El momento de la gracia
El coraje es la capacidad para reaccionar con elegancia y ligereza en los momentos m¨¢s exigentes. Aqu¨ª se recogen algunos ejemplos notables
UNA DE LAS MEJORES definiciones que conozco de la palabra coraje la propuso Ernest Hemingway: seg¨²n ella, el coraje es gracia bajo presi¨®n; o dicho de otro modo: es la capacidad para reaccionar con la elegancia y la ligereza de una humorada en los momentos m¨¢s exigentes. Yo he imaginado a veces una antolog¨ªa comentada de esas reacciones felices. All¨¢ va un adelanto.
Isaac B¨¢bel es un escritor ruso a quien debemos al menos dos libros de relatos magistrales: La caballer¨ªa roja y Cuentos de Odesa. B¨¢bel fue un hombre valiente, por no decir temerario: en Contra toda esperanza, su amiga Nadiezhda Mandelstam lo describe como alguien dominado por una curiosidad furiosa, capaz de correr cualquier riesgo con tal de aprender de experiencias l¨ªmite y de gente poco recomendable; tambi¨¦n fue un joven y entusiasta bolchevique, pero su creciente escepticismo frente al Estado sovi¨¦tico provoc¨® su detenci¨®n en medio de las masivas, delirantes purgas estalinistas de los a?os treinta. Pues bien, el 15 de mayo de 1939, un a?o antes de ser fusilado por el r¨¦gimen que hab¨ªa contribuido a crear, B¨¢bel fue arrestado de madrugada en su casa por un oficial de la NKVD a quien salud¨® con esta iron¨ªa: ¡°No duerme usted mucho, ?verdad?¡±. Las atrocidades perpetradas por los totalitarismos del siglo pasado podr¨ªan en efecto proveer de abundantes materiales a mi antolog¨ªa de momentos de gracia. Uno de mis favoritos lo protagoniz¨® la etn¨®loga Germaine Tillion. Combatiente en la resistencia francesa durante la ocupaci¨®n nazi, Tillion fue detenida por los alemanes y deportada al campo de Ravensbr¨¹ck, el ¨²nico habilitado para mujeres por el nazismo. All¨ª, esta mujer admirable escribi¨® y puso en escena con sus compa?eras de cautiverio un texto admirable: una parodia del Orfeo en los infiernos, de Offenbach, titulada El Verf¨¹gbar en los infiernos; se trata de una opereta bufa donde Tillion se re¨ªa de las calamidades que estaba padeciendo y gracias a la cual, como dice Tzvetan Todorov, se protegi¨®, a s¨ª misma y a sus compa?eras, del espanto que la rodeaba, y se arm¨® en secreto contra ¨¦l. Har¨¢ cosa de 30 a?os vi en el cine Capsa de Barcelona las cinco horas de Napoleon, la obra maestra de Abel Gance. Recuerdo muchas escenas de esa pel¨ªcula, pero sobre todo una. Transcurre durante el periodo del Terror, en una c¨¢rcel revolucionaria llena de arist¨®cratas ataviados con sus mejores galas; un carcelero lee una lista de condenados a muerte y, cuando la triste hilera de elegidos se dispone a salir hacia el cadalso, un caballero le dice a una dama: ¡°Marquesa [o condesa, o princesa: ya no recuerdo], perm¨ªtame que por una vez no le ceda el paso¡±. Yo creo que basta una frase como esa, dicha en ese momento, para honrar una vida entera. Es posible que tambi¨¦n lo creyera Borges, quien rescat¨® para nosotros unas palabras todav¨ªa m¨¢s memorables pronunciadas por un tal doctor Henderson, fallecido en Oxford hacia 1787, que pasar¨¢ a la historia por la siguiente an¨¦cdota. Henderson se hallaba enzarzado en una discusi¨®n teol¨®gica o literaria cuando su interlocutor le arroj¨® a la cara un vaso de vino; el doctor no se inmut¨® y le dijo a su atacante: ¡°Esto, se?or, es una digresi¨®n; ahora espero su argumento¡±. No quiero terminar sin a?adir un caso extraordinario. El peor humorista de la historia fue ¡ªtodos estaremos de acuerdo en esto¡ª Bob Hope, cuyo renombre incomprensible se debe a unas cuantas pel¨ªculas atroces. No obstante, este sujeto desdichado tuvo un final glorioso. Mientras yac¨ªa en su lecho de muerte, rodeado de sus seres queridos, alguien advirti¨® que no hab¨ªa dejado dicho qu¨¦ quer¨ªa que se hiciera con sus restos mortales. Hubo un concili¨¢bulo, y al final uno de sus hijos reuni¨® coraje suficiente para preguntarle: ¡°Pap¨¢, ?quieres que te enterremos o que te incineremos?¡±. Tras una pausa dram¨¢tica, Hope entreabri¨® los ojos para contestar: ¡°Sorprendedme¡±.
De Plat¨®n para ac¨¢, la filosof¨ªa ha invertido esfuerzos ingentes en tratar de prepararnos para la muerte, pero a m¨ª nadie me ha convencido todav¨ªa de que, hechas las sumas y las restas, la salida m¨¢s digna de este atolladero sin salida no sea una salida graciosa.?
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