La gram¨¢tica no es la vida
La lengua es compa?era de lo que se produce en el tiempo. Ese cambio se?alado est¨¢ aqu¨ª. Supone la ciudadan¨ªa plena de las mujeres en paridad con los varones, con sus gajes y sus costos. La lengua habla, por tanto, muta
La letra ¡°a¡± parece estar dotada para ofuscar talentos. La primera vez que me top¨¦ con el sulfure por la ¡°a¡± fue hace a?os. Acab¨¢bamos en nuestra facultad de elegir decana. Y en calidad de tal, ella se dirigi¨® al catedr¨¢tico vetusto de turno. Le envi¨® lo que se llama un oficio. Un escrito que ella firmaba con su cargo. Resultado, se desat¨® una tremenda erupci¨®n de un volc¨¢n de espumarajos. Lament¨¢ndolo mucho... otro nombre no tiene. El visitado por el oficio entr¨® en exaltaci¨®n (si bien hay que confesar que tampoco le costaba mucho) y replic¨® con un breve en el que m¨¢s o menos dec¨ªa que... ¡°habiendo recibido pliego enviado por ¡®la decana¡¯ y no sabiendo qui¨¦n sea tal autoridad...¡± informaba de que pensaba pas¨¢rselo, perd¨®n, enviarlo al archivo ese que solemos tener a la derecha y debajo de la mesa. O sea, la entra?able papelera. Dec¨ªa esto y dos o tres lindezas m¨¢s que la membrec¨ªa decanal atribuimos en aquel entonces al deje viejuno.
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De otra amiga, que alcaldesa fue y digna de su ciudad, traigo diferente historia. Casada ya y con hijos estudi¨® su carrera de Derecho. La acab¨® bien, en su tiempo que ello lleva, y se colegi¨®. Mientras esperaba clientes se hizo papel y tarjetas: ¡°Fulanita, abogada¡±. Un amigo de la familia, persona ben¨¦vola y de orden, se lo reproch¨® con todo cari?o. Bien estaba estudiar; bien tener una carrera aunque se fuera mujer casada; bien incluso ejercerla... pero ¡°abogada...¡±, eso no era necesario y ensuciaba el resto del buen hacer. Aquella ¡°a¡± lo estropeaba todo. No se deb¨ªa entrar en el mundo pisando ni mandando. Quien ejerce en el foro es ¡°abogado¡±. Nada de estridencias que son el camino a malgastar lo bien hecho.
Mi amiga, que siempre como Ulises fue ¡°diestra en recursos¡±, y como ¨¦l poco dada a dejarse amilanar, le mir¨® con igual cari?o, le dio las gracias por el consejo y le record¨® que era, el digno se?or, un buen cat¨®lico. El aludido no acababa de ver la relaci¨®n. ¡°Pues claro que lo soy¡±, repuso, ¡°y con orgullo¡±. As¨ª que mi amiga, con un punto de luz en sus ojillos le pidi¨® que rezaran, ambos y juntos, la salve. Petici¨®n extra?a, pero, tras titubeo inicial, admitida. ¡°Dios te salve reina y madre de misericordia, vida, dulzura, esperanza nuestra... A ti clamamos los desterrados hijos de Eva...¡±, y al poco... ¡°Ea pues, se?ora, abogada nuestra...¡±. El caballero dio un respingo. Pero, como lo era, abraz¨® a mi amiga y exclam¨®: ¡°Tienes toda la raz¨®n y yo ninguna¡±. No hubo m¨¢s contienda. Nuestra se?ora llevaba siendo abogada varios siglos, pero las mujeres no ten¨ªan tanto recorrido.
Con s¨²bitos acelerones, a ellas se las va nombrando como lo que son: m¨¦dicas, ministras, ingenieras...
Y es que, como escrib¨ªa Santos Juli¨¢ hace un tiempo ¡ªrefiri¨¦ndose a la presencia paritaria de las mujeres en el ¨¢mbito p¨²blico¡ª, ¡°es imposible que la estructura de una sociedad experimente un cambio tan radical sin que la lengua sufra trastornos que no podemos ni imaginar¡±. Hablaba ¨¦l de cuando Dolores Ib¨¢rruri era, sin lugar a duda alguna, ¡°secretario general¡± del Partido Comunista. La lengua es compa?era de lo que se produce en el tiempo. Ese cambio se?alado est¨¢ aqu¨ª. Supone la ciudadan¨ªa plena de las mujeres en paridad con los varones, con sus gajes y sus costos. La lengua habla, por tanto muta. Refiere y nombra. Ahorra y despilfarra. Todo lo hace al comp¨¢s propio de la vida.
En los usos referenciales, la lengua se?ala. Dice y apunta qu¨¦ es qui¨¦n. A trancas y barrancas, con s¨²bitos acelerones, a las mujeres las va nombrando como lo que son, ministras, m¨¦dicas, ingenieras, abogadas, guardias civiles, directoras... asistentas y dependientas, que de todo hay. Tras alguna puerta esperan ¡°pilota¡±, ¡°genia¡±, ¡°capitana¡±, ¡°generala¡± y otras. De parecido modo, cuando el contexto o la cortes¨ªa lo exigen, las palabras se duplican. ¡°Se?oras y se?ores¡± a nadie extra?a y tampoco cuesta de proferir. Nadie se ha puesto malo por decirlo. Pero a frases como ¡°la perra es la mejor amiga de la mujer¡± todav¨ªa no hemos llegado.
De momento no parece la misma cosa esperar ser nombradas que pulir un lenguaje m¨¢s inclusivo. Van de la mano sin ser lo mismo. Sin embargo, todo se vuelve un bloque de berridos cuando el asunto sale a la palestra. Porque lo sorprendente es el encono con que estas pol¨¦micas se visten. A gritos andan las palabras por pe?as y baretos. Todo el mundo sabe, todo el mundo opina y todo el mundo se sacude a tocho limpio. Y es que el saber de la lengua es de los primeros y elementales, hasta el punto de que para alguna gente es el saber principal, del mismo modo que el diccionario es su primer libro. La lengua es m¨¢s cuerpo que casi cualquier actividad humana. Mer¨®pon anthropon ya se usaba en Homero para referirse a nuestra gran diferencia con el resto de los animales, esto es, que ten¨ªamos voz articulada. La lengua nos preexiste y nos ha de sobrevivir. Est¨¢ tan cerca que no la vemos. Nos habla tanto o m¨¢s que la hablamos. Llevamos a ella y con ella al par damos forma a todo el aparato cognitivo y emocional.
La lengua ahorra y despilfarra. Todo lo hace al comp¨¢s propio de la vida
Dado que el referencial no es ni con mucho el principal de los ¡°juegos de lenguaje¡± (feliz concepto de Wittgenstein que se pas¨® la vida en ello), la mayor parte de lo que se nos escapa del cerco de los dientes no son asuntos que se atengan al criterio de verificaci¨®n. Son, en cambio, multitud de enunciados f¨¢ticos, emotivos, desiderativos, ejecutivos y otra enorme diversidad de usos. La propia er¨®tica del lenguaje los multiplica, desdobla y desparrama. Y si el habla es un torrente, la escritura puede ser una fiesta cuando la anima el ingenio. Don Mendo duda de si matar a su Magdalena por pu?al o ¡°matalla de un soneto¡±. Porque la lengua hace mundo: asesina y resucita. Y ese es el quid. Que embridar la lengua es imposible, aunque la pretensi¨®n de llevarla por un camino acorde con los propios prejuicios existe. La lengua es compa?era del imperio... incluso del imperio viril. En consecuencia, no es bueno que se convierta en refugio de jactancia.
De seguro que no es la lengua la principal enemiga de la libertad de las mujeres, porque se las ofende o castiga en muchos idiomas que no se parecen entre s¨ª. Pero querer hacer de ella una barbacana frente a la igualdad, que ha llegado para quedarse, no es la mejor idea. Porque la gram¨¢tica no es la vida. Se abre un rifirrafe del que la mesura ya se ausenta y a la prudencia no se la espera. Y en el ¨ªnterin, aunque se tarde en nombrar el cambio, ¨¦l seguir¨¢ existiendo, solo que en estado de enfado vigilante. Aprendiendo a despreciar puesto que no se lo aprecia. Echando bilis. Inventando con gracia y sin ninguna. Porque la vida se expresa y la lengua ya lo avanza: que Ello lo dir¨¢.
Amelia Valc¨¢rcel es catedr¨¢tica de Filosof¨ªa Moral y Pol¨ªtica de la UNED.
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