vista de lun¨¢tico, ni quien lo haya considerado una broma), y es posible que esos admirables razonamientos demuestren de forma admirable que la l¨®gica limita con el absurdo. Comentando lo anterior, De Quincey acusa a Kant de c¨®mplice virtual de asesinato.
Cuando a¨²n no era presidente, S¨¢nchez dijo de Torra que era un racista y un xen¨®fobo, y lo compar¨® con Le Pen; se qued¨® corto, claro est¨¢
No dejo de pensar en todo esto desde que Pedro S¨¢nchez y Quim Torra se entrevistaron en La Moncloa y, entre sonrisas, apretones de manos y palmaditas en la espalda, restablecieron las relaciones rotas entre el Gobierno y la Generalitat. Cuando a¨²n no era presidente, S¨¢nchez dijo de Torra que era un racista y un xen¨®fobo, y lo compar¨® con Le Pen; se qued¨® corto, claro est¨¢: hay candidatos de Le Pen que han sido destituidos por haber dicho sobre sus conciudadanos cosas much¨ªsimo m¨¢s amables que las que Torra ha escrito sobre los suyos. Sea como sea, si algo sabemos de la reuni¨®n que mantuvieron ambos pol¨ªticos es que S¨¢nchez no le dijo a Torra la verdad de lo que pensaba de ¨¦l, o al menos toda la verdad. ?Hizo mal? No: como el di¨¢logo entre ambos Gobiernos es la ¨²nica v¨ªa posible hacia una soluci¨®n, por remota que sea, S¨¢nchez hizo lo que deb¨ªa hacer, que es lo que cualquier pol¨ªtico serio hubiera hecho, empezando por los que, tras la reuni¨®n, afirmaron que hizo mal. Dir¨¦ toda la verdad: yo me lo pensar¨ªa dos veces antes de darle la mano a Torra, y quiz¨¢ acabar¨ªa no d¨¢ndosela a menos que abominase p¨²blica y taxativamente de las atrocidades que ha escrito; pero, si tuviera alguna responsabilidad pol¨ªtica (cosa que gracias a Dios nunca ocurrir¨¢), me hartar¨ªa de sonre¨ªrle, de darle apretones de manos e incluso, si a mano viene, besos con lengua, siempre que tal desenfreno sirviese para empezar a arreglar el problema. En el fondo, supongo, estamos otra vez con la vieja distinci¨®n de Max Weber entre ¡°¨¦tica de la convicci¨®n¡± ¡ªla que se ocupa de los actos sin reparar en sus consecuencias¡ª y ¡°¨¦tica de la responsabilidad¡± ¡ªla que, en vez de ocuparse s¨®lo de la bondad de los actos, se ocupa sobre todo de la bondad de las consecuencias de los actos¡ª: la primera es la que debe dominar la vida individual, y por eso es la ¨¦tica del hombre bueno; la segunda, la que debe dominar la vida colectiva, y por eso es la ¨¦tica del buen pol¨ªtico. Quiz¨¢ por eso es tan dif¨ªcil para un buen hombre ser un buen pol¨ªtico y para un buen pol¨ªtico ser un buen hombre.
No creo que Montaigne discrepara de esto. En cuanto a Kant, la verdad es que, cada vez que recuerdo los impecables argumentos con que prueba que es correcto entregar un amigo a un asesino, me pregunto qu¨¦ pensar¨ªan de ¨¦l sus amigos.
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